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En Aguas Blancas no hubo milagro tras la crisis de los bagayeros

Los intentos por frenar el contrabando fracasaron. En la zona piden empleo genuino.En la crisis de junio la figura clave fue el obispo Zanchetta, quien renunció semanas atrás.
Domingo, 20 de agosto de 2017 00:00

Después de dos meses, nada cambió en Aguas Blancas.

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Después de dos meses, nada cambió en Aguas Blancas.

La crisis de los cortes de ruta protagonizados por bagayeros en la primera quincena de junio no llegó al estallido. Sin embargo, los acuerdos firmados con las autoridades nacionales parecen no surtir efecto alguno. "No hubo un acuerdo, porque faltó representatividad; no hubo solución porque los funcionarios nacionales no conocen la realidad de estas fronteras. Simplemente buscaron salir del paso antes de las elecciones", opinó el comerciante Alejandro Guzmán, candidato a concejal por País.

En la ruta y en la calle del pueblo se nota de inmediato: el contrabando sigue siendo el motor de la economía de Aguas Blancas, un municipio con un año y medio de existencia y cientos de historia en la memoria colectiva.

Ubicado junto al Bermejo, en plena yunga, es un territorio argentino donde el Estado nacional se siente extranjero, y el provincial también. Como toda tierra de frontera, existen los recelos, pero también los vínculos imprescindibles con los vecinos de Bermejo, en Bolivia.

"Crié a mis hijos con este trabajo y ahora nos piden cortar, es la única fuente de ingresos que tenemos. Si no vienen los patrones a comprar, este nuevo municipio se quedará sin trabajo, no va a haber para nadie, nada", dijo una mujer que mantiene el hogar con esta labor. "Hay gente joven también, que estudia y trabaja; otras fuentes laborales no hay. La primera y única industria que hay en Aguas Blancas es el bagayeo. No tenemos idea cuánto somos, pero somos muchos. Quizás un total de 15.000 personas que vivimos de esto entre Bolivia, Orán, Yrigoyen", decía en pleno fragor del conflicto de hace dos meses.

En junio, en ese territorio de límites tan reales como imprecisos, los bagayeros se sublevaron cuando la AFIP resolvió incautar mercadería que había ingresado ilegalmente. El órgano recaudador cumplió con la ley y consideró que los bagayeros son contrabandistas. Lo que no supieron explicar los inspectores es cómo y de qué puede vivir la gente de Aguas Blancas. Cada bagayero cobra mil pesos por cinco viajes, es decir, por diez bolsones.

En la provincia ese ingreso equivale a una fortuna. Difícilmente el ministro de Trabajo, Eduardo Costello, hubiera podido informar a la AFIP dónde podrían esos salteños conseguir un trabajo legal tan próspero. No hay, y si aparece lo jaquean con impuestos, inspecciones y huelgas.

El obispo

Si el Estado no tiene respuesta al desempleo, el decomiso de bolsones por parte de la agencia recaudadora se vuelve represivo y explosivo.

Por eso, en junio todo estuvo a punto de estallar. No ocurrió por obra de la Divina Providencia o, más terrenalmente, del obispo Gustavo Zanchetta, que intervino como mediador cuando las autoridades provinciales ya habían tomado distancia y los intendentes Marcelo Lara Gros y Sergio Oliva estaban desbordados.

Zanchetta viajó Buenos Aires y se llegó a un acuerdo formal del que participaron los intendentes, el ministro Rogelio Frigerio y el senador Rodolfo Urtubey. Solo se podrían pasar dos bolsones. Es decir, los bagayeros, elevados a la categoría de trabajadores de frontera, se registrarían y pasarían a ganar la quinta parte.

Una cosmética de legalidad, que legitimaba el contrabando y que no iba resolver nada. La crisis social y su secuela derivó en la traumática y nunca suficientemente explicada renuncia del obispo Zanchetta. Probablemente la ficción que lo tuvo como protagonista fue una de las causas de la crisis, aunque no la única.

Eso sí, quedó claro que la pastoral no puede reemplazar a la política.

Ahora el desfile diario de autos y camionetas por la ruta 50, sorteando los controles de una Gendarmería más realista y comprensiva que los lejanos inspectores de Abad, demuestra que todo sigue absolutamente igual. Eso sí, sin la Divina Providencia encarnada en monseñor Zanchetta.

"Al obispo lo usaron hasta que pasaran las elecciones", consideró Alejandro Guzmán.

Una frontera hiperactiva

"Trescientos autos y 50 trafic por día", calculó un vecino de Aguas Blancas cuyo local mira hacia la calle que lleva a las chalanas. Las bellísimas aguas del colosal río son testigos de una economía que funciona en paralelo. Toneladas de mercadería y millones de dólares nutren ese ir y venir de bagayeros, no exactamente "trabajadores de frontera" como los denominó la cosmética legalista y que, en su mayoría, son salteños.

Aguas Blancas es sobre todo puerta de ingreso de mercadería, a diferencia La Quiaca y Salvador Mazza, donde el tráfico es de ida y vuelta y la mayoría de los pasadores son oriundos de Villazón o Yacuiba.

La ruta 50, en dirección a Orán, le da la razón a Carlos Videla, el primer escéptico tras el acuerdo. "Con dos bolsones no hacemos nada; los patrones van a dejar de comprar", dijo en ese momento el dirigente de los bagayeros. "Los patrones" son capitalistas que mueven entre cinco y quince millones de pesos diarios, con los que compran mercadería en Bermejo. Esos lotes de ropa, juguetes y otros productos industriales se expanden desde Aguas Blancas por el universo paralelo de la economía en negro que impera en el país, que obsesiona a la AFIP y que pone en crisis a la industria legal.

Videla opina que el acuerdo no podía prosperar porque la Aduana carece de capacidad e infraestructura. Alejandro Guzmán cree que no existe una decisión de fondo. El movimiento de autos, camionetas, chalanas y gomones es la prueba.

 

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