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Tiene 100 años y todavía juega al tenis

Artyn Haroutiun Elmayan nació en Marash hace 100 años, el 5 de abril de 1917.
Martes, 25 de abril de 2017 07:45

Artyn Haroutiun Elmayan nació en Marash hace 100 años, el 5 de abril de 1917. La cadena de atentados cometidos por el Imperio Otomano entre 1915 y 1923 que conformaron el sanguinario genocidio armenio, lo dejó sin padre. 
En medio del horror, logró seguir un tiempo junto con su madre y su hermana, hasta que fue enviado a vivir con una tutora inglesa al Líbano. Pero en 1938 se embarcó desde Siria hacia Buenos Aires. 
‘El recuerdo no es nada agradable; prefiero tener cerrada la página‘, confiesa Elmayan, sentado en un pequeño banco del sector de tenis en el Club Atlético River Plate. La rutina no se altera: martes y jueves (y a veces también los sábados y domingos, dependiendo de la bondad del clima) se toma el tren Belgrano Norte en la estación Boulogne Sur Mer, se baja en Ciudad Universitaria (‘Tardo 23 minutos; si me tomo el colectivo puedo llegar a demorar una hora y media‘) y camina hasta el estadio Monumental cargando una raqueta, un tubo de pelotitas y una botellita de agua. El tenis es, sin dudas, uno de los alimentos de su fabulosa longevidad.
Fue Azniv, la hermana de Artyn, la primera de la familia Elmayan que puso un pie en la Argentina. Ya instalada en Buenos Aires, en pareja y trabajando en una fábrica de calzados del barrio de Valentín Alsina, pudo contactar a su hermano y lo convenció de que dejara el trabajo de peluquería y la acompañara en América del Sur. ‘Yo tenía 21 años. Mi hermana y mi cuñado necesitaban una persona de confianza para la administración y cuando me lo propusieron ni lo pensé. Fue difícil irme, pero la propuesta me vino bien. Al llegar aquí me encontré con grandes diferencias, fue un choque cultural, pero estaba contento‘, evoca Artyn, nostálgico. Del largo viaje recuerda, con una sonrisa, un momento en el que estaba fumando; el barco empezó a zarandearse y se mareó de tal manera que le tomó asco al tabaco y nunca más probó un cigarrillo. Vivió en Puente Alsina, en Barracas y, en 1949, se instaló en Boulogne, donde continúa. Tuvo un comercio de uniformes escolares durante cinco décadas. La pelota a paleta fue el primer deporte que practicó en el país, pero lo abandonó después de fracturarse una muñeca en un accidente en bicicleta. Así fue como, con 39 años, comenzó a practicar un deporte que no fuera ‘tan brusco‘: el tenis. Como vivía en zona norte y trabajaba en el microcentro, se hizo socio de River. ‘Me quedaba de paso, entonces me pareció un lugar cómodo para jugar antes o después de trabajar‘, cuenta Elmayan, ya vitalicio del club de Núñez, que con el tiempo se transformó en un lugar de recreación familiar y encuentro social, compartido junto con su mujer Luisa -fallecida en 2016, a los 91 años-, su hija Elisa y sus nietos.

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Artyn Haroutiun Elmayan nació en Marash hace 100 años, el 5 de abril de 1917. La cadena de atentados cometidos por el Imperio Otomano entre 1915 y 1923 que conformaron el sanguinario genocidio armenio, lo dejó sin padre. 
En medio del horror, logró seguir un tiempo junto con su madre y su hermana, hasta que fue enviado a vivir con una tutora inglesa al Líbano. Pero en 1938 se embarcó desde Siria hacia Buenos Aires. 
‘El recuerdo no es nada agradable; prefiero tener cerrada la página‘, confiesa Elmayan, sentado en un pequeño banco del sector de tenis en el Club Atlético River Plate. La rutina no se altera: martes y jueves (y a veces también los sábados y domingos, dependiendo de la bondad del clima) se toma el tren Belgrano Norte en la estación Boulogne Sur Mer, se baja en Ciudad Universitaria (‘Tardo 23 minutos; si me tomo el colectivo puedo llegar a demorar una hora y media‘) y camina hasta el estadio Monumental cargando una raqueta, un tubo de pelotitas y una botellita de agua. El tenis es, sin dudas, uno de los alimentos de su fabulosa longevidad.
Fue Azniv, la hermana de Artyn, la primera de la familia Elmayan que puso un pie en la Argentina. Ya instalada en Buenos Aires, en pareja y trabajando en una fábrica de calzados del barrio de Valentín Alsina, pudo contactar a su hermano y lo convenció de que dejara el trabajo de peluquería y la acompañara en América del Sur. ‘Yo tenía 21 años. Mi hermana y mi cuñado necesitaban una persona de confianza para la administración y cuando me lo propusieron ni lo pensé. Fue difícil irme, pero la propuesta me vino bien. Al llegar aquí me encontré con grandes diferencias, fue un choque cultural, pero estaba contento‘, evoca Artyn, nostálgico. Del largo viaje recuerda, con una sonrisa, un momento en el que estaba fumando; el barco empezó a zarandearse y se mareó de tal manera que le tomó asco al tabaco y nunca más probó un cigarrillo. Vivió en Puente Alsina, en Barracas y, en 1949, se instaló en Boulogne, donde continúa. Tuvo un comercio de uniformes escolares durante cinco décadas. La pelota a paleta fue el primer deporte que practicó en el país, pero lo abandonó después de fracturarse una muñeca en un accidente en bicicleta. Así fue como, con 39 años, comenzó a practicar un deporte que no fuera ‘tan brusco‘: el tenis. Como vivía en zona norte y trabajaba en el microcentro, se hizo socio de River. ‘Me quedaba de paso, entonces me pareció un lugar cómodo para jugar antes o después de trabajar‘, cuenta Elmayan, ya vitalicio del club de Núñez, que con el tiempo se transformó en un lugar de recreación familiar y encuentro social, compartido junto con su mujer Luisa -fallecida en 2016, a los 91 años-, su hija Elisa y sus nietos.

Profesionalismo

Artyn compitió durante mucho tiempo para River en torneos de la clase Senior de la Asociación Argentina de Tenis (AAT). También llegó a actuar en certámenes internacionales. Tuvo ranking nacional y de la Federación Internacional en la categoría +85. ‘Tengo unas 27 copas en mi casa. El tenis es amistoso, no se insulta. Cuando terminás de jugar le das la mano a tu rival y chau‘, detalla. Aquellos que lo conocen desde su juventud dicen que en el club lo apodaban Motoneta, porque no tenía gran técnica pero era un corredor inagotable. ‘Hace más de 40 años, cuando éramos chicos y jugábamos en el club, nadie quería enfrentarlo porque para ganarle había que correr una barbaridad. Generalmente jugaba singles; decía que el dobles le aburría‘, rememora Daniel Palito Fidalgo, formador de Gabriela Sabatini y con toda una vida en los courts rojiblancos. ‘Siempre educado, caballero. Terminábamos de jugar y se quedaba dándote consejos‘, añade el actual Vicepresidente 1º de la AAT y Director de Deportes en River.
Guillermo Vilas fue el tenista que Artyn más admiró. ‘Seguía mucho sus resultados cuando jugaba en Europa. Es una persona bellísima‘, aporta el armenio, que hace unos años pudo conocer al mejor tenista argentino de la historia cuando llevó a su hija mayor, Andanin, a practicar al club. ‘Me pude sacar una foto‘, dice, divertido. ¿Qué jugadores le gustan de la actualidad? ‘Delpo me gusta. Y también Delbonis; si sigue así, va a llegar alto. De afuera, Federer es indiscutible. También me gusta el paisano de Federer, Wawrinka. Juega bien‘, asegura el hombre que religiosamente se levanta a las seis y media de la mañana, se toma un par de mates, luego un café con leche acompañado por bizcochos y enciende su motor interno.
‘No sé si soy un ejemplo, pero insisto en que la gente haga deportes. Y el tenis se puede practicar hasta cualquier edad. Si fuera por mi médico, ya tendría que haber frenado. Me dice: ’Basta, basta, basta Elmayan’. (Sonríe) Y le respondo: ’No doctor; si dejo el tenis echo panza. No quiero morirme con panza’. ¿Si tengo secretos? No. Está todo a la vista. Jugar y poner alma y vida. No hay que exagerar con las comidas; hay que comer pero de manera equilibrada‘, relata, aunque concede que su debilidad son las empanadas armenias (lehmeyun).
La fresca mañana otoñal no impide que Artyn esté, firme, en la cancha. Luis González, otro socio vitalicio de River, pero de 79 años, lo acompaña. Artyn se disculpa; no quiere hacer esperar a su amigo. Se acomoda los anteojos oscuros, toma la raqueta y pisa la cancha, donde se siente igual de vital que aquel muchacho que a los 21 años cruzó el océano con mucha incertidumbre.

Fuente: La Nación

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