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La política, antes y después de Odebrecht

Viernes, 26 de mayo de 2017 00:00

Max Weber fue uno de los primeros intelectuales en preocuparse por el financiamiento de las organizaciones políticas.

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Max Weber fue uno de los primeros intelectuales en preocuparse por el financiamiento de las organizaciones políticas.

En 1922 escribió: "el mecenazgo como base financiera no es en modo alguno exclusivamente propio de los partidos burgueses".

La crisis que terminó con el gobierno de Dilma Rousseff y su partido, el de los trabajadores así lo confirma.

Al caso Brasil podemos agregarle el de Venezuela. Allí, una dictadura fallida, propiciada por el partido Socialista Unido de Venezuela, también ha demostrado ser financiado con los métodos propios de un partido "burgués". En definitiva y más allá de cuestiones doctrinales o programáticas, según el sociólogo alemán, para conocer bien a los partidos había que saber quién los financiaba detrás de bambalinas.

En un informe elaborado en 2003 por la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) solo 15 de los 118 países evaluados habían sido clasificados como países con "alta divulgación" de datos relacionados con financiamiento político.

Entre los 15 había solo uno de América latina. Este país era Brasil, en la actualidad, el causante de la mayor tormenta relacionada con financiamiento indebido de la política que se recuerde en la región.

Hoy todos conocemos su knock out. Fue tan exitoso el financiamiento ilegal llevado a nivel local que decidieron extenderlo en el continente.

Odebrecht, una de las empresas más importantes de este país, en estrecha asociación con la dirigencia política local, ideó un esquema de financiamiento de campañas regionales que involucran a expresidentes como Alejandro Toledo y Ollanta Humala en el Perú, Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Funes en Nicaragua y Martinelli en Panamá, como así también a los actuales Juan Manuel Santos en Colombia, Nicolás Maduro en Venezuela y Juan Carlos Varela en Panamá.

La actividad política despierta mucho interés en las redes delictivas ya que el financiamiento de las campañas es el camino a incidir en futuras políticas que afectan al negocio y además permite imaginar un escenario de impunidad. En Argentina tenemos el caso de las elecciones 2007 en donde la Justicia pudo comprobar que la campaña presidencial de Cristina Fernández de Kirchner fue financiada por los laboratorios farmacéuticos vinculados al tráfico de la efedrina. Los cimientos de un narcoestado se conforman a través de estos resquicios en donde converge la política y las redes criminales.

El dinero de la corrupción daña la competencia, concentra la oferta electoral, corroe el Estado de Derecho y, por sobre todas las cosas, genera rechazo y descreimiento por parte de la ciudadanía en las instituciones democráticas. En este escenario nos encontramos en la actualidad del continente. Sin embargo, el caso Odebrecht representa una ruptura, un punto de no retorno, se trata de una bisagra entre épocas; una crisis que nos permite ilusionarnos con la emergencia de renovados y nuevos partidos políticos, ahora más comprometidos con la rendición de cuentas, con la transparencia, con la participación, con un sincero compromiso con la democracia competitiva.

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