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Los tecnofósiles, la huella del hombre

Lunes, 22 de mayo de 2017 00:00

En los últimos años comenzó a cobrar fuerza una idea acerca de la división del tiempo geológico a los efectos de sumar un nuevo periodo que refleje la huella estratigráfica del hombre en la larga historia del planeta Tierra.

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En los últimos años comenzó a cobrar fuerza una idea acerca de la división del tiempo geológico a los efectos de sumar un nuevo periodo que refleje la huella estratigráfica del hombre en la larga historia del planeta Tierra.

Se le ha dado en llamar Antropoceno, como una división del Holoceno, con lo cual el Cuaternario quedaría dividido en Pleistoceno, Holoceno y Antropoceno. Se han barajado toda clase de argumentos en favor y en contra para establecer las fortalezas y debilidades de dicho límite.

Está claro que la aparición del hombre marcó una huella única en los 4.566 millones de años de edad de la Tierra.

En todo caso la pregunta sigue siendo cuándo comienza el Antropoceno. Unos sostienen que es con el desarrollo de la agricultura intensiva. Otros prefieren la Revolución Industrial. Pero ni una ni la otra son marcadores mundiales sino que empezaron en distintos lugares en distintos tiempos. Son fenómenos diacrónicos. Así mientras los humanos de un continente se encontraban en la edad de hierro, otros humanos en otros continentes estaban atravesando la edad de bronce o de la piedra. De allí que muchos se inclinan por un límite isotópico globalmente representado como es el generado por las pruebas atómicas que se iniciaron en la década de 1940.

Ahora bien, los periodos geológicos, desde la aparición de la vida, se han definido en base a fósiles, esto es restos de microorganismos, animales o plantas que se han conservado en las rocas.

La marca hombre en el planeta se caracteriza por haber desarrollado la tecnología. Esto es la transformación de las materias del suelo y del subsuelo en herramientas e instrumentos. No se puede desconocer que todo lo que está por arriba del suelo viene de lo que está del suelo para abajo.

La evolución de la vida desde las primitivas bacterias, pasando por los trilobites, los dinosaurios hasta llegar a los mamíferos modernos, fue dejando despojos que se consolidaron junto a los sedimentos que se formaron al mismo tiempo.

Esos sedimentos se convertirían en rocas y guardarían como un tesoro los restos de animales, plantas y también microorganismos, polen, esporas y otros microfósiles. Estos últimos no solamente tienen gran importancia para entender cómo eran los ambientes antiguos (paleoambientes) sino que además tienen valiosas aplicaciones en la industria petrolera.

Los fósiles nos permiten conocer entonces y a la vez en un reduccionismo simplista, la evolución de la vida, los ambientes donde se formaron las rocas que los contienen y la edad de esas mismas rocas.

Tecnofósiles

Ahora bien, si planteamos que hay que diferenciar un nuevo periodo geológico en base a la presencia del hombre y su tecnología, entonces los restos de esos objetos tecnológicos que han comenzado a formar parte de la moderna estratigrafía deberían considerarse o catalogarse como tecnofósiles. Pero ¿qué es un tecnofósil?

Sería cualquier resto de la industria o actividad humana que haya tenido o tenga la capacidad de preservarse entre sedimentos que se están compactando lentamente para convertirse algún día en fósiles. Millones de productos manufacturados entran en esta categoría. Este asunto que cuenta con estudios serios en revistas internacionales ha sido desde siempre motivo de burla y chanza hacia los estudiantes novatos de geología.

Entre los materiales que arrastran los ríos suelen aparecer mezclados en los aluviones algunos rodados de ladrillos, trozos de pavimento, pedazos de concreto, escorias industriales, sea que fueron arrojados como basura y luego removidos y transportados o bien como restos erosionados por los cursos fluviales de las defensas, puentes, rutas u otras obras civiles. Muchos lucen y pueden ser fácilmente confundidos con rocas reales. Algunos restos se incorporan a terrazas bajas y estabilizadas de algunos ríos o bien en depósitos formados por antiguos aluviones torrenciales.

Muchas veces los geólogos o estudiantes, en una primera impresión, creen estar ante verdaderos afloramientos preantrópicos del tiempo Cuaternario hasta que descubren y no sin sorpresa, restos de vidrios, plásticos o latas.

Personalmente y sin ánimo autorreferencial, recuerdo como en 1973 el viejo profesor de geología Dr. Carlos Hipólito Moreno Espelta nos llevó a visitar las zonas de tesis de Eduardo Carbajal y Eduardo Arias en las sierras de Rosario de la Frontera, y puestos que tuvimos todos frente a un afloramiento a orillas de la ruta nos observó a que dijéramos su edad.

Mensajes para el futuro

La discusión entre natural o antrópico puede tener consecuencias legales. Se dan casos de acreción de ríos, discusión sobre líneas de ribera, interpretación sobre la antigedad relativa de terrazas fluviales, asentamientos urbanos en márgenes de ríos activos, que requieren de un fino discernimiento entre qué es antrópico y qué es preantrópico. Los basurales por su formación en capas de relleno desde las más viejas a las más nuevas pueden contener toda una cronología histórica del desarrollo de una ciudad.

La arqueología urbana descubre valiosísimos documentos del pasado de un pueblo en base a los restos que se conservaron en los basurales.

Los basurales son como una huella digital del comportamiento de una sociedad, tanto en la prosperidad como en la adversidad, sus vicios y costumbres, esplendores y fracasos; todo queda allí registrado. La huella del hombre ya es un hecho, de polo a polo, en continentes y océanos. Ciudades completas van a ser los tecnofósiles del futuro. Conocemos la marca dejada por los dinosaurios del Mesozoico gracias a sus pisadas y huesos fósiles.
En un futuro lejano la huella del hombre, su marca, será reconocida por objetos que van desde autopistas, vías férreas y aeropuertos, hasta celulares, botellas, bolígrafos o cepillos de dientes. Algunos objetos desaparecerán y otros se conservarán, enclaustrados en los sedimentos y rocas del futuro.
Lo que está claro es que la naturaleza está limitada en su poder a la generación de algunos metales o aleaciones, rol en el cual el ser humano ha venido a representar un salto cualitativo y cuantitativo. Un caso concreto es el aluminio metálico, que el hombre logró extraer por complejos procesos metalúrgicos de barros fósiles bauxíticos generados en climas tropicales. Esa será una de las marcas indelebles del hombre y del Antropoceno. Junto a otras innumerables aleaciones, especialmente los aceros inoxidables y otros aceros especiales al vanadio, tantalio, molibdeno, manganeso, cromo, tungsteno y otros.
Asimismo, ya se conocen un centenar de minerales antrópicos o sea minerales con una estructura cristalina y una composición química definida pero que son producto de la actividad del hombre. Actividad que no se restringe a la Tierra sino que ya llegó a la Luna y Marte donde también comenzó el Antropoceno. El hombre prácticamente ha colonizado la superficie continental y ha profundizado en minas de oro como las de Sudáfrica hasta casi los 5 km de profundidad y ha perforado pozos que han llegado hasta cerca de los 15 km de profundidad. Todo ello forma parte de esta división del Antropoceno y cualquier resto que allí quedara abandonado sería parte de esta novedosa clasificación de los tecnofósiles. 
Además llevaría el Antropoceno desde las profundidades de la Tierra hasta los planetas vecinos.

 

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