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Jorge Klainman: “Esperé 50 años para contar mi historia del horror y no ser cómplice de lo que pasó”

Martes, 23 de mayo de 2017 21:58

Jorge Klainman tiene 89 años y su historia de vida tiene todos los condimentos de un cuento atroz. Se trata de un superviviente judío del Holocausto nazi. Desde hace más de veinte años recorre el mundo narrando el horror de la segunda guerra mundial. Nació en Polonia en 1928 y de los 13 a los 17 años pasó por 5 campos de exterminio. Perdió a sus padres y hermanos y, por una cadena de milagros, él pudo sobrevivir. Vivió desde 1947 hasta 2012 en Buenos Aires, donde se casó con una argentina con la que tuvo cuatro hijos. Klainman mantuvo durante 50 años el secreto de las atrocidades que vivió y develó el misterio a través del deslumbrante libro de memorias que escribió. Recién entonces sus familiares, amigos y el mundo pudieron conocer su doloroso pasado. Invitado por el Colegio de Abogados y la Universidad Nacional de Salta, este hombre con una salud de hierro disertará hoy, a las 18, en los salones de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNSa. Allí los estudiantes y profesores de esa casa de estudios podrán escuchar en primera persona el testimonio de un protagonista del mayor crimen de la humanidad que hasta ahora solo conocemos a través de cientos de documentales y películas. El Tribuno lo entrevistó y esto es lo que respondió con un perfecto castellano.

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Jorge Klainman tiene 89 años y su historia de vida tiene todos los condimentos de un cuento atroz. Se trata de un superviviente judío del Holocausto nazi. Desde hace más de veinte años recorre el mundo narrando el horror de la segunda guerra mundial. Nació en Polonia en 1928 y de los 13 a los 17 años pasó por 5 campos de exterminio. Perdió a sus padres y hermanos y, por una cadena de milagros, él pudo sobrevivir. Vivió desde 1947 hasta 2012 en Buenos Aires, donde se casó con una argentina con la que tuvo cuatro hijos. Klainman mantuvo durante 50 años el secreto de las atrocidades que vivió y develó el misterio a través del deslumbrante libro de memorias que escribió. Recién entonces sus familiares, amigos y el mundo pudieron conocer su doloroso pasado. Invitado por el Colegio de Abogados y la Universidad Nacional de Salta, este hombre con una salud de hierro disertará hoy, a las 18, en los salones de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNSa. Allí los estudiantes y profesores de esa casa de estudios podrán escuchar en primera persona el testimonio de un protagonista del mayor crimen de la humanidad que hasta ahora solo conocemos a través de cientos de documentales y películas. El Tribuno lo entrevistó y esto es lo que respondió con un perfecto castellano.

¿Cómo logró sobrevivir a semejante infierno?
Yo lo atribuyo a un milagro. No hay otra explicación. Tenía 13 años y un día llegaron los nazis a casa y nos transportaron a un campo de concentración en Polonia. Allí nos separaron. Mis padres y mis dos hermanas por un lado, y mi hermano, que era dos años mayor que yo, por otro. Con ese hermano estuve diez días en un campo de exterminio y luego nos separaron. Nunca más lo volví a ver, como tampoco a mis padres y hermanas. Todos murieron en las cámara de gas en Auschwitz.

¿Qué pasó cuando se quedó solo?
Ahí empezó mi verdadero calvario. A mí tendrían que haberme matado de entrada porque cuando los prisioneros llegaban a los campos de la muerte los nazis eliminaban a las mujeres embarazadas, a las personas mayores y a los menores hasta 18 años. El día que llegamos al campo de concentración se produjo un tumulto y con mi hermano aprovechamos para pasarnos a la fila de los prisioneros que eran llevados para los trabajos forzosos.

¿Y cómo hizo para que no lo descubrieran?
Bueno, eso forma parte del milagro. Una de las cosas que me salvaron fue que yo hablaba perfectamente el ruso y el alemán. Mis padres, que estaban en una muy buena posición económica, nos enviaron a un colegio privado y a un instituto para aprender esos idiomas. Fue así que los oficiales nazis me convocaban para que oficiara de traductor cuando llegaban prisioneros que no hablaban el alemán. Los campos de concentración eran durísimos porque los prisioneros debíamos realizar trabajos forzosos y mi oficio de traductor me salvó porque me dieron una tarea más liviana. 

¿Qué hacía?
Limpiaba y lustraba las botas de los oficiales. Había algunos suboficiales que se apiadaban de mí. Recuerdo a dos cabos nazis que me alentaban a que no bajara los brazos. La mayoría era gente mala, sanguinaria, despiadada, pero había algunos que se compadecían de los prisioneros. Por eso no puedo decir que todos eran malos.

¿Qué fue lo más terrible que vivió?
En 1944 me pusieron en un pabellón de fusilamiento. Yo recibí los disparos en las piernas y me tiraron a una fosa junto a los cadáveres. Un soldado que custodiaba el lugar observó que estaba vivo y me trasladó a una enfermería donde me atendió un médico judío y eso me salvó.

¿En qué focalizó su lucha diaria para sobrevivir?
En buscar algo para meter en la boca y que se pudiera masticar. No hay cosa más terrible que el hambre. Esto era lo que más me desesperaba. Cientos de prisioneros morían a diario de hambre en medio de ese infierno difícil de describir. Cuando terminó la guerra y me rescataron del último campo de concentración yo tenía 17 años y pesaba 26 kilos. Estuve muchos meses internado hasta que logré recuperarme.

¿Cómo enfrentó la vida a partir de ese momento?
Empecé a buscar a mi familia, pero no encontré a nadie. Durante dos años anduve deambulando sin rumbo por distintos lugares. Tenía la esperanza de encontrar a mi hermano. Esa esperanza nunca la perdí.

¿Por qué decidió venir a la Argentina?
Mientras trataba de encontrar mi rumbo en Polonia, me acordé de una tía, hermana de mi madre, que desde 1923 vivía en Buenos Aires. Le escribí y me pidió que viniera. El gobierno de Perón no permitía el ingreso de sobrevivientes judíos y tuve que ingresar de manera clandestina por Paraguay con la ayuda de gente que se dedicaba a esta tarea en la frontera. En el momento que cruzábamos el río en una balsa apareció la Gendarmería y como no acatamos la orden de detenernos nos atacó a tiros. No sé cómo me salvé, pero con todos estos inconvenientes pude llegar a Buenos Aires donde me esperaban mi tía y mis primos.

 ¿Le contó a su tía lo que había vivido?
No. A nadie le conté lo que había vivido, ni siquiera a mi esposa Teresa con la que me casé hace 62 años, ni a mis cuatro hijos. Quería borrar de mi mente todo el horror. No tenía valor para contar nada.

¿Cómo hizo para romper el silencio luego de 50 años?
Yo me había quedado con la espina cuando en una oportunidad mi hijo mayor me pidió que le contara lo que había sido el Holocausto. Empecé a contarle y de pronto recordé lo que había vivido y me quebré. No pude seguir. Pasaron los años hasta que un día pensé que no podía ser cómplice de mi silencio y me senté a escribir y allí ocurrió otro de los milagros. Lo que más me sorprendió fue que a medida que iba escribiendo comencé a recordar con enorme nitidez, hasta los mínimos detalles, todo lo vivido hacía cincuenta años. Cuando terminé el libro le entregué un ejemplar a mi familia y a los amigos. Recién entonces ellos pudieron conocer el mayor secreto que había acunado durante medio siglo.

¿Qué sintió a partir de ese momento?
Sentí que me había liberado. Fue así que con mi esposa decidimos ir a Polonia. Recorrí los cinco campos de concentración donde pasé los momentos más terribles de mi vida y visité el pueblo donde nací. De la fábrica de mi padre y de la vivienda donde crecí no había ningún vestigio. Al regresar a Buenos Aires le di forma al libro que titulé “El séptimo milagro”, que fue traducido a varios idiomas. A partir de ese momento el mundo se interesó por mi historia y comenzaron a llamarme de todos los continentes para que dictara conferencias. Eso es lo que hago desde hace más de veinte años y por eso ahora me place venir a Salta. Desde hace cinco años vivo en Israel, pero regresar a la Argentina es lo que más disfruto en mis viajes.

¿Qué es lo que más añora de la Argentina?
El calor de la gente. Este país lo mejor que tiene es su gente y eso lo resalto en cada una de mis conferencias. Soy un eterno agradecido por todo lo que me dieron. Apenas llegué a Buenos Aires me dediqué a la joyería y me fue muy bien. Gané mucho dinero y fui muy feliz.

¿Y de los gobernantes qué nos puede decir?
Mire, a mí no me gusta opinar de política. Lo único que puedo decir es que ustedes tienen un pueblo maravilloso, pero de los gobernantes mejor ni hablar.

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