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Los niños de la vincha y el fuego

Lunes, 18 de septiembre de 2017 00:00

En el país hay un millón de indígenas, según el censo 2010 y la mayor parte de los mapuches argentinos residen en Chubut y Neuquén. Las estadísticas que construyó el Indec en ese censo, no son categorías conceptuales antropológicas precisas y tampoco reflejan la cosmovisión indígena en su relación con la tierra, prioridad número uno en la aspiración de los pueblos originarios para satisfacer la propiedad comunitaria.

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En el país hay un millón de indígenas, según el censo 2010 y la mayor parte de los mapuches argentinos residen en Chubut y Neuquén. Las estadísticas que construyó el Indec en ese censo, no son categorías conceptuales antropológicas precisas y tampoco reflejan la cosmovisión indígena en su relación con la tierra, prioridad número uno en la aspiración de los pueblos originarios para satisfacer la propiedad comunitaria.

Las últimas noticias sobre los mapuches, a partir del caso Maldonado, muestran a una cultura ancestral en antinomia con la actual.

Los mapuches, por ejemplo, dan una particular atención educativa a esos niños de vincha de las postales televisivas.

Mapuche, simbólicamente, significa "gente de la tierra"; el grupo reside en Argentina y Chile. Aún se investiga qué identidad tiene la Patagonia ya que hay antepasados tehuelches puros con nietos mapuches.

Los niños mapuches crecen en una sociedad de relativa biculturalidad argentina-chilena. La estructura psíquica de los integrantes de esa comunidad gira en torno a una cultura del orden y disciplina colectiva que precede al nacimiento de sus niños y que los mapuches no cesarán de recordárselas. Las familias se forman por uniones de hecho estables, monogámicas y uniones legales.

El lof o comunidad, es representada por el o la lonko, cabeza de las autoridades que tradicionalmente la rige, e incluye al machi (guía espiritual, médico); al portavoz, (embajador o mensajero); al fiscal (maestro de ceremonia, memoria colectiva e historiador) y a los educadores de las leyes y código de práctica.

La pedagogía mapuche es una internalización muy fuerte de los valores de una cultura patriarcal y el niño mapuche es producto de una socialización singular. A los tres años, como anfitriones, ya ceban mate y manejan el fuego sin riesgos, muy distinto a nuestros niños. Están educados en la emancipación temprana de sus padres que no los sobreprotegen. Juegan mucho a determinados animales y trabajan con el ganado, practican la religión primitiva y los adolescentes de ambos sexos hacen el rito de la iniciación en el mundo adulto.

La antropóloga e investigadora argentina, Andrea Szulc, dijo de la infancia mapuche: "La inocencia que comúnmente se atribuye a los niños parece llegar a su máxima expresión en el caso de niños indígenas, imaginados aún más naturales, ingenuos, puros y desvalidos que los demás, aislados en sus ancestrales comunidades, donde no conocen los beneficios ni los perjuicios de la vida moderna".

El niño reproduce la historia de sus ancestros, memoria de muchos siglos del pueblo basada en el criterio de obediencia y transmitida en idioma mapuche o araucano. Es una comunidad cerrada culturalmente, que se entiende a sí misma por su consagración a la naturaleza, al absoluto respeto a los ancianos (representantes del saber), a la identidad subjetiva por el territorio, valores en tensión con los que son "hablados" por las familias occidentales.

El psicoanalista Jacques Lacan, casi antropológicamente indicó en su texto "La familia" que "Creemos que decimos lo que queremos, pero es lo que han querido los otros, más específicamente, nuestra familia es la que nos habla". Principio general que debería observar toda política social que proponga el diálogo con otra cultura.

 

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