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19 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
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El doloroso camino hasta la finca Las Higuerillas

Por más de siete horas Güemes cabalgó herido sobre la grupa de su caballo negro.
Lunes, 26 de junio de 2017 09:01

La noche del 7 de junio de 1821, fue la última vez que en Salta se lo vio a don Martín Güemes pasar a caballo. Iba como una saeta en la oscuridad pero una bala, más veloz que él, lo alcanzó cerca del canal de Tineo, hiriéndolo de muerte. Pese al terrible impacto, el aguerrido jinete soportó el golpe sin caer del animal. Instintivamente se abrazó al pescuezo de su Negro y por un buen trecho siguió a galope tendido seguido de cerca por sus hombres Eusebio Mollinedo, Rivadeneira, Moreira, Margallo, Yanzi, Gallinato y Panana. 
Seguramente que el instinto de conservación aconsejó a Güemes alejarse velozmente del lugar, pero pronto el galope se hizo trote hasta que finalmente el grupo hizo un alto pues cayó en cuenta de que algo sucedía con el jefe. 
Y en medio de la oscuridad, todos se enteraron de que una bala perdida y traidora lo había herido. Quizá no pensaron lo peor, pero optaron por continuar alejándose de la ciudad. Es que seguramente creían que quienes habían ingresado subrepticiamente esa tarde a Salta, los seguían para terminar con la mortal misión encomendada por el Barbarucho Valdéz. 
Y esa noche no pararon de marchar, trepando y trepando por una senda oscura y sinuosa. Primero lo hicieron por la falda del San Bernardo, luego por la quebrada de Robledo hasta que finalmente torcieron hacia el sur. Y nada ni nadie los detuvo, ni siquiera los ayes del Jefe Gaucho que al enfriársele la herida, tornaba a los dolores cada vez más intensos. Y así continuaron hasta que el alba chica del 8 de junio los sorprendió ya llegando a La Quesera. 

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La noche del 7 de junio de 1821, fue la última vez que en Salta se lo vio a don Martín Güemes pasar a caballo. Iba como una saeta en la oscuridad pero una bala, más veloz que él, lo alcanzó cerca del canal de Tineo, hiriéndolo de muerte. Pese al terrible impacto, el aguerrido jinete soportó el golpe sin caer del animal. Instintivamente se abrazó al pescuezo de su Negro y por un buen trecho siguió a galope tendido seguido de cerca por sus hombres Eusebio Mollinedo, Rivadeneira, Moreira, Margallo, Yanzi, Gallinato y Panana. 
Seguramente que el instinto de conservación aconsejó a Güemes alejarse velozmente del lugar, pero pronto el galope se hizo trote hasta que finalmente el grupo hizo un alto pues cayó en cuenta de que algo sucedía con el jefe. 
Y en medio de la oscuridad, todos se enteraron de que una bala perdida y traidora lo había herido. Quizá no pensaron lo peor, pero optaron por continuar alejándose de la ciudad. Es que seguramente creían que quienes habían ingresado subrepticiamente esa tarde a Salta, los seguían para terminar con la mortal misión encomendada por el Barbarucho Valdéz. 
Y esa noche no pararon de marchar, trepando y trepando por una senda oscura y sinuosa. Primero lo hicieron por la falda del San Bernardo, luego por la quebrada de Robledo hasta que finalmente torcieron hacia el sur. Y nada ni nadie los detuvo, ni siquiera los ayes del Jefe Gaucho que al enfriársele la herida, tornaba a los dolores cada vez más intensos. Y así continuaron hasta que el alba chica del 8 de junio los sorprendió ya llegando a La Quesera. 

Los auxilios 

En un ranchito del camino, un anónimo gaucho serrano ofreció unos pocos auxilios, pero el herido solo aceptó agua, mucha agua para apagar la intensa sed que le causaba la pérdida de sangre. 
Cuenta la tradición que aquel buen hombre del cerro le ofreció también algo de comer, pero seguramente Güemes no estaba en condiciones de echar bocado. El dolor y la debilidad causada por la perdida de sangre ya hacía estragos en su humanidad.
El jinete herido llevaba unas siete horas aferrado a su cabalgadura aunque seguramente algún gaucho lo ayudaba a mantenerse arriba del Negro. Por precaución, el grupo ni amagó acercarse a la Finca La Cruz, cuya sala esporádicamente utilizaban como cuartel. Por el contrario, por temor a ser nuevamente sorprendidos resolvieron adentrarse por los vericuetos del bosque que solo ellos conocían. 

El final del guerrero

Y así fue que luego de mucho cabalgar llegaron a la Cañada del Indio o más propiamente la Cañada de la Horqueta, en la finca Las Higuerillas. Allí, entre varios gauchos ayudaron a Güemes desmontar de su Negro y le recostaron en un lecho armado a la sombra de un cebil colorado, con ramas, peleros, cobijas y ponchos. 
Bajo el gran árbol, Güemes permaneció tendido 10 días hasta que finalmente y luego de una penosa agonía, expiró el domingo 17 de junio de 1821. Alguna vez, un exgobernador de Salta, don Carlos Xamena, dijo que don Martín había muerto a las 11 de la mañana. Fue en un homenaje que se le hizo al Héroe Gaucho en 1953, en el recinto del Honorable Senado de la Nación.

Primera morada 

A poco de su paso a la inmortalidad, sus hombres llevaron el cuerpo de don Martín Güemes hasta la capilla del Chamical donde esa noche, una de las más tristes de aquellos tiempos de guerra, lo velaron entre lágrimas, plegarias y lamentos. 
Y al otro día, el 18 de junio de 1821, un puñado de hombres con ojos llorosos, lo sepultaron con sus propias manos en aquel humilde oratorio.
Antes de retirarse don José Ignacio Gorriti dejó sobre la tumba una señal hecha cruz.

Referid a vuestros compañeros como llora la Patria...”


El 14 de noviembre de 1822, el gobernador José Ignacio Gorriti invitó a sus amigos para rendir un homenaje a Martín Güemes. El día fijado, el gobernador Gorriti acompañado por sus amigos, salieron rumbo al Chamical de donde trajeron los restos de Güemes. 
La hija del exgobernador, doña Juana Manuela Gorriti, cuenta sobre aquel triste homenaje: “Las tropas realistas habíanse concentrado en el Perú para reforzar el ejército que Sucre batió en Ayacucho.
Mi padre, aprovechó esa tregua para cumplir un deber caro a su alma.
Con una solemne convocatoria llamó a los amigos de Güemes para que lo acompañaran a rendirle los últimos honores.
Preparóse la fúnebre ceremonia, y el día prefijado, el gobernador y su séquito pusiéronse en camino seguido de masas populares, que caminaron en silencio el largo trayecto hasta el Chamical.
Llegados al lugar, mi padre, retiró la señal que su mano había dejado en ella, tomó la azada y apartó la tierra que cubría los restos del héroe. Los abrazó, él primero, y cedió el sitio a la multitud, que los rodeo de rodillas y elevando al cielo un inmenso gemido.
Tengo presente todavía el espectáculo de ese cortejo fúnebre que vi atravesar las calles de Salta, conducido por mi padre, vestido de luto llevaba de la mano a dos niños, Martín y Luis Güemes. Los huérfanos, sin conciencia de su desgracia, miraban con asombro en torno suyo. 
Detrás venían dos hermosos caballos en arneses de duelo. Uno de ellos volvía tristemente la cabeza como si buscara a su dueño. Era el Negro, testigos de tantas glorias y compañero de él hasta su muerte.
Después del fúnebre grupo venía una inmensa muchedumbre, pueblos enteros, que de largas distancias traían su ofrenda de lágrimas y plegarias.
La ciudad guardaba profundo silencio, interrumpido solo por el clamor de las campanas, las preces de los sacerdotes y los sollozos de la multitud.
La solemne procesión pasó ante mis ojos como una visión mística, perdiéndose en el pórtico y las profundas naves del templo... (exIglesia de la Compañía) donde sepultaron la reliquia del héroe al pie del tabernáculo. 
Mi padre salió del templo llevando en su pecho la llave de aquel ataúd que encerraba lo único que restaba de su amigo.
A la puerta, lo esperaba un grupo de soldados pertenecientes a las guarniciones de Humaguaca y Río del Valle. Señor -dijo uno de ellos adelantándose cabizbajo-, hemos desertado para venir a ver otra vez a nuestro General para acompañarle hasta su última sepultura y llevarnos estas reliquias suyas. A estas palabras, cada uno de ellos sacó de su seno un rizo de los negros cabellos de Güemes. Mi padre contempló enternecido a esos hombres leales y les dijo, enjugando furtivamente una lágrima: Id en paz amigos míos, y referid a vuestros compañeros lo que habéis visto, y como llora la Patria a sus héroes”. 

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