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Abel Posse: “Uno va creando una visión del mundo a través de la literatura” 

Entrevista con el novelista y diplomático. 
Miércoles, 17 de mayo de 2017 19:06

“Acerca de las novelas de Abel Posse” se llama el libro que presentó la doctora en Letras Susana Martorell de Laconi el viernes 5 de mayo en la Fundación Salta. En su obra ella categoriza y analiza la producción del escritor Abel Ernesto Parentini Posse, autor de 15 libros entre novelas históricas y crónicas noveladas. 
En la presentación disertaron la doctora en Letras María del Carmen Tacconi de Gómez, quien prologó el libro de Martorell, y el doctor en Letras Pedro Luis Barcia, quien había preparado unas preguntas para entrevistar sobre el escenario a Posse, quien no viajó a Salta ese día por problemas de salud. 
Este cuestionario, que generosamente ofreció Barcia a El Tribuno, indaga sobre las prácticas de la escritura y el mundo creativo de Posse y se presenta a continuación con pequeñas adaptaciones.
¿Qué le pareció el libro de Susana Martorell de Laconi? 
Me gustó mucho. Es un trabajo de calidad, hecho por una persona que es muy seria. En Salta y en Tucumán hay mucha actividad y hay un sentido más sosegado y profundo de la vida que acá, en Buenos Aires, donde la gente ya vive en un estado de locura.
Cuando está en el proceso de componer sus obras, ¿usted manuscribe o teclea en la computadora?
Yo no manejo la computadora. Tengo dos máquinas de escribir. La más nueva es de 1930. La otra, de origen alemán, es de 1917. Tampoco escribo a máquina, sino que de vez en cuando paso lo que escribo a mano para ver cómo quedaría en letras de molde. Yo escribo todo a mano. Mi secretaria o mi señora me pasan las cosas a computadora.
¿Por qué elige hacerlo a mano?
Porque toda mi vida escribí a mano. Hay una correlación entre la forma en que uno está acostumbrado a pensar y a transmitir por escrito, que puede ser manual, a máquina o en computadora. La forma que para mí es mejor para pensar, escribir, corregir, ir y volver sobre lo que estoy escribiendo es así, a mano. En el colegio desde la primaria estudié caligrafía. Tengo muchas lapiceras y me están esperando para que empiece a escribir. Alguna cada día quiere destacarse.
¿Cómo hacía usted para compo ner sus libros en medio de la agitada vida diplomática y social que afrontó durante su carrera?
La literatura no es un trabajo que lleve horas. Es un producto de meditación y de segregación más que de búsqueda por vía del trabajo. Con los años siempre he tenido tiempo que me he hecho para mí. Continuamente he llevado paralelas las dos cosas. A veces, cuando era más joven en la diplomacia, tenía compromisos urgentes de trabajo pero generalmente me hacía mi tiempo a cualquier hora. Yo no tengo horarios muy firmes para dormir ni para escribir. Generalmente me gusta escribir al atardecer y quedarme hasta las 10 de la noche. Esa es la mejor hora para escribir ahora. En otra época escribía a la hora de la siesta de verano. Me gustaba mucho escribir un poco con las persianas entornadas. Secretos que me enseñó mi abuela, que era de Tucumán. 
Cuando va a comenzar una de  sus ficciones, ¿cuál es su punto de arranque: un tema, dilema, trama, pregunta, etc.?
Eso es muy variable. A veces uno tiene más formado en el interior de uno la idea de un libro porque hay algún personaje o una escena, que parece que nos reclama, y desde esa escena va creciendo el libro. Otras veces uno tiene una idea más organizada de todo el itinerario del relato de un libro. Yo soy un escritor más bien literario, entonces lo mío es una cuestión de búsqueda de un lenguaje adecuado para expresar lo que quiero con una forma que sea original. Sobre todo en las novelas históricas que escribí, que son “Los perros del paraíso”, “Daimón” y “El largo atardecer del caminante”, traté de crear basándome especialmente en el idioma. Mantener un lenguaje distinto para narrar es muy difícil. Generalmente vamos a la redacción como si estuviéramos contando una película y eso es poco para la literatura. La literatura exige el lenguaje.
¿Qué autores o libros relee y por qué?
Yo releo continuamente libros. Vivo rodeado de cinco mil libros, que me acompañan en todos los viajes: novela, filosofía, ocultismo, política... Leo todos los días. A veces preparo algo que me parece que tengo ganas de volver a leer y lo leo. Tengo presentes los libros que más quiero, algunas novelas que son importantes y los poetas. Reencuentro a veces lo que leí la primera vez en un mal momento. Los momentos en que se recibe la literatura a veces no son los mejores. 
¿Cuáles son sus libros favoritos?
Infinitos. Me gusta la literatura rusa, la novela norteamericana, la poesía española, los grandes poetas latinoamericanos, la poesía alemana y los grandes trágicos alemanes. A lo largo de la vida uno va creando una visión del mundo a través de la literatura. De vez en cuando yo retorno a los libros que he leído y los leo parcialmente. Los reencuentro como viejos amigos.
Un personaje suyo dice: “Todos tenemos nuestros molinos de viento”. ¿Cuáles son los suyos?
Los molinos de viento son gigantes imaginarios y a veces son más reales de lo que uno cree. El Quijote decía que los molinos eran gigantes. Uno tiene también sus propias magnificaciones de problemas. Creo que todos tenemos molinos de viento en el sentido de que fabricamos gigantes que no existen pero el quijotismo nos lleva a enfrentarnos con ellos. En el fondo con los años me he hecho bastante realista. Cuando era más joven tenía ideas políticas más idealistas, más comprometidas y combatientes ingenuamente frente a un mundo que siempre nos va descorazonando un poco.
¿Qué es lo que más le gusta de la novela como género?
La libertad de ir por la calle. La novela es la calle y la poesía es el templo. La poesía nos lleva a una reflexión profunda y verdadera, un canto sobre la realidad, una emoción, una búsqueda de cosas importantes. La novela va caminando y encontrando en la realidad del mundo y, como es un género muy libre, usted puede ser realista, fantasioso, imaginativo y poético. Va aceptando muchos momentos del estado de ánimo del autor. 
¿Por qué le atraen lo secreto y lo demoníaco que aparecen en sus novelas, especialmente en las relacionadas con el nazismo?
Porque era un tema fascinantemente demoníaco. Fue un estallido extrañísimo de paganismo, de violencia, de deseo de cambiar absolutamente todos los órdenes de la vida y del mundo normal, que estaba establecido. Además, porque detrás del nazismo había muchos elementos ocultistas. Ellos no se basaron en una filosofía clara sino más bien en mitos como el arianismo y el retorno del hombre-héroe. La vida era un episodio de titanes y guerreros. Tenía ingredientes rarísimos en nuestra cultura.
¿Qué sentido adquieren los conceptos “civilización” y “barbarie” en sus novelas y cómo se relacionan con la frase “Los indios descubren Europa”?
Yo me rebelé en esos libros históricos contra la idea de que la civilización venía con el judeocristianismo y el poder imperial español. Me negué a aceptarlo. Cuando conocí Perú en profundo, estudié mucho las civilizaciones indígenas. Entonces tuve un enorme aprecio por esos tipos humanos, los kollas, los que viven en la sierra, esa gente que resiste a la modernidad y a la mentira de la sociedad competitiva en la cual estamos inmersos. Valoré mucho al hombre americano en ese sentido, como una reacción profunda de un hombre integral que ya tenía sus dioses también, mientras que el hombre de la culpa, el que venía con la noción del catolicismo imperial -que no es lo mismo que el catolicismo-, verdaderamente subestimó a los hombres de América, a las razas aborígenes y había grandes valores. Hubo un gran desconocimiento, como en el caso de los mayas, y una organización social importante, como la que tuvieron los mexicanos y los incas. Me pareció que era muy injusto cómo los habíamos tratado. Sobre todo, tienen mucho que enseñarnos, igual que las culturas orientales. 
 

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“Acerca de las novelas de Abel Posse” se llama el libro que presentó la doctora en Letras Susana Martorell de Laconi el viernes 5 de mayo en la Fundación Salta. En su obra ella categoriza y analiza la producción del escritor Abel Ernesto Parentini Posse, autor de 15 libros entre novelas históricas y crónicas noveladas. 
En la presentación disertaron la doctora en Letras María del Carmen Tacconi de Gómez, quien prologó el libro de Martorell, y el doctor en Letras Pedro Luis Barcia, quien había preparado unas preguntas para entrevistar sobre el escenario a Posse, quien no viajó a Salta ese día por problemas de salud. 
Este cuestionario, que generosamente ofreció Barcia a El Tribuno, indaga sobre las prácticas de la escritura y el mundo creativo de Posse y se presenta a continuación con pequeñas adaptaciones.
¿Qué le pareció el libro de Susana Martorell de Laconi? 
Me gustó mucho. Es un trabajo de calidad, hecho por una persona que es muy seria. En Salta y en Tucumán hay mucha actividad y hay un sentido más sosegado y profundo de la vida que acá, en Buenos Aires, donde la gente ya vive en un estado de locura.
Cuando está en el proceso de componer sus obras, ¿usted manuscribe o teclea en la computadora?
Yo no manejo la computadora. Tengo dos máquinas de escribir. La más nueva es de 1930. La otra, de origen alemán, es de 1917. Tampoco escribo a máquina, sino que de vez en cuando paso lo que escribo a mano para ver cómo quedaría en letras de molde. Yo escribo todo a mano. Mi secretaria o mi señora me pasan las cosas a computadora.
¿Por qué elige hacerlo a mano?
Porque toda mi vida escribí a mano. Hay una correlación entre la forma en que uno está acostumbrado a pensar y a transmitir por escrito, que puede ser manual, a máquina o en computadora. La forma que para mí es mejor para pensar, escribir, corregir, ir y volver sobre lo que estoy escribiendo es así, a mano. En el colegio desde la primaria estudié caligrafía. Tengo muchas lapiceras y me están esperando para que empiece a escribir. Alguna cada día quiere destacarse.
¿Cómo hacía usted para compo ner sus libros en medio de la agitada vida diplomática y social que afrontó durante su carrera?
La literatura no es un trabajo que lleve horas. Es un producto de meditación y de segregación más que de búsqueda por vía del trabajo. Con los años siempre he tenido tiempo que me he hecho para mí. Continuamente he llevado paralelas las dos cosas. A veces, cuando era más joven en la diplomacia, tenía compromisos urgentes de trabajo pero generalmente me hacía mi tiempo a cualquier hora. Yo no tengo horarios muy firmes para dormir ni para escribir. Generalmente me gusta escribir al atardecer y quedarme hasta las 10 de la noche. Esa es la mejor hora para escribir ahora. En otra época escribía a la hora de la siesta de verano. Me gustaba mucho escribir un poco con las persianas entornadas. Secretos que me enseñó mi abuela, que era de Tucumán. 
Cuando va a comenzar una de  sus ficciones, ¿cuál es su punto de arranque: un tema, dilema, trama, pregunta, etc.?
Eso es muy variable. A veces uno tiene más formado en el interior de uno la idea de un libro porque hay algún personaje o una escena, que parece que nos reclama, y desde esa escena va creciendo el libro. Otras veces uno tiene una idea más organizada de todo el itinerario del relato de un libro. Yo soy un escritor más bien literario, entonces lo mío es una cuestión de búsqueda de un lenguaje adecuado para expresar lo que quiero con una forma que sea original. Sobre todo en las novelas históricas que escribí, que son “Los perros del paraíso”, “Daimón” y “El largo atardecer del caminante”, traté de crear basándome especialmente en el idioma. Mantener un lenguaje distinto para narrar es muy difícil. Generalmente vamos a la redacción como si estuviéramos contando una película y eso es poco para la literatura. La literatura exige el lenguaje.
¿Qué autores o libros relee y por qué?
Yo releo continuamente libros. Vivo rodeado de cinco mil libros, que me acompañan en todos los viajes: novela, filosofía, ocultismo, política... Leo todos los días. A veces preparo algo que me parece que tengo ganas de volver a leer y lo leo. Tengo presentes los libros que más quiero, algunas novelas que son importantes y los poetas. Reencuentro a veces lo que leí la primera vez en un mal momento. Los momentos en que se recibe la literatura a veces no son los mejores. 
¿Cuáles son sus libros favoritos?
Infinitos. Me gusta la literatura rusa, la novela norteamericana, la poesía española, los grandes poetas latinoamericanos, la poesía alemana y los grandes trágicos alemanes. A lo largo de la vida uno va creando una visión del mundo a través de la literatura. De vez en cuando yo retorno a los libros que he leído y los leo parcialmente. Los reencuentro como viejos amigos.
Un personaje suyo dice: “Todos tenemos nuestros molinos de viento”. ¿Cuáles son los suyos?
Los molinos de viento son gigantes imaginarios y a veces son más reales de lo que uno cree. El Quijote decía que los molinos eran gigantes. Uno tiene también sus propias magnificaciones de problemas. Creo que todos tenemos molinos de viento en el sentido de que fabricamos gigantes que no existen pero el quijotismo nos lleva a enfrentarnos con ellos. En el fondo con los años me he hecho bastante realista. Cuando era más joven tenía ideas políticas más idealistas, más comprometidas y combatientes ingenuamente frente a un mundo que siempre nos va descorazonando un poco.
¿Qué es lo que más le gusta de la novela como género?
La libertad de ir por la calle. La novela es la calle y la poesía es el templo. La poesía nos lleva a una reflexión profunda y verdadera, un canto sobre la realidad, una emoción, una búsqueda de cosas importantes. La novela va caminando y encontrando en la realidad del mundo y, como es un género muy libre, usted puede ser realista, fantasioso, imaginativo y poético. Va aceptando muchos momentos del estado de ánimo del autor. 
¿Por qué le atraen lo secreto y lo demoníaco que aparecen en sus novelas, especialmente en las relacionadas con el nazismo?
Porque era un tema fascinantemente demoníaco. Fue un estallido extrañísimo de paganismo, de violencia, de deseo de cambiar absolutamente todos los órdenes de la vida y del mundo normal, que estaba establecido. Además, porque detrás del nazismo había muchos elementos ocultistas. Ellos no se basaron en una filosofía clara sino más bien en mitos como el arianismo y el retorno del hombre-héroe. La vida era un episodio de titanes y guerreros. Tenía ingredientes rarísimos en nuestra cultura.
¿Qué sentido adquieren los conceptos “civilización” y “barbarie” en sus novelas y cómo se relacionan con la frase “Los indios descubren Europa”?
Yo me rebelé en esos libros históricos contra la idea de que la civilización venía con el judeocristianismo y el poder imperial español. Me negué a aceptarlo. Cuando conocí Perú en profundo, estudié mucho las civilizaciones indígenas. Entonces tuve un enorme aprecio por esos tipos humanos, los kollas, los que viven en la sierra, esa gente que resiste a la modernidad y a la mentira de la sociedad competitiva en la cual estamos inmersos. Valoré mucho al hombre americano en ese sentido, como una reacción profunda de un hombre integral que ya tenía sus dioses también, mientras que el hombre de la culpa, el que venía con la noción del catolicismo imperial -que no es lo mismo que el catolicismo-, verdaderamente subestimó a los hombres de América, a las razas aborígenes y había grandes valores. Hubo un gran desconocimiento, como en el caso de los mayas, y una organización social importante, como la que tuvieron los mexicanos y los incas. Me pareció que era muy injusto cómo los habíamos tratado. Sobre todo, tienen mucho que enseñarnos, igual que las culturas orientales. 
 

El libro de Susana Martorell

“Acerca de las novelas de Abel Posse” es el último trabajo de la salteña Susana Martorell de Laconi quien con este libro busca “despertar el interés por él, ya que es un autor conocido internacionalmente”. Allí analiza diez de las catorce obras de Posse, exceptuando así las que son de tenor personal o político. 


 

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