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Sarmiento y una geopolítica americanista

Domingo Faustino Sarmiento fue el destinatario central de los odios nacionalistas, al punto de desvirtuar y mentir sobre su figura y su pensamiento.
Sabado, 18 de febrero de 2017 00:00

El nacionalismo ideológico cobró fuerza en nuestro país a partir de 1930, en el marco de un clima mundial favorable a este movimiento. Su ímpetu intelectual lo llevó a replantearse la historia argentina de la segunda mitad del siglo XIX, a la que acusó de liberal, antinacional y antipopular, por lo tanto, responsable de todos nuestros males. Nacía la escuela revisionista, tan maniquea como la liberal. En ese plan, Domingo Faustino Sarmiento fue el destinatario central de los odios nacionalistas, al punto de desvirtuar y mentir sobre su figura y su pensamiento. Como hombre público, ha tenido claroscuros, ni más ni menos que otros políticos de su época. Pero con seguridad el ataque más injusto y mentiroso del revisionismo ha sido la acusación de que Sarmiento procuró entregar la Patagonia a Chile por un artículo escrito cuando vivía exiliado en ese país. Nada más falso y carente de fundamentación si meditamos sobre la política exterior de su presidencia.

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El nacionalismo ideológico cobró fuerza en nuestro país a partir de 1930, en el marco de un clima mundial favorable a este movimiento. Su ímpetu intelectual lo llevó a replantearse la historia argentina de la segunda mitad del siglo XIX, a la que acusó de liberal, antinacional y antipopular, por lo tanto, responsable de todos nuestros males. Nacía la escuela revisionista, tan maniquea como la liberal. En ese plan, Domingo Faustino Sarmiento fue el destinatario central de los odios nacionalistas, al punto de desvirtuar y mentir sobre su figura y su pensamiento. Como hombre público, ha tenido claroscuros, ni más ni menos que otros políticos de su época. Pero con seguridad el ataque más injusto y mentiroso del revisionismo ha sido la acusación de que Sarmiento procuró entregar la Patagonia a Chile por un artículo escrito cuando vivía exiliado en ese país. Nada más falso y carente de fundamentación si meditamos sobre la política exterior de su presidencia.

De lo dicho lo único cierto es que Chile ambicionaba y reclamaba para sí la Patagonia. El canciller chileno Adolfo Ibáñez escribía, el 7 de febrero 1872, al Gobierno argentino: “Como Chile se encuentra en posesión de una colonia en el estrecho de Magallanes (Punta Arenas), cada día más adelantada y próspera, podría muy bien atender toda la parte comprendida dentro del mismo estrecho, la Tierra del Fuego, islas adyacentes y la costa atlántica hasta llegar a Puerto Deseado. Desde este punto, podría tirarse una línea siguiendo el curso del mismo hasta llegar hasta la Cordillera de los Andes” (La Nación, 1/10/1873).

Algunos meses más tarde, sugería que la división se determinara por el paralelo de 45§, el sur para Chile y el norte para Argentina, con lo que se quedaba con la mitad de la provincia de Santa Cruz. Hubo otros reclamos durante ese año, publicados por el diario La Nación en la nota ya citada, hasta llegar al más escandaloso: “Yo declaro terminantemente a V. S. que el Gobierno de Chile cree tener derecho a toda la Patagonia y que, llegado el caso de hacerlo valer, presentará los títulos en que se apoya ese derecho” (Vicente Quesada, Historia diplomática latinoamericana, 1918).

Tenga en cuenta el lector que todas estas demandas se realizaron bajo la presidencia de Sarmiento.

El conflicto del Pacífico

Por aquellos años, Chile mantenía un serio conflicto fronterizo con Bolivia por límites. No habían logrado una fórmula que satisficiera a ambos. La explotación del guano y el salitre en las costas litorales e islas adyacentes complicaba la posibilidad de un acuerdo, pues ambas naciones procuraban para sí la explotación de esos abonos naturales, muy demandados por Europa. Ciertamente, Bolivia, que era una realidad geopolítica interior, había descuidado sus costas sobre el Pacífico. Este abandono fue aprovechado por Chile, que invadió con capitales y hombres un territorio no demarcado pero que Bolivia consideraba suyo. Chile, en un momento, le ofreció comprar las tierras entre el paralelo 23§ y 24§, pero Bolivia rechazó la oferta.

En esta controversia que se iría agravando, Inglaterra sostenía los argumentos chilenos. Rápidamente, Perú se involucró en el conflicto en ciernes y el Consejo de Ministros aseguró: “Perú no dejará sola a Bolivia en esta cuestión”. Resultado: estas dos naciones firmaron un pacto secreto defensivo el 6 de febrero de 1873, que en una de sus cláusulas decía: “Las partes contratantes solicitarán la adhesión de otro u otros Estados americanos”.

En virtud de esa cláusula, llegó a Buenos Aires, en mayo de 1873, el diplomático peruano Manuel Irigoyen, con las siguientes sugerencias dadas por su Gobierno: “A la República Argentina interesa tanto como a Bolivia entrar en la alianza defensiva, ya que la cuestión de límites de Patagonia amenaza entrar en la vía de los hechos”. Los primeros días de julio, Irigoyen se entrevistó con Carlos Tejedor, canciller de la Argentina, e informó luego a su Gobierno de la reunión: “A Tejedor le parecía que el tratado era más una alianza ofensiva que defensiva […] que le parecía simpática pero tal vez más al Presidente. Y terminé la entrevista adquiriendo el convencimiento de que este Gobierno está resuelto a resistir la pretensiones de Chile sobre la Patagonia, aun por medio de las armas”.

En la segunda conferencia, apareció otro Tejedor, un poco más cuidadoso. Le planteó el temor de que Chile buscara una alianza con el Brasil, por lo que resultaba muy difícil al país aliarse con una nación, Bolivia, con la que no estaban resueltos los problemas de límites. Dejando de lado todas las cartas, las conversaciones y las explicaciones que ambos funcionarios se dieron, lo cierto fue que en el mientras tanto Chile mandó construir en Inglaterra dos poderosos acorazados, ante lo que el ministro de Relaciones Exteriores del Perú, José de la Riva Agero (h) declaró que más importante que un barco era una alianza.

Finalmente, el Gobierno de Sarmiento envió a las Cámaras el proyecto, tal cual había venido. Las sesiones fueron secretas. En Diputados, el mitrismo se opuso con todas sus fuerzas. Vale la pena leer esas actas. A los efectos de la presente nota solo diré que los argumentos negativos descansaban en “lo incorrecto de molestar a Chile, quien podría buscar mil medios para hostilizarnos”, a lo que el ministro Tejedor, presente en Diputados, retrucó que los actos agresivos “habían aumentado por parte de Chile, reclamando hasta por parte de Chile, reclamando hasta el río Santa Cruz”. El mitrismo continuó con sus argumentos, al punto de que el diputado José Antonio Ocantos afirmó que ni Bolivia ni Perú tenían elementos suficientes de poder, riqueza, estabilidad ni siquiera respetabilidad.

En Diputados se aprobó; Irigoyen le manifestó a su Gobierno: “Si los otros partidos políticos, a saber, los de Alsina y Avellaneda, no hubieran sido favorables en su totalidad, habría fracasado el asunto por culpa de aquellos cuyo apoyo contábamos con toda seguridad (...) pues el doctor Carlos Tejedor me informó que 48 votaron a favor y 18 en contra, casi todos fueron de los más notables y conocidos partidarios y amigos del general Mitre”.

En Senadores el asunto no pasó, pues allí había mayoría mitrista. Corolario. Mientras Sarmiento, Adolfo Alsina y Nicolás Avellaneda buscaban una alianza con Bolivia y Perú para proteger la Patagonia y al mismo tiempo evitar una guerra, como luego ocurrió la Guerra del Pacífico, en la que Bolivia perdió su salida al mar, el mitrismo se negaba a una geopolítica continental. 

El doctor Carlos Pellegrini lo dijo con notable luminosidad en carta a Indalecio Gómez, en 1902: “Bajo la administración del general Mitre, nuestra política internacional fue contraria a esa tendencia, americana o continental. Nuestro Gobierno se negó a tomar parte en las cuestiones del Pacífico provocadas por la agresión de España al Perú en 1865 y se negó a concurrir al Congreso de Lima, en el cual se presentó, sin poderes y por propia inspiración, Sarmiento”.

En esa oportunidad, Mitre le escribió a Sarmiento: “Las repúblicas americanas son naciones independientes que viven de su vida propia (...) salvándose por sí mismas o pereciendo. Es tiempo de abandonar esa mentira pueril de que somos hermanitos y que como tal debemos auxiliarnos enajenando nuestra soberanía”.

Dos geopolíticas: la de Mitre, por un lado y la de Sarmiento, que luego continuaría el general Julio Argentino Roca.

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