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El mundo que viene.

En 2050, China desplazará a EEUU como primer economía mundial, y los países emergentes de hoy prevalecerán en el top ten. 
Martes, 28 de febrero de 2017 00:00

El largo plazo no es lo que viene después. El análisis de las tendencias estratégicas condiciona las decisiones del presente. Si bien los gobiernos están obligados a adoptar medidas coyunturales para atender las urgencias y los actores políticos se ven impelidos a actuar en función de sus intereses inmediatos, los agentes económicos, en especial las grandes empresas trasnacionales, se mueven en función de una visión del porvenir. En el mercado financiero internacional los bonos de la deuda pública de los estados soberanos suelen emitirse a veinte o treinta años de plazo y algo parecido ocurre con los créditos bancarios.

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El largo plazo no es lo que viene después. El análisis de las tendencias estratégicas condiciona las decisiones del presente. Si bien los gobiernos están obligados a adoptar medidas coyunturales para atender las urgencias y los actores políticos se ven impelidos a actuar en función de sus intereses inmediatos, los agentes económicos, en especial las grandes empresas trasnacionales, se mueven en función de una visión del porvenir. En el mercado financiero internacional los bonos de la deuda pública de los estados soberanos suelen emitirse a veinte o treinta años de plazo y algo parecido ocurre con los créditos bancarios.

Cuando la consultora PriceWaterHouseCoopers (PwC), una de las más prestigiadas en la comunidad de negocios, difunde su estudio “La visión a largo plazo: ¿cómo cambiará el orden económico mundial para 2050?”, donde predice que para entonces seis de las siete potencias económicas (todas menos Estados Unidos, desplazado al segundo puesto y seguido por India), serán países emergentes, encabezados por China, no solo hace futurología, sino que también produce un hecho que induce a gobiernos y empresas a revisar sus cálculos, planes y estrategias.

En su informe “El mundo en 2050”, la consultora estima que el crecimiento económico mundial tendrá un promedio de aproximadamente 3,5% anual acumulativo hasta 2020, disminuyendo al 2,7% en la década de 2020, 2,5% en la de 2030 y 2% en la de 2040. El estudio presenta proyecciones del crecimiento potencial del producto bruto de las 32 principales economías del mundo, que en su conjunto suman el 85% de PBI global, en las que aparecen China, Brasil, India, Indonesia, Rusia, México y Turquía con una tasa de crecimiento promedio del 3,5% anual acumulativo en los próximos 33 años. Estos siete países son bautizados como el “E-7”. Mientras tanto, las naciones avanzadas del G-7 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia y Canadá) solo crecerán a un ritmo del 1,6%.

Ya no constituye ninguna sorpresa saber que China desplazará a Estados Unidos como primera potencia económica, no en 2050 sino veinte años antes. En 2030, el mundo asistirá a un acontecimiento inédito en más de un siglo: el desplazamiento del país eje del sistema económico mundial ante el avance de una potencia ascendente. La vez anterior fue a principios del siglo XX, cuando Estados Unidos reemplazó a Gran Bretaña. Para los chinos, será una novedad relativa. Volverán a ocupar la posición de privilegio que, según las estadísticas internacionales, tuvieron hasta principios del siglo XIX.

Tal vez sí sea más novedoso que India alrededor de 2050 pueda erigirse en la tercera potencia económica. Esto supone que en las próximas tres décadas su producto bruto superará a Japón, Alemania y Gran Bretaña, entre otros países. En las previsiones de PwC, la tasa de crecimiento de la economía india hasta 2050 será de un 5% anual acumulativo y superará a la de China, que tenderá a amortiguarse con el tiempo.

En el lote de los países emergentes hay otras sorpresas. Según el estudio, Indonesia, México y Turquía tienen una tasa de crecimiento potencial superior a Brasil. Pero las novedades más sorprendentes no se registran en América Latina sino en Asia: Vietnam y Bangladesh, con una tasa de crecimiento del 5% anual acumulativo, seguidas por Filipinas, serían las economías que crecerían a mayor velocidad durante las próximas tres décadas a nivel mundial.

En África, la noticia sería Nigeria, que desplazaría a la República Sudafricana como primera potencia económica del continente negro.

Convergencias y divergencias

Un dato relevante en este nuevo escenario es la caída de la Unión Europea, cuya participación en el producto bruto mundial en 2050 descendería del 17% (incluida Gran Bretaña, hoy separada del bloque continental) a apenas un 9%. Solo Alemania y Gran Bretaña estarían entre las diez primeras economías del mundo, ubicadas en el noveno y décimo lugar, respectivamente. Francia, Italia y España quedarían fuera del “top ten”. La única nación europea con una perspectiva de crecimiento auspiciosa sería una economía emergente: Polonia.

El análisis de PwC ilustra acerca de la paradoja histórica de la globalización. Desde 1990, a partir de la desaparición de la Unión Soviética y la universalización del capitalismo como sistema económico, la brecha entre el mundo emergente y los países altamente desarrollados se viene achicando. Durante el último cuarto de siglo, el ritmo de crecimiento de los países emergentes duplicó al de las naciones desarrolladas.

Este proceso tiende a profundizarse. En 2050, en el ranking de las primeras diez potencias económicas, solo cuatro pertenecerán al antiguo G-7 (Estados Unidos, Japón, Alemania y Gran Bretaña) y seis al pelotón de vanguardia de los países emergentes (China, India, México, Brasil, Rusia e Indonesia).

Lo singular de este rediseño de la geografía económica es que su locomotora sean las empresas transnacionales occidentales (en particular norteamericanas y europeas) que desde hace un cuarto de siglo aprovechan el escenario propicio abierto por los avances tecnológicos que abaratan los costos del transporte y las comunicaciones y la apertura generalizada de las economías para reorientar sus inversiones hacia los países que ofrecen mejores tasas de retorno a sus capitales.

De allí que este desplazamiento en el poder económico global no haya sido acompañado por un descenso del poderío de las multinacionales estadounidenses y europeas, que siguen ocupando los primeros puestos en el ranking mundial, con algunas escasas excepciones, corporizadas por un puñado de empresas chinas. Esto hace que cada vez más estadounidenses y europeos critiquen a “sus” empresas por trasladar sus plantas y empleos a otros países.

Las consecuencias están a la vista: el movimiento antiglobalización, que en la década del 90 tuvo nacimiento en América Latina, como una bandera de lucha de las corrientes de izquierda que habían quedado desguarnecidas tras la desaparición de la Unión Soviética, con su persistente denuncia acerca de que la globalización provocaría un ensanchamiento de la brecha entre los países más adelantados y los periféricos, pierde sustento en sus países de origen y traslada su epicentro a los países desarrollados, cuyas poblaciones advierten la “capitis diminutio” que ya experimentan a escala mundial.

El ascenso de Donald Trump en Estados Unidos y el avance de la derecha nacionalista en la Unión Europea reflejan esa resistencia a un fenómeno históricamente irreversible.

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