Cristina Mamaní convive con la pobreza. No solo con las necesidades monetarias y de servicios básicos, sino con la peor pobreza, que es la que genera el olvido.
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Cristina Mamaní convive con la pobreza. No solo con las necesidades monetarias y de servicios básicos, sino con la peor pobreza, que es la que genera el olvido.
La mujer de 43 años está al frente de un comedor infantil que instaló en su vivienda del barrio Primera Junta, ubicado a pocas cuadras del vertedero municipal capitalino. En ese lugar asiste, junto a su hija, a 135 chicos de ese sector desde hace ocho años.
En los últimos cinco meses del año pasado, gracias a una nota publicada por El Tribuno, el comedor recibió por primera vez una ayuda del Estado con alimentos que brindaba la Cooperadora Asistencial, pero ese aporte se cortó una vez finalizado el período lectivo y hasta ahora no se restituyó.
"Desde que se terminaron las clases no contamos más con la copa de leche. Solo nos dan tortilla o bollitos, que de lunes a viernes vienen a buscar los niños", contó ayer a este diario Cristina.
Sin esa ayuda, la mujer tuvo que recortar la asistencia que brinda a los niños de seis días a la semana a tres. Cocina los almuerzos con el aporte inclaudicable que realizan puesteros del mercado Cofruthos y con lo que gana en la venta de sandwichs de milanesa en la feria americana del barrio Solidaridad, los lunes y viernes.
La vecina de Primera Junta es testigo de que los índices de pobreza aumentaron y dice que el año pasado vio crecer el desempleo y las necesidades en esa barriada de la populosa zona sudeste de la ciudad.
"La necesidad nos está apretando mucho", relató Cristina. Según contó, la mayoría de los niños del comedor viven con madres solteras, cuyo único sustento son las asignaciones sociales que distribuye el Estado.