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Europa, un continente a la deriva

La protesta antisistema enarbola la reivindicación del estado - nación contra la UE y la afirmación de las identidades culturales frente a la oleada inmigratoria.  
Domingo, 19 de marzo de 2017 00:00

"Con dos victorias, así me quedo sin Ejército". El primer ministro holandés Mark Rutte bien podría recordar la famosa frase de Pirro, aquel general griego del siglo IV a C. que observaba melancólicamente las bajas sufridas por sus tropas tras una batalla contra los romanos.

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"Con dos victorias, así me quedo sin Ejército". El primer ministro holandés Mark Rutte bien podría recordar la famosa frase de Pirro, aquel general griego del siglo IV a C. que observaba melancólicamente las bajas sufridas por sus tropas tras una batalla contra los romanos.

Porque el resultado de las elecciones legislativas de Holanda constituyó un duro revés para las aspiraciones del ultranacionalista Geert Wilders y generó un profundo suspiro de alivio en los gobiernos de la Unión Europea, pero implicó también una victoria cultural de los perdedores, cuyas consignas islamófobas fueron parcialmente asumidas por el partido gobernante. El fantasma de un triunfo de Wilders llevó incluso al gobierno holandés a provocar un conflicto diplomático con Turquía días antes de la elección, en una escalada que determinó la ruptura de las relaciones diplomáticas entre ambos países.

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, no se privó de acusar de "nazis" a los gobernantes holandeses, que competían afanosamente con el ultraderechista Wilders, por haber expulsado de su territorio a la ministra de la Familia, Fatma Betl Sayan Kaya, y prohibido la visita del canciller Mevlt Cavusoglu, quienes pretendían participar en actos públicos de la numerosa colectividad turca en Amsterdam para respaldar el voto por el "sí" en el referéndum constitucional convocado por Erdogan para el próximo 16 de abril. Rutte, autodefinido como un "hombre práctico", no vaciló tampoco en endurecer su discurso sobre la inmigración musulmana, con un tono beligerante que se asemejó al empleado por Wilders, quien entre otras medidas restrictivas sobre los residentes islámicos postulaba prohibir la enseñanza del Corán. El primer ministro señaló que "hay recién llegados que abusan de la libertad para imponernos sus valores culturales. Eso irrita y da la sensación de que Holanda está en sus manos". Advirtió también: "compórtense normalmente o váyanse".

Aunque en política es imposible disimular la diferencia entre el triunfo y la derrota, alguna razón le asiste a Wilders cuando declaró que "poco importan los resultados de las elecciones de hoy: el genio no regresará a la lámpara y esta revolución patriótica terminará por realizarse". Porque la batalla de Holanda es parte de una guerra desatada en Europa.

En el Manifiesto Comunista, publicado en 1848, Carlos Marx y Federico Engels empezaban diciendo: "un fantasma recorre Europa. Es el fantasma del comunismo". La misma sensación invade hoy los círculos políticos y empresarios de la Unión Europea con el avance de las formaciones de la "derecha alternativa" en la mayoría de los países de Europa Occidental, cuyos partidarios se vieron acicateados por el triunfo del Brexit en el referéndum británico y el ascenso de Donald Trump en Estados Unidos, que reveló que aquello hasta entonces considerado imposible súbitamente podía tornarse real.

El relanzamiento continental de la derecha alternativa fue la reunión realizada en enero en la ciudad alemana de Coblenza, convocada por Frauke Petry, vicepresidenta de Alternativa para Alemania. El cónclave fue inaugurado por Marine Le Pen, la candidata presidencial del Frente Nacional en Francia, quien proclamó: "vivimos el final de un mundo y el nacimiento de otro". Le Pen denostó "la prisión de la Unión Europea" y pronosticó el regreso de los "estados nación". Afirmó que "el patriotismo no es una política del pasado, sino del futuro". Consideró que no se trata de "una cuestión de probabilidades, sino de tiempo, una evolución irreversible".

Matteo Salvini, líder de la italiana Liga del Norte, consideró "inaceptable" que las mujeres alemanas "tengan miedo de mostrar su pelo rubio". "A toda esa gente de Arabia y de África que viene a Europa, les decimos que Europa no será islámica, que Europa es nuestra casa", advirtió. Para Salvini , "el euro es un experimento fallido y criminal".

Cerca de un millar de delegados presentes en las deliberaciones respaldaron la necesidad de trabajar mancomunadamente y brindarse apoyo recíproco en los desafíos electorales de este año, que comenzaron el Holanda y continúan con las elecciones presidenciales francesas de abril, donde Le Pen tiene virtualmente asegurado pasar a la segunda vuelta, y los comicios legislativos alemanes de octubre, donde Alternativa para Alemania pretende instalarse como una fuerza significativa en el Parlamento.

Más allá de los resultados electorales, sería necio subestimar la profundidad de este fenómeno. Europa Occidental, que ha resultado la principal víctima de la globalización, atraviesa una etapa de decadencia histórica. Por primera vez en cinco siglos, dejó de ser el centro de la política mundial. Su economía padece un estancamiento estructural. La Unión Europea, con Gran Bretaña adentro, representa el 17% del producto bruto mundial.

En el informe prospectivo sobre la economía mundial en el 2050, la consultora PwC consigna que en 2050 ese porcentaje descenderá al 10%. Entre las siete potencias económicas no habrá ninguna europea. Alemania ocupará el octavo lugar y Gran Bretaña el décimo.

Esta realidad está asociada a una crisis demográfica. Los europeos tienen menos hijos que nunca. La tasa de reemplazo poblacional, que es lo que hace viable una sociedad, está en 2,1 hijos por cada mujer. En Europa esa relación se encuentra por debajo de 1,5. Sólo las comunidades de inmigrantes musulmanes están afuera de ese declive de la natalidad, factor que estimula la fantasía de que antes de fin del siglo XXI el continente está condenado a convertirse en "Eurabia". Este año los europeos que nacen no alcanzarán a sustituir a los que mueren. Con este panorama, hacia 2050 Europa habrá perdido 75 millones de habitantes. Para los nacionalistas, frenar la inmigración es una cuestión de identidad cultural y religiosa, casi de supervivencia. La población europea representa hoy el 11% de la población mundial. En 2050 tendrá la mitad: 5,2%.

En este contexto, no es extraño que la protesta antisistema, en otros tiempos monopolizada por la izquierda, enarbole ahora como bandera la reivindicación del estado - nación contra la burocracia de Bruselas y la afirmación de las identidades culturales frente a la oleada inmigratoria. Esta rebelión contra las elites cosmopolitas encuentra su base de sustentación en el tradicionalismo cultural de las zonas rurales pero también en las antiguas barriadas obreras otrora ganadas por la izquierda, cuyos habitantes más que luchar contra la explotación capitalista sufren el desempleo generado por el éxodo de las plantas industriales hacia los países del mundo emergente y la competencia de los inmigrantes en el mercado laboral.

Lo único claro de ese panorama sombrío es que la clase dirigente europea está lejos de entender lo que se mueve bajo sus pies.

 

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