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En J.V. González, vecinos hacinados piden ayuda

Son unas 40 familias que se asentaron hace años al lado del cementerio de la ciudad.Viven en la miseria y el temporal hizo estragos con sus precarias viviendas
Viernes, 31 de marzo de 2017 20:11
Foto: Javier Corbalán 

Unas 40 familias indigentes unieron sus desgracias hace años en el asentamiento Facundo Quiroga, de Joaquín V. González, al que ellos, desafiantes, llaman barrio. Armaron sus viviendas hacinadas de miseria, peleándoles parcelas a los muertos que yacen en el cementerio de la ciudad. Ahora son vecinos de todas las almas sin perspectivas de conseguir un mejor lugar entre los vivos. Conviven con los fantasmas y se hermanan con ellos porque, después de todo, existen miserablemente y nadie los ve.

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Unas 40 familias indigentes unieron sus desgracias hace años en el asentamiento Facundo Quiroga, de Joaquín V. González, al que ellos, desafiantes, llaman barrio. Armaron sus viviendas hacinadas de miseria, peleándoles parcelas a los muertos que yacen en el cementerio de la ciudad. Ahora son vecinos de todas las almas sin perspectivas de conseguir un mejor lugar entre los vivos. Conviven con los fantasmas y se hermanan con ellos porque, después de todo, existen miserablemente y nadie los ve.

Con temporales como el de estos días, que en la localidad anteña de El Quebrachal hizo rebalsar los pluviómetros con 190 milímetros entre el lunes y el martes, sus casas quedaron anegadas por el agua que llenó este bajo anteño como si fuera un pozo y, los del fondo, tuvieron que huir en busca de un piso y un techo. Paradójicamente, fueron tristes a parar a un centro llamado “El Niño Feliz”. Sus colchones, sus ropas y otros enseres quedaron nadando entre paredes de fibrofácil. Necesitan ayuda. Materiales de construcción, colchones, camas, ropa, calzados, alimentos. Todo. También necesitan que el intendente de González, Juan Domingo Aguirre, “Juanilo”, como le dicen, se anime a mojarse los zapatos en este hacinamiento que no ha recorrido ni una sola vez.

Pobreza estructural. Malversación de palabras. Estos olvidados no entran en las categorías sociológicas, pertenecen al subgrupo marginado del sistema productivo, no tienen trabajo ni se sostienen con los planes sociales, y solo por el recuerdo de las migas políticas que reciben en campaña, emiten su voto en las elecciones aunque después se sigan revolcando en el fango de la indiferencia gubernamental.

Elba Delia Medina tiene 40 años y 6 hijos: “Cada vez que llueve quedamos empantanados, el problema que tenemos sale en los medios siempre, así que no pueden decir que no lo conocen. El intendente nunca vino a ver si estamos vivos o muertos, solo vienen para las elecciones. Yo cobro pensión por mis chicos pero no me alcanza para nada, tengo una casilla con tres camas para ocho personas. Este barrio es inaccesible cuando llueve. Todos necesitamos ayuda, los chicos no pueden ir a la escuela, estamos encerrados porque no se puede pasar. Para las autoridades no existimos. Nuestra realidad es la miseria misma. Solo los bomberos y los policías nos dan una manito”.

Otra vecina, Karina Velardes, también quiso decir lo suyo: “Vivir acá es muy fiero. Estamos ahí del cementerio y cada vez que llueve nos inundamos, así que nos tienen que evacuar en El Niño Feliz porque nos tapa el agua. El intendente dijo que nos va a sacar de acá, no sé si para darnos un mejor lugar o para dejarnos sin nada. No tenemos a dónde ir, pero esto tampoco es vida. No hay trabajo, ¿cómo vamos a progresar?”.

Rosa Ramona vive hace dos años en el Facundo Quiroga y tiene sus obvias quejas: “Le vivo pidiendo al intendente tierra para rellenar el terreno, pero nada. Estuve evacuada con los otros vecinos porque se nos ha mojado todo. Por favor, que la gente nos ayude”.

Jorge Rafael Centeno tiene 37 años, una familia de 8 miembros y es changarín: “En este barrio no se vive, se sobrevive. Solo pedimos ayuda para seguir. Unas 30 familias fuimos evacuadas, pasamos la noche parados porque tenemos 70 centímetros de agua en las casas. No se puede progresar”.

Marisa Figueroa es la vecina menos envidiada del asentamiento porque vive en el punto más bajo del terreno, “en el pozo”, dicen todos. “El intendente, si viene, llega hasta arriba, donde no se moja el zapato, así que no conoce este bajo donde el agua subió casi un metro”.

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