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Mis papás, mi mejor compañía para el juego

Jugar con los hijos, más que un placer es una necesidad. Coleccionistas y sus hijos cuentan por qué todos ganan. 
Domingo, 20 de agosto de 2017 00:09

Ir a una juguetería y que los padres conozcan más acerca de las líneas, los personajes y las distribuidoras que los vendedores de salón. Ingresar en un supermercado y rumbear como prioridad hacia la góndola de los juguetes. Sentir emoción ante el lanzamiento de una película o un playset y rastrear ese dato por internet y en compañía, como un par de detectives comprometidos con la profesión. Estos son los “riesgos” de ser hijo de un coleccionista de juguetes, ese padre o esa madre con el alma de niño liberada y un gran amor por la infancia. Y qué fuerte puede ser el amor cuando bastan unos minutos para renovar su intensidad, su calor. Entonces una infancia perenne enlaza a este adulto con este niño y les propicia tardes repletas de juego en las que las relaciones asimétricas se suspenden y solo queda aquel mundo de la imaginación, tan pero tan grande que en él todo puede caber. 

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Ir a una juguetería y que los padres conozcan más acerca de las líneas, los personajes y las distribuidoras que los vendedores de salón. Ingresar en un supermercado y rumbear como prioridad hacia la góndola de los juguetes. Sentir emoción ante el lanzamiento de una película o un playset y rastrear ese dato por internet y en compañía, como un par de detectives comprometidos con la profesión. Estos son los “riesgos” de ser hijo de un coleccionista de juguetes, ese padre o esa madre con el alma de niño liberada y un gran amor por la infancia. Y qué fuerte puede ser el amor cuando bastan unos minutos para renovar su intensidad, su calor. Entonces una infancia perenne enlaza a este adulto con este niño y les propicia tardes repletas de juego en las que las relaciones asimétricas se suspenden y solo queda aquel mundo de la imaginación, tan pero tan grande que en él todo puede caber. 

Magalí Chireno (9) es hija de Pablo Chireno (35) y de Doris David (36), los creadores de Mercado Medieval, la feria de fantasía épica cuya cuarta edición se está desarrollando este fin de semana. “Maga” es la dueña de 93 muñequitos de “Littlest Pet Shop”, una serie de televisión animada producida por Hasbro Studios en Estados Unidos. Pablo tiene un número impreciso de muñequitos de los chocolatines Jack con sorpresa, de Felfort; figuras de los 80 de “He-Man” y “Batman”. Doris atesora barbies de los 80 y 90. Cada miembro de esta familia tiene un recinto propio. Pablo, los estantes de los libros; Doris, los de las películas, y “Maga”, una exhibidora de esmaltes para uñas devenida en vitrina para sus muñequitos. 

“Los malos se quieren adueñar del corazón de Cocoa y gobernar el mundo. O con mis barbies, algunas nenas son malas y se pelean con las otras en la escuelita que tienen. Si juego con mi papá, él tiene entre sus He-Man buenos y malos también”, cuenta Magalí. Añade que cuando era bebé le rompió una Mujer Maravilla de Jack a Pablo, “pero no era mi culpa porque mi abuela me la dio y era así de chiquita”, dice, y grafica separando apenas el índice y el pulgar de su mano izquierda. “Ella sabe que mis juguetes son de colección y muy difíciles de conseguir. Los saca solo un momento y deja las armas en las repisas para que no se pierdan. Es muy cuidadosa”, la pondera Pablo. 

Juntas, estas dos mentes elucubran universos en los que convive la diversidad. “Casi siempre son las mismas historias. Hay un secuestrador que está intentando llevarse a uno de los pet shops o de los ponys y así se va suscitando todo el juego”, explica Pablo. “A mi conejito lo secuestran porque es la llave que abre una cárcel en la que está preso un lego de Star War y con él se van a otra dimensión”, completa su hija. 

Pero la maldad en el mundo de este dúo está desactivada. “Mis malos tienen muy pocas luces, se equivocan, se tropiezan y siempre se terminan mandando alguna macana”, ilustra él. “El malo es malo, aunque sí tiene una familia que lo quiere y lo espera, pero se olvidó de todo eso y por eso es malo”, justifica “Maga”. 

Los tres mantienen vigente un pacto de damas y caballeros y se turnan a la hora de cenar para ver por internet o en la televisión sus series favoritas. “Hay días que ve ella las películas de ‘My Little Pony: Equestria Girls’, ‘Barbie’ o ‘Littlest Pet Shop’ y ella ya vio ‘He-Man’, las sagas de ‘Batman’. Nosotros con Doris somos de DC Cómics y es imposible no adentrarse en las cosas de ‘Maga’. A mí me gustan mucho los juguetes, los dibujos animados y me gusta compartirlo con ella. Aparte de ser mi hija es mi compañera”, declara él con ojos brillantes cuando la mira. “Maga” goza de las libertades de todo hijo de coleccionistas, pero no sopesa los alcances que la afición de sus padres conllevarán para su futuro. “Cuando sea grande voy a tener una compañía de animación y los dibujitos se van a tratar de mis juguetes”, manifiesta ella. Expertos dicen que jugar con los hijos es, además de un placer, una necesidad. Para los padres, porque el juego les permite conocer mejor a los niños, les ayuda a enseñarles valores y formas de actuación, refuerza su vínculo con ellos. Para los niños, porque a través de esta herramienta aprenden, se desarrollan mejor y ganan en tolerancia, imaginación y felicidad. Para Pablo, además, es un antídoto contra el estrés. “Te permite olvidarte del trabajo y las responsabilidades, viajar a otro mundo para imaginar y crear. Se genera un lazo muy estrecho cuando jugás con tus hijos, muy difícil de explicar y que va más allá porque a veces no jugamos y ella viene con su silla y yo estoy preparando algo en la cocina. Se me aproxima y me cuenta lo que le ocurrió en la escuela y así se va generando mucho diálogo”, concluye. 

“Se conoce a los hijos mediante el juego”

Gilda Aguilar e Irupé son coleccionistas de Barbie, a la que le inventan mil historias. 

Gilda Aguilar le legó a su hija Irupé la afición por las barbies. Pablo Yapura


“Con fuerza y fe todo lograré, pondré mi esfuerzo para obtenerlo, tengo el control. Ahora soy quien quise ser y todo he de dar sin duda alguna. Yo voy a brillar otra vez”, canta Keira en la mano de Irupé Coña (6). Para la niña es muy especial esta muñeca perteneciente al filme “Barbie. La princesa y la estrella del pop” (2012). Además de ser musical, posee un mecanismo de transformación que le permite asumir dos identidades, cambio de cabellera y vestido mediante, de princesa a estrella del pop. Es una superheroína que en el juego de la niña ha invitado a sus amigas a un pijama party, en el que se contarán todos los secretos, pero antes deben cocinar un arrollado de pollo. Así, de un asunto amoroso muy serio a una consigna culinaria. La imaginación de los niños es vaporosa y Gilda Aguilar (27), mamá de Irupé, tiene los sentidos despiertos para seguirle el juego como un contador de chistes que antes de disfrutar de las carcajadas del público piensa en el próximo remate. “Ella tiene ideas y con lo que tira vamos armando las historias. Lo que sí, refleja lo que le ocurre en el jardín y en la casa de mi papá, donde tenemos una casa de comidas regionales”, describe Gilda. “Me gusta jugar con mi mamá porque ella no me pelea cuando jugamos”, apunta Irupé. La niña tiene muchos playsets que comparte con su mamá coleccionista de Barbie. Para El Tribuno armaron una casa con cocina, sala de estar, dormitorio y parque de juegos para los niños. 

Gilda tiene con su marido, Atilio Coña (37), dos hijos más: Francisco (5), coleccionista de dinosaurios, y Mailín (un año y medio). Las horas de juego con su niña mayor la llevan directo a su infancia, a las tardes pasadas en compañía de dos amigas: Valeria y Rocío. “Con ellas nos juntábamos y armábamos los playsets y armábamos historias casi siempre referidas a nuestros cantantes favoritos como Gilda, Maritza Bali y Rodrigo Bueno. Siempre eran historias retrágicas. Una quedaba embarazada, pero perdía el bebé, tal vez porque veíamos las novelas de Thalía”, comenta. Hoy tiene cien muñecas e Irupé 30. “De niña tuve tres barbies originales y luego muchas muñecas chinas. Cuando Iru tenía tres años cometí la osadía de dárselas, pero luego las guardé al ver que no las trataba como las traté, y yo las tengo en el corazón”, señala. El trío que le habita el sentimiento y la memoria pertenece a la década de los 90. El Ken barbas mágicas, un muñeco que traía un juego completo de afeitado; una California girl, que iba a la playa muy bien ataviada, y la pearl beach, otra playera con aros y gargantilla de perlas. 

Como coleccionista la abandonará la nostalgia cuando consiga la Florida vacation y la Riviera. “No las hallé en internet. Las vi en Estados Unidos, pero no está en mis posibilidades traerlas, por los gastos de envío”, dice Gilda. Aunque Mailín desde los seis meses iba en andador con una barbie en la mano a la que agitaba y hacía decir “¡Hola!” continuamente, le falta edad para tener una Barbie. “Es muy importante jugar con los chicos porque los ayudamos a desarrollar su imaginación y a que aprendan a cuidar los juguetes. Ellos se encariñan y lloran cuando rompen los juguetes y uno les enseña que se podría haber evitado”, concluye Gilda.

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