Aunque el calendario nos especifique que hoy comienza el otoño, en realidad el evento ocurrió ayer en horas de la mañana. Entonces el sol, que oscila entre los hemisferios Sur y Norte, atravesó el equinoccio disponiéndose a llevarse el verano que los de esta parte del globo terráqueo estábamos viviendo. Atravesado ese umbral, los días serán cada vez más cortos y las noches más largas. Además, según anuncian los meteorólogos, se tratará de un otoño atípico -cosa que se ha vuelto típica en el cambio climático-, ya que vendrá sofocante y con muchas lluvias.
inicia sesión o regístrate.
Aunque el calendario nos especifique que hoy comienza el otoño, en realidad el evento ocurrió ayer en horas de la mañana. Entonces el sol, que oscila entre los hemisferios Sur y Norte, atravesó el equinoccio disponiéndose a llevarse el verano que los de esta parte del globo terráqueo estábamos viviendo. Atravesado ese umbral, los días serán cada vez más cortos y las noches más largas. Además, según anuncian los meteorólogos, se tratará de un otoño atípico -cosa que se ha vuelto típica en el cambio climático-, ya que vendrá sofocante y con muchas lluvias.
De todas maneras hoy nos despertamos chapoteando en esa greda de tiempo que dejan las estaciones del año cuando comienzan a irse. Como virutas de recuerdos colectivos en las que se pueden oír el rumor del mar, risas de niños en vacaciones, juegos inacabables, aventuras de turistas sorprendidos por las maravillas de las distancias y amores de verano que ya nunca más volverán a ser.
Recordamos que, de niños, en días similares recién comenzábamos a comprender que el año ya hacía rato que se había echado a rodar hasta el próximo calendario. Y que la fiesta del verano cerraba sus puertas para nosotros. Comenzaba la escuela con sus rutinas, con sus mañanas heladas y obligaciones para todos. Ahora es casi igual, pero con un poco más de desesperanzas.
Y a pesar de eso, nuestros recuerdos más firmes están iluminados por el filtro amarillento del otoño. Si podríamos, recordaríamos cada hoja cayendo, cada árbol desvistiéndose en los parques, cada tarde con su café con leche. Y cada fogata furtiva a la hora del incendio. Pero a los otoños que sobreviven a la brevedad de nuestra memoria los llevamos a todas partes. Recordamos montes enteros teñidos del mismo color que
el ocaso, el aroma húmedo de las hojas amontonadas, el crujido de sus cadáveres leves despedazándose bajo nuestros pasos. Ese misterio donde Dios parece a punto de revelarse a cada instante.
Es que tenemos muchísimos otoños dentro, edificándonos.¿Qué tendrá esta estación que se nos fija tanto en los sentimientos? ¿Será esa certeza que nos hace saber que, como hojas de estación, dejaremos nuestros troncos ante el ventarrón del tiempo? ¿O solo será por la turbiedad de sus colores ocres que tanto se parecen a los sueños?
El otoño se deja respirar por la gente atenta. Tiene un perfume que viene de lejos. Y, a cada bocanada, comenzamos a desandar los años. Recordamos aquellos primeros amores bajo la lluvia de hojas gigantes de los plátanos que todavía doran la calle Santiago del Estero. Las caminatas por ese atardecer que no se termina jamás. La vida parecía más pura bajo el aliento de esos otoños.
Y volvemos hasta la abuela Virginia, que aún nos espera con la merienda caliente y un aroma de vieja buena que abrigaba los corazones y los libraba de una zozobra que ahora no encuentra sosiego. La vieja regaba su jardincito como una filósofa antigua que cuidaba el orden del mundo en su dos metros y medio de patio. Ahí estaban sus dalias gordas y sus crisantemos pensativos. Sus margaritas sencillas y orgullosas, sus pensamientos a punto de convertirse en mariposas y marcharse hasta el próximo verano. Ahora que nos detenemos a pensarlo, no sabemos muy bien cuándo la dejamos a la abuela Virginia en aquel patio donde ni los nietos ni el frío, lograban arrebatarle el verde a los pastos.
Pero un día, tal vez fue en otro otoño, la vieja se quedó dormida para siempre junto a sus flores. Y con ellas la vestimos. Ahora lo recordamos. La llevamos en andas, luego, como a una princesa.
Y ella se llevó puesto su jardín entero.