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La argentina Ludmila Pagliero es la mejor bailarina del mundo

Estrella de la Ópera de París y recientemente galardonada con un Benois de la Danse como mejor bailarina, la argentina se reencuentra hoy y mañana con su público de Buenos Aires; la pasión, como en la vida misma, el motor de su arte.
Viernes, 28 de julio de 2017 08:31

En una entrevista realizada por el diario La Nación a la artista, se remarca que hace exactamente dos meses un jurado notable, reunido en el Bolshoi de Moscú le otorgó el Benois de la Danse, premio que en este arte es equivalente a un Oscar. 
Ahora actuará en Buenos Aires y disfruta del reencuentro con su país, el que dejó en el fervor quinceañero para lanzarse a una carrera que la llevó hasta una cumbre verdaderamente insospechada. Porque hay que recordar que, más allá del talento de siempre, su caso es único en los tres siglos de historia del tradicional Ballet de la Ópera de París: nunca antes una latinoamericana había sido ungida étoile (estrella) de esa prestigiosa compañía.
En parte de la charla con el matutino porteño, la bailarina señala que “Un buen bailarín es un bailarín con mucha pasión; una pasión que lo lleva a entregarse, en la búsqueda de mejorar y descubrir cosas nuevas siempre, incluso en obras que ya bailó cincuenta veces y que sigue haciéndolas con la energía y las ganas de la primera vez. Se necesita pasión como en la vida. Eso me gusta ver de un buen artista, no una estética ni una técnica”. Y para hablar de los mejores, toma el caso de la ucraniana Ulyana Lopatkina (del Mariinsky, de San Petersburgo). “Entra al escenario -dice sobre la pelirroja, de gran porte- y con su forma de moverse te lleva a un mundo desconocido, al suyo. Tiene mística. Es impresionante. Lo que más recuerdo en El lago de los cisnes es su mirada, más que sus brazos y sus piernas. La transformación del blanco al negro. El mejor bailarín es ese que no sabés de dónde salió, o si es un extraterrestre, porque no puede ser que viva aquí. Son las Makarova y los Baryshnikov, o esos monstruos de la danza contemporánea que veo en tantas propuestas de hoy”.
Other Dances, la obra de Jerome Robbins que le valió el famoso premio -compartido con otra rioplatense, la uruguaya María Riccetto-, le dio a Pagliero esa libertad de ser uno mismo sin artificios. “No tengo miedo de dejar fluir esa locura, la inventiva y la emoción. Si en el momento de adrenalina, de salir al escenario, me encuadro en lo que hay que hacer, me limito. Entonces: pase lo que pase, hasta si me caigo, voy a dejar que fluya esa locura que me nutre de emociones. No sé si yo formo parte del grupo de ‘los extraterrestres’, pero me insto a seguir ese camino de libertad, de hacer cosas que no había previsto, las que me van a permitir enganchar al público y disfrutar de ese instante presente, no de lo que programé hacer”.
Pagliero está próxima a cuplir los 34 años de edad, en octubre, y dice que “de a poco voy pidiendo o conversando con la dirección sobre la gente con la que me gustaría trabajar y las obras que quisiera bailar. Obviamente están los grandes ballets, pero siento ganas de experimentar, de ser parte de creaciones nuevas y de descubrir coreógrafos actuales. Desde que me nombraron étoile, en 2012, y por los dos primeros años, fueron todas novedades; ahora ya puedo empezar a proponer más qué hacer. Sé hacia dónde voy en una década: paso mucho tiempo preguntando e investigando sobre cuánto se necesita para montar un Lago, por dónde se empieza, cuántas chicas se necesitan.
En otro de sus reflexiones, cuenta que “cuando era más joven tenía menos conciencia del cuidado de mí misma y del exterior: más lejos de mi pie. Con el tiempo, llegué a tener conciencia. Fumé más de 15 años y recién dejé de un día para el otro porque me di cuenta del daño que me estaba haciendo y que estaba haciendo afuera. Las colillas de cigarrillo son el tercer elemento más contaminante para el planeta. Tuve que llegar a los 33 años para darme cuenta. Ahora mi droga, mi obsesión, es cambiar. Empecé con un proyecto de no utilizar plásticos, no compro botellas, estoy haciendo pequeñas cosas, reciclaje, compost, tratando de limpiarme, acomodarme y reorganizarme, de no comer carne, de hacer todo lo que pueda ser bueno y sano para mí y para el mundo”.
 

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En una entrevista realizada por el diario La Nación a la artista, se remarca que hace exactamente dos meses un jurado notable, reunido en el Bolshoi de Moscú le otorgó el Benois de la Danse, premio que en este arte es equivalente a un Oscar. 
Ahora actuará en Buenos Aires y disfruta del reencuentro con su país, el que dejó en el fervor quinceañero para lanzarse a una carrera que la llevó hasta una cumbre verdaderamente insospechada. Porque hay que recordar que, más allá del talento de siempre, su caso es único en los tres siglos de historia del tradicional Ballet de la Ópera de París: nunca antes una latinoamericana había sido ungida étoile (estrella) de esa prestigiosa compañía.
En parte de la charla con el matutino porteño, la bailarina señala que “Un buen bailarín es un bailarín con mucha pasión; una pasión que lo lleva a entregarse, en la búsqueda de mejorar y descubrir cosas nuevas siempre, incluso en obras que ya bailó cincuenta veces y que sigue haciéndolas con la energía y las ganas de la primera vez. Se necesita pasión como en la vida. Eso me gusta ver de un buen artista, no una estética ni una técnica”. Y para hablar de los mejores, toma el caso de la ucraniana Ulyana Lopatkina (del Mariinsky, de San Petersburgo). “Entra al escenario -dice sobre la pelirroja, de gran porte- y con su forma de moverse te lleva a un mundo desconocido, al suyo. Tiene mística. Es impresionante. Lo que más recuerdo en El lago de los cisnes es su mirada, más que sus brazos y sus piernas. La transformación del blanco al negro. El mejor bailarín es ese que no sabés de dónde salió, o si es un extraterrestre, porque no puede ser que viva aquí. Son las Makarova y los Baryshnikov, o esos monstruos de la danza contemporánea que veo en tantas propuestas de hoy”.
Other Dances, la obra de Jerome Robbins que le valió el famoso premio -compartido con otra rioplatense, la uruguaya María Riccetto-, le dio a Pagliero esa libertad de ser uno mismo sin artificios. “No tengo miedo de dejar fluir esa locura, la inventiva y la emoción. Si en el momento de adrenalina, de salir al escenario, me encuadro en lo que hay que hacer, me limito. Entonces: pase lo que pase, hasta si me caigo, voy a dejar que fluya esa locura que me nutre de emociones. No sé si yo formo parte del grupo de ‘los extraterrestres’, pero me insto a seguir ese camino de libertad, de hacer cosas que no había previsto, las que me van a permitir enganchar al público y disfrutar de ese instante presente, no de lo que programé hacer”.
Pagliero está próxima a cuplir los 34 años de edad, en octubre, y dice que “de a poco voy pidiendo o conversando con la dirección sobre la gente con la que me gustaría trabajar y las obras que quisiera bailar. Obviamente están los grandes ballets, pero siento ganas de experimentar, de ser parte de creaciones nuevas y de descubrir coreógrafos actuales. Desde que me nombraron étoile, en 2012, y por los dos primeros años, fueron todas novedades; ahora ya puedo empezar a proponer más qué hacer. Sé hacia dónde voy en una década: paso mucho tiempo preguntando e investigando sobre cuánto se necesita para montar un Lago, por dónde se empieza, cuántas chicas se necesitan.
En otro de sus reflexiones, cuenta que “cuando era más joven tenía menos conciencia del cuidado de mí misma y del exterior: más lejos de mi pie. Con el tiempo, llegué a tener conciencia. Fumé más de 15 años y recién dejé de un día para el otro porque me di cuenta del daño que me estaba haciendo y que estaba haciendo afuera. Las colillas de cigarrillo son el tercer elemento más contaminante para el planeta. Tuve que llegar a los 33 años para darme cuenta. Ahora mi droga, mi obsesión, es cambiar. Empecé con un proyecto de no utilizar plásticos, no compro botellas, estoy haciendo pequeñas cosas, reciclaje, compost, tratando de limpiarme, acomodarme y reorganizarme, de no comer carne, de hacer todo lo que pueda ser bueno y sano para mí y para el mundo”.
 

 

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