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Un poder separado de la ética

Lunes, 22 de mayo de 2017 00:00

Al presidente de Brasil, Michel Temer, lo investigan todos: la Corte, por el presunto delito de coima, el Parlamento recibió el pedido de ocho juicios políticos y la Fiscalía General de la Nación lo imputó por corrupción y obstrucción judicial. Si renuncia pierde los fueros y va a prisión. La Justicia brasileña tiene tolerancia cero con la corrupción política empresaria y viceversa.

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Al presidente de Brasil, Michel Temer, lo investigan todos: la Corte, por el presunto delito de coima, el Parlamento recibió el pedido de ocho juicios políticos y la Fiscalía General de la Nación lo imputó por corrupción y obstrucción judicial. Si renuncia pierde los fueros y va a prisión. La Justicia brasileña tiene tolerancia cero con la corrupción política empresaria y viceversa.

Mientras los estándares internacionales imponían las reglas de juego para evitar la corrupción en los países, Brasil no controló la transparencia y se corrompió el Estado.

Los sobornos suben el costo del gasto público, el funcionamiento de algunas empresas y arruinan la calidad institucional de la república. Brasil perfeccionó la cleptocracia con el delito continuado.

En los sobornos investigados hay un parecido jurídico, el mismo fin doloso y una pluralidad de acciones prohibidas. La connivencia de políticos y empresarios intercambió dinero mal habido potenciando al delito continuado. La Justicia desmadeja la trama delictiva en los partidos tradicionales. Es que el corrupto desea la riqueza sucia como fetiche para autoestima del yo; ahora sin impunidad, los procesados brasileños usan a full la delación premiada para recibir menos condena.

El terremoto judicial emitió un mensaje ejemplificador de los jueces que no tienen el síntoma de lenidad. "Aquí nadie queda ajeno al alcance de la Justicia", dicen los magistrados. Ya fueron condenados algunos notables, ahora van por Temer, luego por Lula. La corrupción logró montar una casta política coimera dentro de una sociedad de consumo con grandes brechas sociales. Hay empresarios y políticos mimetizados con el individualismo narcisista y hedonista de la posmodernidad. Arriesgaron su libertad por usar al dinero como un fin en sí mismo, como droga adictiva. Aletea el recuerdo de los corruptos italianos de la década del 90, recordada en Europa como el juicio "mani pulite" (manos limpias), otro megaescándalo por sobornos a políticos.

La función simbólica de la ética de las consecuencias decayó en la república. Se lideró con perversión y sin culpa la administración pública y la gestión empresarial. Como el goce nunca es completo, falló el secreto del fetichismo de la elite tan mentada en América Latina. El 60% del Senado está sospechado y el resto de los imputados son el paradigma de la corrupción política del Brasil siglo XXI.

La corrupción separó la ética del poder y la dirigencia quedó fuera de toda legitimación. Ocurrió igual que con el personaje Judah de la película "Delitos y faltas", de Woody Allen. Judah mandó a matar a una mujer y el crimen resultó perfecto por su impunidad, pero al pasar el tiempo, la ley moral de Judah lo torturó y le creó culpa. Su vida entonces fue un vacío. La culpabilización social a la dirigencia brasileña crece.Se pide cárcel para los responsables que, como Judah, deben sentir la culpa por el delito.

La sociedad de la novena economía del planeta y de la política del desarrollismo rampante, rompieron su alianza. Su elite perdió la ética tradicional sancionada hace 230 años por Immanuel Kant. Había durado varias décadas en la sociedad plutocrática de Brasil. El filósofo alemán quería un sujeto cuyas costumbres le permitieran decirse asimismo: "El cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí".

 

 

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