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Las dos guerras de Malvinas

El patriotismo de los soldados contrasta con la soberbia de una elite militar violenta y responsable de la gran derrota. Esa última actitud fue fruto del desconocimiento de la realidad del mundo. 
Sabado, 08 de abril de 2017 00:00

Entre abril de 1982 y mediados de junio de ese mismo año, la Argentina y el Reino Unido libraron la así llamada Guerra de Malvinas, guerra que, en realidad, estuvo conformada por dos.

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Entre abril de 1982 y mediados de junio de ese mismo año, la Argentina y el Reino Unido libraron la así llamada Guerra de Malvinas, guerra que, en realidad, estuvo conformada por dos.

La primera guerra

La primera guerra es la que debería considerarse la "verdadera". Es la que libraron soldados bisoños, mal equipados y poco entrenados, pero imbuidos de ferviente patriotismo y entusiasmo, junto con suboficiales y oficiales que exhibieron alto profesionalismo e igualmente probada eficacia en su desempeño.

Las Fuerzas Armadas argentinas mostraron al mundo, y especialmente al Reino Unido, que estaban en condiciones de enfrentarse nada menos que a la potencia que a su vez hizo frente y neutralizó a la maquinaria de guerra más temible durante la Segunda Guerra Mundial: el ejército y la fuerza aérea del Tercer Reich.

No hay que esforzarse demasiado para probar la afirmación realizada: hay profusa documentación filmada, de ambos bandos, en la que se aprecia el hundimiento de varios buques de guerra de la Royal Navy, lo mismo que el abatimiento de numerosos aviones de la Royal Air Force, además de fuertes bajas de soldados británicos.

Adicionalmente, está el testimonio de la propia prensa británica, empezando por la BBC, que mostró la performance de la guerra, destacando el comportamiento bélico de los militares argentinos que estaba a la altura de los mejores del mundo.

Debe recordarse que el presidente Raúl Alfonsín, apenas superada la primera de varias crisis con los así llamados "cara pintada", en Semana Santa de 1987, se refirió a ellos como "héroes de Malvinas", y no pueden caber dudas, dadas las circunstancias en que se expresó Alfonsín, que no podía estar "entusiasmado" en esos momentos con el comportamiento de esos "cara pintada".

No menos importante, sin embargo, es el desempeño de los oficiales argentinos respecto de la población civil de Malvinas durante el conflicto, la que experimentó felizmente un número muy reducido de penurias y pérdidas de vidas.

La segunda guerra de Malvinas

La segunda guerra de Malvinas, todavía se está librando, pero lo mismo que otras "guerras" inconclusas de la Argentina, ésta se desarrolla dentro de nuestro propio país y parece muy difícil que concluya alguna vez, al menos si los argentinos no cambiamos de actitud.

Esta "segunda guerra" comenzó con la pésima y también perversa decisión de ocupar las Malvinas por parte de militares infatuados y "majestuosos", ignorantes de la propia realidad militar e industrial de la Argentina y, sobre todo, ignorantes de la realidad militar e industrial del Reino Unido y su profundo nexo de amistad y solidaridad con los Estados Unidos, habiendo confundido la oferta británica de devolución de las islas efectuada poco tiempo antes, con una debilidad moral que, al menos en la figura de la entonces primer ministro, Margaret Tatcher, estaba muy lejos de ser real.

Ese "comienzo" de la guerra tiene un antecedente en la también arrogante y temeraria decisión por fortuna abortada por el papa Juan Pablo II y su enviado, el cardenal Antonio Samoré, de esos mismos cabecillas militares, de invadir Chile, en una infantil, pero no por ello menos torpe e insolidaria actitud como respuesta a un fallo "injusto" sobre las islas del Canal de Beagle, fallo que era el resultado de una decisión tomada en su momento por la Argentina.

El comienzo de la guerra incluyó también, por parte de la camarilla militar que ordenó la ocupación de las islas, la decisión de enviar a chicos casi adolescentes, sin entrenamiento ni impedimenta apropiada, a una masacre: enfrentar a los soldados británicos, profesionales, con experiencia mundial en dos guerras mundiales -la Guerra de Corea y otros numerosos conflictos durante el siglo XX para no ir más atrás en el tiempo- lo mismo que a batirse con comandos que figuran entre los mejores del mundo, librando al mismo tiempo una "guerra psicológica" que nunca engañó a los británicos, pero sí a una Argentina que luego sumó una nueva frustración al conocer la realidad y el engaño al cual fue sometida.

Esta "segunda guerra" se disimuló, sin embargo, detrás del comportamiento ejemplar de las Fuerzas Armadas en Malvinas, incluidos los soldados retoños, que dieron, como se decía, una dura batalla a sus oponentes, habiéndose rendido con honor y reconocimiento del enemigo, reconocimiento que es, sin embargo, todavía retaceado en la Argentina.

La enseñanza de la Historia

"Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla".

Se atribuye esta frase al filósofo norteamericano George Santayana esta frase, que nos cabe a la perfección a los argentinos. Nuestra incapacidad de "separar la paja del trigo", lo que es equivalente a "meter a todos en la misma bolsa", nos lleva a juzgar con la misma vara a los militares "majestuosos", que iban a provocar un "giro de 360 grados" en la política exterior -lo que, despojado de su absurdo significaba que se iba a producir un acercamiento a Occidente- y terminaron enfrentándose nada menos que a uno de sus principales exponentes de ese Occidente, que es el Reino Unido, poniendo a esos malos militares, como los llamó Borges, en un pie de igualdad con aquellos que cumplieron honrosamente y al nivel de los mejores guerreros del mundo, con su deber.

Es evidente que, aun desde la posición antibélica de quienes así la sostienen, debe admitirse que, desde el momento en que las Fuerzas Armadas tienen un papel institucional, este papel las lleva a responder a las órdenes de quienes las comandan.
Descalificar a todas las Fuerzas Armadas por errores desde su conducción no tiene ningún sentido y constituye un golpe bajo; en todo caso, la preocupación de llevarse a las razones por las cuales las malas decisiones son tomadas y, en el caso de la Argentina, lo que “está mal” es la ruptura del orden institucional, que es responsabilidad de los oficiales superiores y sus ejecutores, y no del conjunto de la institución.
Lamentablemente, los argentinos “metemos a todos en la misma bolsa” y nos imponemos conductas maniqueas que son autodestructivas: si aborrecemos de las Fuerzas Armadas, del sindicalismo, la empresa, la Iglesia, la política, la “gente que vota mal” y así sucesivamente, ¿quién queda en pie? Es claro que es necesario empezar a “separar la paja del trigo” y buscar la verdadera causa de nuestras penurias, que no es otra que la actitud del conjunto de los argentinos que siempre buscamos atajos y construimos leyes e instituciones que luego pisoteamos e incumplimos.
Probablemente, este cambio de actitud nos lleve a desterrar el mecanismo de la “guerra” que libramos en forma permanente, repitiendo, cual Sísifo, los mismos errores una y otra vez. Despojarnos de odios absurdos a los británicos -odio que no estaba presente durante la guerra de Malvinas en ningún bando- y reemplazarlo por una actitud reivindicatoria pacífica, que nos lleve a aceptar a los isleños como quienes serán en definitiva en el futuro, nuestros hermanos, y a borrar resentimientos con otras naciones hermanas, como Chile, cuya “traición” en la guerra de Malvinas, aunque reprochable, puede también entenderse como respuesta a nuestra agresión de 1978, felizmente abortada. Es hora de terminar nuestras guerras y de reconciliarnos: con toda América, el mundo, y fundamentalmente, con nosotros mismos y las instituciones que, también, nosotros mismos, hemos creado.

 

 

 

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