“Si el papel me gusta, no me interesa si lo que hago va a ser mucho o poco. No hay personajes pequeños. Lo que sí hay son actores pequeños”. La frase engrandece a su autor, Harry Dean Stanton , que falleció a los 91 años en Los Angeles, por causas naturales. Fue una de las figuras que mejor representó los sentimientos y estados de ánimo más profundos de la identidad estadounidense. Lo que inmediatamente recordaremos de él es su rostro delgado y filoso, áspero como alguno de los personajes ligados a la tierra, a la vida rural o de pequeñas comunidades que caracterizaron parte de su mejor carrera en Hollywood.
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“Si el papel me gusta, no me interesa si lo que hago va a ser mucho o poco. No hay personajes pequeños. Lo que sí hay son actores pequeños”. La frase engrandece a su autor, Harry Dean Stanton , que falleció a los 91 años en Los Angeles, por causas naturales. Fue una de las figuras que mejor representó los sentimientos y estados de ánimo más profundos de la identidad estadounidense. Lo que inmediatamente recordaremos de él es su rostro delgado y filoso, áspero como alguno de los personajes ligados a la tierra, a la vida rural o de pequeñas comunidades que caracterizaron parte de su mejor carrera en Hollywood.
A lo largo de una carrera prolífica, tan extensa que se mantuvo activo casi hasta el final de sus días, Stanton fue convocado muchas veces para interpretar a villanos, psicópatas o personajes capaces de provocar inmediato rechazo. No le costó jamás interpretarlos. Pero la expresión dura, tallada casi a cuchillo que aparecía en su rostro también le sirvió para construir papeles mucho más empáticos y entrañables, por los cuales no se podía sentir otra cosa que compasión. Quedará uno de ellos como el más recordado y logrado de todos: el lacónico Travis, ese hombre enigmático que recorría incansable territorios desérticos sin encontrar explicaciones a sus dilemas en “París, Texas” (1984), de Wim Wenders.