¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

24°
29 de Marzo,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Cómo son los “excesos lectores”, en la experiencia del escritor José Burucúa

La obra, cuyo autor ganó el Premio Konex de Brillante, invita a intelectuales a escribir acerca de su relación con los libros y con la mágica experiencia de la lectura a lo largo de diversas obras, estilos y autores, entre otros. 
Sabado, 22 de abril de 2017 19:39

Por Damián Tabarovsky , Autor, para Télam

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Por Damián Tabarovsky , Autor, para Télam

La singularidad de la figura de José Emilio Burucúa se expresa ya en los textos y paratextos de "Excesos lectores, ascetismos iconográfricos", publicado por la editorial Ampersand, en la colección Lectores que, dirigida por Graciela Batticuore, invita a intelectuales a escribir acerca de su relación con los libros, con la lectura. 
De un lado, una faja en sobrecubierta anuncia que Burucúa obtuvo el Premio Konex de Brillante, información que se reitera en una de las solapas (con el agregado de una enigmática frase final: “En 2016 recibió el Premio Konex de Brillante, máximo galardón”). Es decir, que estaríamos en presencia de un ensayista central en la escena cultural argentina, un consagrado, un galardonado. Por otro lado, Burucúa, en la página de “agradecimiento a los editores”, menciona las diversas editoriales que dieron cabida a su obra: Lugar editorial, Miño y Dávila, Biblos, Fondo de Cultura Económica, Periférica, Adriana Hidalgo, Colihue, Universidad Nacional de San Martín, Eudeba, Katz Editores, y finalmente la ya mencionada Ampersand. 
Si un intelectual de la envergadura de Burucúa hubiera nacido en otra parte, seguramente habría encontrado rápidamente una única editorial para el grueso de su obra, imagino en Francia a Les Éditions de Minuit, como ocurre con Georges Didi-Huberman, por dar un ejemplo que bien se repite en muchos otros casos. Que Burucúa haya tenido ese trayecto editorial dice mucho sobre el estado de la edición argentina. Tal vez también diga algo acerca de la personalidad del autor (no puedo afirmarlo, apenas si lo conozco). Pero en cambio, estoy seguro que señala un lugar en un imaginario mapa de la cultura argentina, una posición de excentricidad, de cierta lateralidad, de gusto por la deriva. 
De allí la tensión -casi diría que la paradoja- que vuelve singular la figura de Burucúa: central y a la vez periférico, galardonado pero al mismo tiempo irremediablemente raro, nodal y a la vez inclasificable. Porque inclasificable es su erudición -hecha de sabiduría, rigor, e ironía- que reaparece en "Excesos lectores…" en un tono que, de alguna manera, hace sistema con sus libros de cartas y diarios de viaje, y con el volumen sobre su historia familiar, textos todos que recurren a la dimensión autobiográfica.
Presidido por “la felicidad del conocimiento”, Burucúa recorre sus lecturas en estricto orden cronológico, alternando, aquí y allá, comentarios sobre su vida, sus viajes y sus opiniones políticas. Supongo que debe ser su aversión al peronismo lo que lo llevó, antes de la última elección presidencial, a la penosa decisión de firmar una solicitada a favor de Macri (habiendo otras opciones, como votar en blanco, impugnar el voto, etc.), pero en cambio en el libro sus digresiones críticas sobre el peronismo son encantadoras, un poco como las de Halperín Dongui (a quien Burucúa notoriamente elogia), hechas de un humor y una agudeza ausentes obviamente en el propio peronismo. 
Casi todos los recodos en que se desliza por fuera de sus lecturas para aterrizar en pequeñas epifanías cotidianas están muy logrados. Transcribo uno, para compartir el tono del autor: “Titubée tanto en mis años de Facultades. Tuve mi conflicto personal. Empecé Medicina, por supuesto, pero no pude adaptarme al régimen autoritario de esa enseñanza. En la cátedra de Histología había un pedante del Nacional Buenos Aires, a quien yo conocía bien de algunas fiestas, de esas a las que asistía para sufrir”.
Y por supuesto, sobre todo, están las lecturas, la relación con los libros, con los autores, los temas, las bibliotecas. Es una relación basada en la curiosidad infinita y en el agradecimiento. Impresiona la honestidad, por no decir la humildad -termino que funcionaría como un lugar común- o, mejor dicho, la naturalidad (la naturalidad de quien posee sabiduría) para narrar cómo conoció tal o cual autor o libro, muchas veces en simples suplementos culturales o en revistas o incluso en libros de colegas. 
Una nota en La opinión lo llevó a comprar "El grado cero de la escritura", de Barthes; gracias a los libros de Beatriz Sarlo leyó luego a Marshall Berman y Carl Schorske (“No al revés”). Hacia el final reconoce a los “grandes maestros” de su generación, siete intelectuales a los que en muchos casos frecuenta o frecuentó personalmente, y que lo han influenciado. Llega a Carlo Ginzburg (“el personaje de la historiografía a quien más he querido parecerme”) y lo define de un modo que, en espejo, bien sirve para definir ese lugar central y lateral a la vez del propio Burucúa. Tras leer "El queso y los gusanos", escribe: “no podía creer la maravilla que estaba leyendo, un discurso coherente y desdoblado (aunque parezca contradictorio)”. Efectivamente, ese tono de discurso coherente en su erudición y desdoblado en sus pliegues y recodos que invitan a un doble sentido, marca el estilo de Burucúa. Es como si siempre Burucúa estuviera diciendo dos cosas a la vez, como si esta tensión irresuelta operase como el motor de sentido de sus textos.
Burucúa recuerda que de niño “mi hermano Martín y yo dormíamos en el escritorio-biblioteca de mi padre”. Su cabeza estaba pegada a “un tercer estante donde se habían dispuesto los tomitos de la historia universal de Albert Malet y varios libros de historia del arte”. Dormir entre libros, soñar con libros, con saberes, con conceptos: pocas metáforas más adecuadas para definir a "Excesos lectores…", el libro para quien en el acto de leer prevaleció “la emoción educadora, el llanto cicatrizante” y para quien la indignación provocada por un texto “terminó casi siempre en carcajada”.

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD