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El relato que reúne, en una misma viñeta, a Miguel Abuelo y a Julio Espinosa

Pipo Lernoud presentó su obra “Yo no estoy aquí” en la Feria del Libro. La charla se convirtió en un viaje de película, con paradas increíbles como la anécdota que pinta al líder de Los Abuelos de la Nada cantando la “Vidala para mi sombra”.
Lunes, 08 de mayo de 2017 08:18

La Feria Internacional de Libro de Buenos Aires fue el contexto en el que el poeta, periodista y compositor Pipo Lernoud presentó su libro “Yo no estoy aquí. Rock, periodismo, ecología y otros naufragios (1966-2016)”  (Gourmet Musical). El acto organizado por la Sociedad Argentina de Escritores y Escritoras (SEA) tuvo formato de reportaje público y, desde la primera intervención del autor, se convirtió en un rosario de anécdotas imperdibles.   

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La Feria Internacional de Libro de Buenos Aires fue el contexto en el que el poeta, periodista y compositor Pipo Lernoud presentó su libro “Yo no estoy aquí. Rock, periodismo, ecología y otros naufragios (1966-2016)”  (Gourmet Musical). El acto organizado por la Sociedad Argentina de Escritores y Escritoras (SEA) tuvo formato de reportaje público y, desde la primera intervención del autor, se convirtió en un rosario de anécdotas imperdibles.   

Pipo Lernoud fue autor, junto a Miguel Abuelo, Moris y Tanguito, de algunas canciones emblemáticas del rock nacional. En 1976, fundó y codirigió la revista Expreso Imaginario y, en los ochenta hizo lo propio con Canta Rock.

Ricardo Rojas Ayrala, el entrevistador, lo definió como “uno de los iniciadores de lo que se llamó el Movimiento Alternativo o Movimiento de Rock en la Argentina. Autor de temas como ‘Ayer nomás’, es de esos tipos que mueven la cultura con fervor y que, aunque no estén en la tapa de los diarios, son los importantes porque son los que de verdad hacen las cosas”.

“Yo no estoy aquí” recoge más de 40 años de vivencias y proclamas de este “ideólogo” del rock argentino que, a lo largo de su exposición en la Feria, entregó varias perlitas como la anécdota que narra la relación entre el legendario compositor de rock Miguel Abuelo y el neblinoso compositor salteño de folclore, Julio Espinosa.

La película autobiográfica que contó Lernoud en la Sala Sarmiento de La Rural comienza con una primera secuencia: Mauricio Moris Birabent tocando la guitarra y creando “clima” para el amor en un barcito de Villa Gessell. Esta es la cinta: “Todo empezó en verano de 1966. Moris y unos amigos alquilaron un boliche en Villa Gessell, que en ese momento era apenas un pueblito con calles de arena. El bar tenía unas pocas mesas y estaba a unas cuadras del mar. La idea era proponer un lugar donde la gente fuera a entretenerse y a tomar unas copas antes de irse –como se decía en aquella época- a rascar a la playa. La mayoría de su público eran parejas”.

Se habían prendido en el “proyecto” algunos amigos de Moris, como Javier Martínez, fundador del Grupo Manal y autor de “Jugo de tomate frío”, “No pibe” y “Avellaneda blues”. También merodeaban el lugar Rocky Rodríguez y Pajarito Zaguri. Todos tenían entre 18 y 22 años.

“Moris empezaba el show tocando rock and roll de The Beatles y Elvis Presley –continuó narrando Pipo-. A veces lo acompañaban Javier en batería y Rocky en el bajo. Todo era muy básico. A medida que avanzaba la noche, el repertorio pasaba a la bossa nova (en esa época era un boom) y, cuando las parejas ya tenían ganas de ir a los papeles, desembocaba cantando boleros. De alguna manera esa fue la base de la formación musical de Moris. Tocaba de todo. También le gustaban José Feliciano y el Trío Los Panchos. Estuvieron dos meses tocando así. Todo muy sencillo e improvisado, pero muy bohemio. Después a Moris se le ocurrió hacer un show en otro lugar, con más público. Y consiguió el Cine Atlantic de Villa Gessell. Había que ponerle un nombre a eso que iban a presentar y se bautizaron Los Beatniks. Así fue como Moris, Javier y Rocky tocaron por primera vez fuera del bar. No fue nadie, pero no se rindieron y repitieron en un club deportivo de Villa Gessell. Esta idea de tocar en clubes fue algo que se volvió tradición luego en el rock argentino. A Moris le encantó la experiencia así que cuando volvió a Buenos Aires decidió seguir. Javier Martínez se excusó diciendo que él prefería tocar blues y que iba a formar un trío con ese fin. Así que Moris tuvo que buscarse otros músicos y fue a La Cueva, donde ya nos veníamos juntando desde el año anterior. Era un reducto infecto, maloliente, donde se tocaba jazz. Funcionaba en la calle Pueyrredón. Habló con algunos músicos y se sumaron Antonio Pérez Estévez (contrabajo), Jorge Navarro (teclados) y Alberto Fernández Martín (batería). Así siguieron Los Beatniks”.

Pipo Lernoud tenía por entonces 18 años y quería ser poeta. Convertirse en un noctámbulo y hacerle compañía a todos aquellos músicos incipientes encajaba totalmente con su proyecto de vida: “Yo los iba a ver mucho. Me llamaba la atención que en ese ambiente de La Cueva (una mezcla de noche, chicas y alcohol), había un montón de tipos de mi edad que leían poesía. Me pareció que eso era mucho más interesante que los poetas aburridos de la calle Corrientes. Entonces me hice muy amigo de Moris y de Javier.  Yo me la pasaba escribiendo poemas y un día decidí llevarle uno de mis textos a Moris, para que le pusiera música. Cuando lo agarró, le cambió los acentos, le metió acordes y, de golpe, ante mis ojos, esa letrita que yo le había llevado se convirtió en una canción redonda. Me encantó. Yo no sabía que eso se iba a convertir en un éxito”. Así nació “Ayer nomás”, convertida en clásico en la voz de Moris.

La barra de La Cueva decidió emigrar en busca de un lugar más tranquilo y entonces apareció en escena La Perla del Once, otro reducto mitológico del rock nacional: “Era un lugar menos bullicioso y más grande. Estaba en la esquina de Jujuy y Rivadavia. Funcionaba toda la noche porque muchos de sus clientes eran viajantes que iban a hacer tiempo para tomar los trenes. Partían al interior a vender su mercadería. Aprovechando esa situación, también concurrían al lugar un montón de estudiantes, sobre todo de Filosofía y Letras y Sociología. Armaban mesas grandes y estaban toda la noche despiertos. Tomaban anfetaminas para desvelarse estudiando. Nosotros nos sentábamos contra la pared del fondo, con nuestros libros y los cuadernos donde anotábamos las canciones. No se podía tocar la guitarra en el bar así que nos íbamos al baño y ahí la hacíamos sonar. Como el baño estaba bien en el fondo, no se escuchaba desde afuera. Cuando se dice que Tanguito compuso ‘La Balsa’ en el baño de La Perla, no es una leyenda, es la pura verdad.  ‘Jugo de tomate frío’ y ‘El hombre restante’ también son canciones que nacieron ahí”.

“De esas reuniones en La Perla vino luego el hábito de los músicos de tomar anfetaminas. A algunos, como Tanguito, eso les arruinó la vida –prosiguió Lernoud-. No nos quedaba otra que juntarnos ahí porque en la calle nos metían presos, por el pelo largo, por la ropa… Y nuestros viejos no querían saber nada con esas amistades. Sólo en La Perla podíamos estar tranquilos, entre iguales. En ese lugar empezó a tomar forma lo que conocemos como rock nacional. Ahí estaban Litto Nebbia que tenía su grupo Los Gatos, Tanguito, Javier Martínez que después formó Manal, Moris, Pajarito… Todos componiendo sus primeras canciones e intercambiando información, porque todos tenían una formación muy distinta”.

Foto: 1984, Miguel Abuelo en el casamiento de Pipo Lernoud.

A Miguel Abuelo le abrió las puertas de La Perla el mismo Pipo, que apenas lo conoció, y haciendo caso omiso a las primeras apariencias, comprendió que debajo de su traje andrajoso había un genio: “Miguel era un chico de la calle y un gran poeta. Había sido abandonado e incluso había pasado tiempo en un reformatorio, pero era un tipo cultísimo. Tenía 19 años y era un busca que vivía a la buena de dios, pero sabía muchísimo de literatura y era actor. Cuando lo llevé a La Cueva, él no sabía nada de rock and roll, pero le gustaba el folclore. Cantaba muy bien. Cuando lo presenté, Javier le preguntó: ¿y vos que hacés? Él dijo: Canto folclore. Y Javier le pidió que cantara. Escuchar esa música en La Cueva fue muy, muy raro. Miguel cantó una vidala impactante que dice: A veces sigo a mi sombra, a veces viene detrás…”.

Era la “Vidala para mi sombra”, composición del salteño Julio Espinosa que se convirtió en la tercera canción más grabada a lo largo de la historia en nuestro país, luego de “La cumparsita” y “El día que me quieras”.

La “Vidala para mi sombra” que cantaba Miguel Abuelo tiene un rasgo fundamental: se trata de una canción omnipresente que alcanzó una persistencia inversamente proporcional a la desmaterialización de su autor.  En ese sentido, es quizás el sueño de todo compositor hecho realidad: la  autoría disuelta en la memoria colectiva, indiferente a todo aparato de difusión.

Después de que Miguel Abuelo sacudiera la pesada atmósfera de La Cueva con la vidala de Espinosa, Javier empezó a teorizar sobre el parecido entre la baguala y el blues. Y así fue como Miguel Abuelo consiguió el pase para sumarse a ese movimiento cultural en ciernes, acuñado por un puñado de músicos brillantes que, con el tiempo, fueron reconocidos como los fundadores de nuestro rock nacional.

 

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