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El irresistible encanto de ser creyentes

Sabado, 23 de septiembre de 2017 00:00

En fecha reciente, una edición de El Tribuno, nos informa acerca de la polémica por el asueto otorgado por el Rectorado de la Universidad Nacional de Salta en las jornadas previas a la celebración del Triduo del Milagro, y del cuestionamiento planteado por el gremio (Adiunsa), ante la resolución emanada en su gestión.

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En fecha reciente, una edición de El Tribuno, nos informa acerca de la polémica por el asueto otorgado por el Rectorado de la Universidad Nacional de Salta en las jornadas previas a la celebración del Triduo del Milagro, y del cuestionamiento planteado por el gremio (Adiunsa), ante la resolución emanada en su gestión.

La realidad es contundente: ¿cómo sustraerse a la fascinante experiencia de presenciar unas jornadas pletóricas de profundo sentimiento popular? ¿Cómo no compartir la emocionante travesía de los peregrinos, en la que caminando por senderos, atravesando ríos y arroyos, ascendiendo y descendiendo montañas, surcando valles, miles de conciudadanos recorren con harta dificultad, pero con mucha fe, el camino que los conduce al santuario mayor de la ciudad donde moran los Santos Patronos?

¿Cómo no fascinarse ante la muchedumbre que acude devota con sus peticiones y gratitudes ante el Señor y la Virgen del Milagro?

¿Cómo no apreciar ese apacible caminar de los fieles con sus rostros plácidos , en una plaza perfumada de azahares, en las jornadas luminosas que anuncian la llegada de la primavera?

A pesar que en nuestro tiempo soplan vientos huracanados de laicismo y ateísmo, no por ello las manifestaciones religiosas dejarán de existir. Un segmento del mundo racionalista e intelectual puede confrontar con el dogma de fe, desde la lógica científica, pero, en contraposición, una parte importante de la población, sólo encuentra refugio y consuelo en la esperanza que le proporciona la fe que anida en sus corazones.

¿Cómo no entender a la madre que lleva a su hijo en su seno, y que anhelante recurre a María implorando un venturoso alumbramiento y dicha para su suspirado vástago? ¿Cómo no maravillarse ante nuestros ancianos que piden consuelo ante sus dolores físicos y del alma? ¿Cómo no comprender a miles de ciudadanos que imploran el amparo celestial en materias en las que hay ausencia estatal?

No se puede cercenar el derecho que tienen las personas a manifestar su adhesión a un credo, y menos restar la posibilidad de participar en ritos y celebraciones de plena espiritualidad. No todo puede reducirse a frío materialismo. El hombre necesita replegarse sobre sí mismo en oración y meditación, para sosegar al alma atribulada por los males de nuestro tiempo. También para renovar un histórico pacto de fidelidad con los Santos Patronos y revivir las amadas tradiciones de nuestros amados y respetables antepasados.

La Europa católica

Es importante la consideración de la sensibilidad, que es parte constitutiva de la persona. En el ser espiritual del hombre, los ritos, las creencias y la fe encuentran su lugar recoleto de paz y esperanza.

Por otra parte, la autoridad muchas veces es seducida por temas de religión. A través de la historia, en numerosas oportunidades, el poder temporal buscó su base de sustentación en el poder espiritual. Desde la navidad del año 800, noche trascendental como pocas en la Historia, el Papa León III coronó a Carlomagno como Imperator Romanorum en la Basílica de San Pedro, en una celebración al modo tradicional de los bizantinos: coronación, aclamación y proskynesis. La muchedumbre le aclamó tres veces: "Carolo Augusto a Deo coronato, magno et pacifico imperatori romanorum, vita et victoria", conforme al relato que cuentan sus fuentes contemporáneas: los Annales Regni Francorum, Liber Pontificalis y el erudito Eginardo. Desde esa fecha se estableció una alianza que se tradujo en el compromiso imperial de proteger a la Santa Madre Iglesia, cuyo precedente se encuentra en el Tratado de Quiercy de abril de 754 firmado por el monarca franco y el Papa Esteban II.

Recuerda este acontecimiento "La coronación de Carlomagno", obra del artista renacentista Rafael Sanzio. La pintura forma parte del encargo recibido para decorar las habitaciones del Palacio Apostólico del Vaticano, y son conocidas como Stanze di Raffaello, en la Sala del Incendio del Borgo.

El rey penitente

En el siglo XI, un Papa reformador Gregorio VII, llevará a un enfrentamiento con el emperador alemán en la llamada "Querella de las investiduras", que en el fondo no era más que un enfrentamiento entre el poder temporal y el espiritual, y que derivó en una desdeñosa indiferencia imperial ante las prescripciones pontificias. Su Santidad pronunció su anatema. La nobleza opositora a Enrique IV, logró convocar en Tribur la Dieta Imperial con la manifiesta intención de deponer al monarca.

El emperador se encontró en situación comprometida, amenazado en su trono si no era absuelto de la excomunión, y esto lo decidió a ir al encuentro del Papa y obtener de él la absolución.

Enrique IV, se presentó ante las puertas del castillo de Canossa el 25 de enero de 1007, vestido con hábito penitencial, descalzo, con largo llanto, implorando consolación y favor del Papa Gregorio VII. Tres días estuvo ante las puertas del castillo desde el amanecer hasta la puesta del sol, bajo copiosa nevada. Las súplicas de la condesa Matilda y de Adelaida de Saboya, prima y suegra, sumado a los ruegos del Abad Hugo de Cluny, lograron el perdón del voluble monarca. Allí se reveló la imponencia de la grandeza pontificia donde el rey más poderoso de Europa se ve obligado a postrarse a sus pies, implorando perdón y misericordia.

Los artistas Carlo Emanuelle ( "Enrique IV delante de Gregorio VII en Canossa"- 1630) y Eduard Schwoiser ("Humillación de Enrique IV ante el Papa para pedirle su perdón"- 1852) plasmaron en sus lienzos el episodio.

Otro hito en la historia es la adopción de la religión católica por parte de Enrique de Borbón, pretendiente al reino de Francia y firmante del Edicto de Nantes (1598) que reconocía al catolicismo como religión del Estado y la implementación de una política de reconciliación. Gobernó a Francia como Enrique IV entre 1594 y 1610.

La Revolución Francesa 

Tras un largo período que se confunde con la historia de las naciones europeas, en el que la religión había convivido con el poder y la cultura, intercambiándose y confundiéndose, bruscamente volvía a la realidad de la persecución: la eclosión de la revolución francesa volvía a mostrar el dolor y la cruz.

Esta conmoción que puso en jaque no solo a Francia, sino a Europa, necesitaba de una reconstrucción. Napoleón comprendió desde el primer momento que para restablecer el orden debía desarmar desde dentro de la revolución, y para conseguir eso tenía que reconciliarse con la Iglesia romana. Su actitud representaba un cambio total, no por motivos religiosos, sino políticos.

Comprendió mejor que los demás que no resultaba posible estabilizar la revolución sin contar con el apoyo de la Iglesia, y que de las dos iglesias existentes, solo la de Roma gozaba del beneplácito del pueblo.

Las negociaciones lo condujeron a firmar el Concordato de 1801 con el Papa Pío VII por el cual se reconocía la primacía de la religión católica, apostólica y romana. El pueblo acogió con alegría la pacificación y la restitución del culto público. En las librerías apareció un libro que causó entusiasmo: el “Genio del Cristianismo”, de Francois René de Chateaubriand: vuelta a la fe en medio de las dificultades seculares, y representaba un renovado interés por la religión en la sociedad francesa.

Este precedente, por medio del cual se ponía en marcha nuevamente la religión católica en Francia, fue la base para la aspiración imperial de Bonaparte, quien, luego de allanado y negociado algunos términos con el Pontífice, consiguió que en una ceremonia sugestiva, con un ceremonial y magnificencia que superaba la coronación de los Borbones, en una jornada histórica inmortalizada en el famoso cuadro de Jacques Louis David, “La coronación de Napoleón en Notre Dame” (1806), el Papa Pío VII, ungió a los emperadores, y Napoleón se coronó a si mismo. A pesar de esta falta a la tradición, el gesto quisiera indicar que, contrariamente al planteamiento del Antiguo Régimen, el poder no le venía de Dios, pero no queda duda de que la unción indicaba que Napoleón aceptaba la superioridad pontificia.

La conversión de Cristina

Nuestra otrora verborrágica y ultra mediática expresidenta Dra. Cristina Fernández de Kirchner, tampoco pudo sustraerse a la fascinante experiencia de obtener la foto que la inmortalizara junto al papa Francisco. Luego de una larga y tumultuosa relación de hostigamiento hacia el entonces cardenal Jorge Bergoglio, tras el ascenso al solio pontificio de nuestro digno prelado, la ex mandataria se vio forzada a limar asperezas, habida cuenta que el sitio que ocupa Su Santidad en el mundo, es por lejos muy superior a la de un presidente sudamericano.

Comprendiendo que el Sumo Pontífice es uno de los líderes más importante del orbe, se mostró interesada en visitar al antiguo oponente. Con voz trémula y entre balbuceos, hizo entrega del regalo protocolar, y explicó el uso del obsequio consistente en mate y yerbero al Papa argentino, habituado al uso de estos enseres.

Pero quedó patente el hecho de la necesidad de la Dra. Fernández por sostener una relación diplomática de buena vecindad con el Papa Francisco y de convalidar su gestión, multiplicando sus encuentros con nuestro Pontífice.

En la Historia Universal como en el devenir de los tiempos en la escala regional, resulta innegable la seducción que despiertan los ritos eclesiásticos en las dirigencias políticas. Ya por motivos políticos, para obtener un guiño de la autoridad eclesiástica, ya para obtener la complacencia del electorado, no es fácil para la autoridad restarse en los eventos que son tan caros a una importante población.

La universalidad de la Iglesia se hace patente en cada septiembre en nuestra ciudad, pero hemos de ver en ello que, pese a las legislaciones asépticas de todo credo y a los denodados esfuerzos de diversos sectores de la sociedad por desembarazarse de Dios, Él está y permanecerá siempre presente en la vida de millones de personas, sencillamente porque habita en el corazón, en lo profundo del alma del ser humano, allí donde no hay leyes, constituciones, decretos, estatutos y toda una parafernalia de instrumentos que buscan anular la presencia divina en la existencia humana.

Y nuestras autoridades siempre claudicarán ante las multitudes que manifiestan tanta efusión de amor y paz en la beatífica compañía de Padres tan amorosos.

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