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Corbatas

Jueves, 23 de febrero de 2017 02:04

Al contemplar el prolijo atuendo que lucía mi amigo Miguel (el gourmet del pueblo, el más grande fotógrafo de lo bello y de lo feo) en el espléndido salón del Hotel Salta, arriesgué que el Maestro Scotti criticaría la corbata. Pronto advertí que Scotti era un gran pintor, pero de corbatas no entendía nada (creo que usaba moñito).

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Al contemplar el prolijo atuendo que lucía mi amigo Miguel (el gourmet del pueblo, el más grande fotógrafo de lo bello y de lo feo) en el espléndido salón del Hotel Salta, arriesgué que el Maestro Scotti criticaría la corbata. Pronto advertí que Scotti era un gran pintor, pero de corbatas no entendía nada (creo que usaba moñito).

En realidad, aclaro que a mí me gustó la corbata de Miguel. Su diseño, onda setentista; la calidad (que intuyo) de su tela. Nada que ver con aquellas que penosamente portaba yo unos años antes.

Ahora me pregunto: ¿cómo había señoritas que aceptaran mis invitaciones (a cenar en “El Balcón” o a bailar en el “Aero Club”) viéndome con aquellas horribles corbatas de acetato de “Tienda El Indio”? Damas Generosas: vaya mi agradecimiento tardío.

Quien portaba elegancia clásica era el profesor don Alejandro Ache (autor de la célebre frase “todo es cuestión de empezar”), gran pintor de santos y vírgenes; un talento que se escandalizaría con lo que estamos viendo ahora en su ex Pía Salta.

Siguiendo con el tema de las corbatas (de mis corbatas), diré que usé algunas que venían con el moño hecho, con una armazón metálica. Las célebres y ordinarias de acetato, por lo general brillosas, angostas, a rayas y de colores oscuros. Ensayé un lazo azul con pintas blancas, imitando a don Arturo Jauretche.

Una extrañada dama del “gran mundo” me tejió corbatas de lana que hacían juego con medias también de lana adornadas con rombos. Las usé anchas, muy anchas, cuando aterrizaron en Salta Piero Sport y sus extravagancias. “Locuras juveniles, la falta de consejos” depositaron en el cuello de mi camisa -con arabescos calados y transparentes- una espeluznante corbata de Ante Garmaz, de la que me arrepiento profundamente a mis 72 años.

Quizá mi primer accesorio fue la pajarita de aquel principesco traje de comunión prestado por mis primos elegantes que hicieron merecida carrera en el “gran mundo”. De allí salté al “progresismo” descamisado, que incluyó pantalón y camisa Ombú. No me olvido de la corbata que gane en Vístase Gratis, el programa radial auspiciado por Casa Davy, y conducido por Marino Fernández Molina; una elemental mezcla de marrones y amarillos que terminó adornando el disfraz de una damisela de esas que se ponían una máscara de gato para permitirse desenfrenos en las pistas de tenis de Gimnasia y Tiro. Las tuve lustrosas y desgastadas que, a veces, mostraban rastros de tierras, salsas y malos tratos. Sigo sin entender a aquella dama del “gran mundo” salteña (una auténtica Guermantes), que me decía: “Me fascinan tus corbatas”, mientras me las quitaba preludiando siestas intensas. Todo fue bien hasta la presidencia Lastiri, crucificado por exhibir sus doscientas corbatas de gusto dudoso. Luego la perplejidad en Madrid; más tarde la corbata que me prestó Eduardo, el secretario general, para salir a mi primera rueda de prensa en la Casa Rosada; finalmente aquellas de estética noventista (para no desentonar en los gabinetes, y tratar de ligar con unas rodillas perfectas que terminaron en el Buen Pastor), que aún utilizo para una que otra boda formal. Y mi regreso al “progresismo” de los sin corbata, pero con mucha agua y mucho desodorante. Agradezco a La Corbata que Miguel luce en los salones del Hotel Salta, la oportunidad de estos recuerdos.

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