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15 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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La lucha del cuchillo con la grúa

Lunes, 04 de septiembre de 2017 00:00

En Berazategui (Buenos Aires) todos comentan el trágico suceso de la semana pasada. Un conductor mató a cuchilladas al chofer de la grúa porque se demoró en asistirlo e hirió, de la misma forma, a los dos hermanos de la víctima que intercedieron. El chofer había equivocado el camino y recorrió kilómetros de más; eso implicó un gasto extra que terminó en asesinato.

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En Berazategui (Buenos Aires) todos comentan el trágico suceso de la semana pasada. Un conductor mató a cuchilladas al chofer de la grúa porque se demoró en asistirlo e hirió, de la misma forma, a los dos hermanos de la víctima que intercedieron. El chofer había equivocado el camino y recorrió kilómetros de más; eso implicó un gasto extra que terminó en asesinato.

El hecho tiene sus aristas: la demora en dar el servicio por una razón contingente y la desorientación geográfica del conductor de la grúa para llegar al lugar donde se descompuso la combi. Fue un crimen en un espacio y tiempo determinados y que recuerda al "acontecimiento-apropiador" que definió el filosofó Martín Heidegger como las vueltas que tiene el ser y, que en este caso se apropió de la vida de un trabajador y dejó dos heridos. Para Heidegger, los estados de ánimo son la base de la conciencia humana.

El dueño de la combi parece un personaje del film argentino "Relatos salvajes", en el que la "patología del acto" es presentada como actuación peligrosa. Pero, lo de Berazategui no tiene el humor ni las historias de venganza y amor de "Relatos salvajes", solo exhibe el fantasma del homicida que lo transformó en victimario alevoso.

La violencia usada, como toda agresión, es desmedida, con gritos e irrefrenable. Faltó la regulación de la palabra. Vemos un psiquismo que reaccionó, ante la falta de grúa, con impulsos descontrolados que transformaron a las personas en objetos sin valor. En ese marco, ocurre el enfrentamiento entre un cuchillo y la grúa auxilio; lo real fue que el auxiliador perdió ante la pulsión de muerte, perecieron todas las palabras y se instaló el pasaje al acto del cuchillero que deberá -ahora sí- poner palabras explicativas a su homicidio en riña y con lesionados.

Los testigos relataron que antes de que actúe el cuchillo, hubo una fuerte discusión, un lenguaje previo a la irracionalidad criminal. En la patología del acto, la palabra y sus beneficios son desplazados para que el incidente se agrave al máximo. La violencia en Berazategui funcionó como una piraña sobre los cuerpos de las tres víctimas, buscó consumirlos. Fue una escena posmoderna de la deshumanización de la subjetividad propia y ajena.

El acto es deshumanizante porque se redujo a una impulsividad que la sociedad no legitima y sanciona. Ha sido el desquicio de un solo individuo contra el resto, una pérdida de sentido que provocó el pasaje al acto sin que importen los resultados. No fue apostar a la vida sino al odio inútil proyectado en inocentes. Parece un enloquecimiento pero, no lo es, el cuchillero podría haber controlado la ira y su deseo de exterminio hacia al otro.

El dueño de la combi eligió el camino de la ruptura social y el quiebre con la vida. Se entregó dócilmente a la ley del odio, ahora será sometido contra su voluntad a la norma penal que le hará sentir nostalgia por su preciada libertad.

Vivir en sociedad no permite ninguna obsesión que justifique el ataque cruel al otro, el lazo social consiste en saber dilucidar que la existencia misma es la que define, en cada persona, que su vida sea constructiva, una comedia, un drama o una tragedia.

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