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“La falta de trabajo te impulsa a migrar, pero siempre anhelás Salta”

Ariel Bordones vive con su familia en un pueblo cercano a las cataratas del Niágara, en Canadá.
Sabado, 17 de junio de 2017 23:59

“Aunque yo he vivido a través de mucha oscuridad, bajo la hostilidad de los regímenes totalitarios, he visto suficiente evidencias para convencerme de que no hay dificultad, ni temor tan grande como para sofocar completamente la esperanza que siempre brota en los corazones de los jóvenes. ¡No permitan que esa esperanza muera! ¡Afinquen sus vidas en ella!”. El 28 de julio de 2002 estas palabras, en la voz temblorosa y profunda de Juan Pablo II, cobraron un significado potente para Ariel Bordones (28) y su esposa Silvia Retamal (27). Mientras las expectativas de los asistentes a la misa de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud 2002 (JMJ) en Toronto (Canadá) giraban en torno del anuncio de la locación del próximo encuentro -que finalmente se haría en Alemania y en 2005-, el matrimonio salteño pensaba cómo “desertar” sin ser notado del voluntariado que habían asumido desde Argentina.

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“Aunque yo he vivido a través de mucha oscuridad, bajo la hostilidad de los regímenes totalitarios, he visto suficiente evidencias para convencerme de que no hay dificultad, ni temor tan grande como para sofocar completamente la esperanza que siempre brota en los corazones de los jóvenes. ¡No permitan que esa esperanza muera! ¡Afinquen sus vidas en ella!”. El 28 de julio de 2002 estas palabras, en la voz temblorosa y profunda de Juan Pablo II, cobraron un significado potente para Ariel Bordones (28) y su esposa Silvia Retamal (27). Mientras las expectativas de los asistentes a la misa de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud 2002 (JMJ) en Toronto (Canadá) giraban en torno del anuncio de la locación del próximo encuentro -que finalmente se haría en Alemania y en 2005-, el matrimonio salteño pensaba cómo “desertar” sin ser notado del voluntariado que habían asumido desde Argentina.

La XVII edición de la JMJ fue la última a la que asistió su creador, Juan Pablo II, y la primera y única a la que los salteños irían. También uno de los encuentros con más baja convocatoria, 800 mil jóvenes, debido al conflicto internacional desatado tras el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001.

El 11-S también impactaría en el sistema migratorio de Estados Unidos, país que reaccionó ante lo que juzgó como “una necesidad de salvaguardar los intereses de la seguridad nacional”. Así se endurecieron las leyes y se colocaron barreras más difíciles de franquear para entrar al país en condiciones de legalidad. Ariel y Silvia -junto a la hija de ambos de 6 años, Tamara, y sobrinas de la mujer- habían diseñado un cuidadoso plan para inscribirse como voluntarios internacionales en la JMJ, modalidad que se estrenaba en 2002, y pasar desde Canadá hacia EEUU, donde vive una hermana de Silvia. Sin embargo, un grupo de salvadoreños que habían migrado a Canadá durante la Guerra Civil de El Salvador (conflicto nunca declarado de manera oficial, pero que se desarrolló entre 1980 y 1992) les advirtieron que era imposible vencer los cercos invisibles que se habían levantado tras la caída de las torres del Centro Mundial del Comercio. Es más los alentaron a quedarse allí porque Canadá continuaba sosteniendo el principio constitucional de tolerancia a la inmigración.

Con la Visa canadiense a punto de expirar porque había sido tramitada por y para lo que durara la celebración católica, los pasajes de vuelta en la mano, unas cuantas mudas de ropa en un par de valijas y sabiendo que la Policía iba a buscarlos, los Bordones “se la jugaron”. Al día siguiente, cuando llegó la empresa que debía trasladar el contingente al aeropuerto se dio con la baja de 11 pasajeros, todos salteños.

A probar suerte

Antes de migrar Ariel, oriundo de Rosario de Lerma, se había incorporado aquí como voluntario al Batallón de Ingenieros V. Allí estuvo tres años y luego empezó a trabajar como remisero, pero tres veces asaltos lo hicieron partir hacia el extranjero. En Canadá, ya cuando asumió la condición de inmigrante ilegal, fue buscado por las fuerzas de seguridad, pero se asesoró acerca de cómo salir de esta situación en un centro de apoyo. “Ahí me preguntaron si no me quería ir a un pueblo que se llama Saint Catharines, donde están las famosas cataratas del Niágara. Yo no tenía ni idea de dónde me mandaban, pero dije: ‘Bueno’, y me erradiqué acá, donde vivo a 10 kilómetros de las cataratas. Ellos me ayudaron a hacer los papeles. Me mandaron acá porque acá la comunidad hispana estaba creciendo. Había muchos colombianos que vinieron por refugio, por la guerrilla de Colombia (FARC)”, relató Ariel. El Gobierno de Canadá comenzó a darles un ingreso mensual con el que costeaban el alquiler de un departamento y los gastos básicos. El único requisito que les imponían a los salteños era que aprendiesen inglés, idioma que ninguno dominaba. Las cuatro sobrinas de Silvia habían conseguido entrar en Estados Unidos, pero la radicación en Canadá para quienes se quedaron parecía inminente. Los inmigrantes colombianos, por ejemplo, tenían la senda allanada como refugiados, figura en la que no se encuadraba ningún poblador de Argentina que hubiera pisado suelo canadiense luego de incumplir con su propósito -turístico- de ingreso al país. Apenas le emitieron un permiso de trabajo, Ariel se empleó en la construcción de casas americanas.

En esos primeros años tuvieron dos hijas más: Erika y Johanne. Sin embargo, en 2006 les salió una orden de deportación. “El 6 de julio debíamos volver para Argentina y ya estábamos vendiendo las cosas en una venta de garaje; pero un señor canadiense, al que yo había conocido dos años antes y que fue mi empleador, me consiguió un abogado. Gracias a Dios salieron los papeles de cuestión humanitaria y pesó el hecho de que mis hijas ya estaban criadas acá y que dos de ellas habían nacido acá. Por medio de ese recurso del abogado nos dieron finalmente los papeles”, recordó Ariel.

Progreso

En 2012 Ariel, hoy de 43 años, abrió su compañía Contuction Worker. Su esposa (42) es ama de casa y como continuó con sus estudios hasta alcanzar un nivel avanzado de inglés lleva la administración del negocio de su marido. 
Su hija mayor, Tamara (22), está estudiando en el Niagara College la carrera de Fitness and Health Promotion, vinculada a la prevención y promoción de la salud a través del deporte. Las otras niñas, Erika (12) y Johanne (11), cursan estudios primarios. Las hijas de Ariel y Silvia dominan el español, el inglés y el francés, estas últimas lenguas oficiales de Canadá. Saint Catharines es un poblado eminentemente turístico, al que denominan La Ciudad Jardín por la belleza de sus paisajes. La calidad ciudadana y el orden estricto con que se conducen los canadienses no solo en los espacios públicos, sino en todos los órdenes de su vida aún sorprende a Ariel. “Es muy grande la ciudad y muy limpia. La gente cruza las calles por las esquinas, no por cualquier parte como allá y no se tira la basura en el piso. Guardan los desperdicios y cuando llegan a un lugar donde hay un tacho recién los tiran. Uno aprende eso”, relató. 
Puesto a recomendar la bebida y la gastronomía de allá Ariel comentó que se toman mucho bebidas blancas para sobrellevar las condiciones extremas del clima. 
“La comida de todos los días es generalmente de fast food porque se trabaja ocho horas seguidas. En las fiestas se come pavo y jamón con un puré al que se acompaña con una salsa que se llama gravy”, detalló al mencionar sus preferencias culinarias. 
En febrero pasado el matrimonio visitó Salta junto con sus dos hijas menores. El padre de Silvia había enfermado y deseaba despedirse de su hija. Esa vuelta fue, a la par, un vuelco en el corazón de Ariel. “Desde entonces me cuesta volver, siento que todavía estoy en Salta. Mis hijas quedaron encantadas, pero es imposible estar yendo todos los años para allá”, lamentó. 
“Extraño los corsos, la comida, todo. La gente allá es más liberal y no tan estricta como acá, más sociable. Mis vecinos sé que viven a mi lado, pero no puedo entablar una conversación más allá del hola y chau. En cambio allá con mis vecinos salíamos a la vereda y tomábamos mate”, agregó. 
Como la comunidad argentina en Toronto es numerosa Los Nocheros llegaron allí el 3 de este mes con su gira internacional por sus 30 años con la música. Allí entre la multitud, latieron especialmente las almas de Ariel y Silvia, estos dos salteños Lejos del pago que por espacio de dos horas acallaron la nostalgia. 

 

 

 

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