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La opción fallida por la camorra

Lunes, 25 de septiembre de 2017 00:00

La violencia escolar forma parte del malestar entre padres, alumnos y docentes. Es la guerrilla del "todos contra todos", muy parecida a un juego donde se niega al árbitro y al reglamento.

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La violencia escolar forma parte del malestar entre padres, alumnos y docentes. Es la guerrilla del "todos contra todos", muy parecida a un juego donde se niega al árbitro y al reglamento.

UNICEF informó que Argentina lidera el ranking de bullying o acoso escolar en la región: 4 de cada 10 estudiantes secundarios admite haber padecido acoso escolar, mientras que 1 de cada 5 dice sufrir burlas de manera habitual.

Por su parte, el Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas (gestionado por la Universidad de San Martín y el Ministerio de Educación de la Nación ) registró que hay roturas de útiles 32%, gritos 14%, burlas 12%, insultos 12% y exclusiones 8%.

La ONG Bullying Sin Frontera, alertó que en Argentina el problema creció 40% con relación a años anteriores.

Médicos, psiquiatras, psicólogos, psicopedagogos, educadores, abogados, periodistas, trabajadores sociales y padres de chicos que han padecido bullying están comprometidos con la institución de sus hijos para abordar el problema y saben que la violencia disminuye en los niveles superiores de escolaridad. No alcanza el trabajo intensivo e intergeneracional de la escuela para evitar la violencia escolar. Por la declinación de la autoridad aparece la desregulación de las normas, lo que induce a conductas salvajes. La barbarie se instaló en la escuela receptora de subjetividades desamarradas que traen síntomas inéditos localizados en chicos, padres y docentes. Cada uno con diferente intensidad pleitean por lo suyo, siempre contra normas y consignas pedagógicas. El año pasado en el país hubo 2.236 casos denunciados de bullying. En Salta, en el 2016, 28 casos.

La escuela argentina ya no es la del siglo XIX que irradió el empuje al sacrificio personal y a múltiples renunciamientos a cambio de una inclusión social. Hoy, la convicción pulsional de cada uno desbordó la socialización escolar y la contención de los chicos y los jóvenes y también el espacio para la comunicación de padres y docentes; existen familias enteras que agreden a los maestros de sus hijos porque estos deben cumplir normas. Los insultos y las agresiones físicas influyen indudablemente en el desempeño académico de los alumnos. Los ideales simbólicos sarmientinos de la superación personal por medio de la educación o la autoridad encarnada en los padres y en la ley, son formas licuadas por las compulsiones de la época que se vive. Los sujetos dislocados de los valores tradicionales, como la disciplina en el colegio o la búsqueda del saber a través del "­Atrévete a conocer!", viejo mandato de la Ilustración , militan hoy en el goce supremo e individualista, en el que el conocimiento, el aprender a aprender, no los entusiasma como superación porque encuentran vacías a las promesas de los adultos. Hay prácticas violentas destructivas contra el otro, avanzan como una coacción unilateral para producir sufrimiento, sea por diversión o simplemente para vandalizar a la subjetividad del prójimo e imponer una asimetría de poder en los lazos de la comunidad educativa.

La violencia escolar tiene su caldo de cultivo en la subjetividad de esta época, caracterizada por lazos sociales débiles. Muchos chicos, padres y docentes no van más allá del propio yo, no renuncian al goce que promueve el individualismo y no comparten preocupaciones y satisfacciones con una lógica colectiva, optan fallidamente por la camorra focalizada.

 

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