¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

14 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Señores jueces, escuchen a la gente

Sabado, 03 de octubre de 2020 00:00

Escribo esta reflexión dirigida a los señores jueces a modo de proclama cívica.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Escribo esta reflexión dirigida a los señores jueces a modo de proclama cívica.

Es preciso que los magistrados abran las ventanas de sus despachos.

Las voces que se escuchan por las calles les están reclamando a ustedes.

Sí, lo sé por experiencia, cierto es que muchos ciudadanos no están empapados del quehacer cotidiano y las indispensables formalidades que deben respetarse en los tribunales y, por eso, no comprenden de trámites judiciales y menos aún de ciertas condiciones y de algunas prerrogativas que ustedes gozan. Pero lo que sí entienden y comprueban a diario es que nuestra administración de justicia está muy lejos de ser efectiva y de alcanzar solo a quienes la merecen.

Que la impunidad ha llegado a niveles escandalosos. Que muchos de ustedes han deshonrado la misión más respetable y esencial de realizar la justicia, germen de virtudes y la fuente en la que se abreva la paz y la armonía social, entregándose a las prebendas que enriquecen en deshonestidad, o se han sometido a la humillación de arrastrarse ante poderes de diverso género.

Que han llegado incluso a fundar una camarilla facciosa de idólatras del poder absolutista, con el descaro de llamar legítima a la pretensión de instalar una justicia partidaria que garantice la impunidad de sus mentores.

Esas son las reivindicaciones que claman en las calles y que ustedes deben acoger.

Pero pareciera ser que también algunos de ustedes no comprenden en su verdadera dimensión cuál es la condición esencial para ser juez, la trascendencia de la sagrada misión de hacer justicia como modelo y doctrina de virtud y las consecuencias infaustas y execrables para la Nación, de consagrar la injusticia.

Desmitificaciones

Pongamos claridad a ellos y a ustedes.

¿Son privilegiados los jueces? ¿Es acaso un privilegio personal el no pagar impuesto a las ganancias, para asegurarles que no se menoscabe su salario, que no puede ser disminuido por mandato constitucional?

Esas medidas no fueron pensadas por los constituyentes en favor de las personas de los jueces, sino en amparo de quienes son los titulares y usufructuarios de la garantía de recibir ese bien superior, que es una justicia efectiva, oportuna y para todos.

Pero para que esa garantía subsista es preciso que se cumplan dos condiciones: una es que el juez esté preservado de caer en la necesidad, en las estrecheces (y otra vez), no para proteger su vida personal, sino para resguardarlo de la debilidad de acceder a tentaciones de quienes pretendan sobornarlos.

La segunda y crucial condición que justifique ser acreedor el juez a semejantes condiciones consiste en la idoneidad primigenia que debe poseer para acceder y permanecer en el cargo, que es la honestidad extrema como blindaje de la incorruptibilidad, en la que reside el inexpugnable bastión de la Justicia.

Sus beneficios no son privilegios, son exigencia de decencia y probidad absolutas. No son una gracia, sino una carga. Son un gravamen y una hipoteca, que deben pagar los jueces con una moneda de oro, la justicia. En cada sentencia, en cada acción de su vida pública, en cada conducta de su vida privada.

El arte de juzgar

Tienen derecho a equivocarse en la interpretación de la ley, que para eso están las instancias que revisan. No tienen derecho ni excusas en la aplicación torcida de la ley. Su decisión no debe conducir a beneficiar a alguien, sino a reconocerle un derecho.

La autoridad y la jerarquía que se les otorga no son suyas, sino de la función, y no perduran por su persona, sino por su conducta.

Son libres para opinar y autónomos para decidir, pero esclavos como nadie de la ley y de la justicia. Solo ante ellas deben arrodillarse.

Señores jueces, son iguales que los demás ante la ley, pero carecen de ciertos derechos de los demás. No tienen derecho a padecer miedo, ni ante las amenazas más feroces. No tienen derecho a reverenciar al poderoso. No tienen derecho a inclinar la cerviz ante el emplazamiento del déspota. No tienen derecho a beneficiar a un amigo o a un pariente.

Los jueces justos son modelo y escuela de valores morales. Las sentencias de los jueces que hacen realidad la justicia entre los hombres se derraman sobre los pueblos como una lluvia que hace renacer nuevos brotes de virtud en la sociedad. Y ésta se convierte así en la tierra fértil donde prospera el mérito.

Las fuerzas morales

Ha dicho José Ingenieros en "Las fuerzas morales": "En las sociedades carcomidas por la injusticia los hombres pierden el sentimiento del deber y se apartan de la virtud... Cuando en la conciencia social no vibra un fuerte anhelo de justicia, nadie templa su personalidad, ni esmalta su carácter. Donde más medran los que más se arrastran las piernas no se usan para marchar erguidos. Acostumbrándose a ver separado el rango del mérito, los hombres renuncian a éste por conseguir aquél: prefieren una buena prebenda a una recta conducta. Los hombres niéganse a trabajar y a estudiar al ver que la sociedad cubre de privilegios a los holgazanes y a los ignorantes. Y es por falta de justicia que los Estados se convierten en confabulaciones de favoritos y de charlatanes, dispuestos a lucrar de la patria pero incapaces de honrarla con obras dignas".

Sí señores jueces, la justicia que ustedes realizan no se queda encerrada en sus despachos, se derrama por las calles de esa ciudad grande, que fue construida con esfuerzo, con luchas y con sueños de igualdad y de libertad, esa ciudad que podremos llamar Patria en cuanto la honremos con la virtud.

Señores jueces, otra vez, asómense a las ventanas de sus despachos, escuchen el clamor de una ciudadanía disgustada que ha comenzado a encolerizarse por la falta de justicia.

Regresen a su tarea quienes la honran con virtud y la realizan sin temor a intimidaciones y amenazas.

Pero aquellos que se han apartado de la virtud y de la ley para conservar el rango y las prebendas que deshonran, que se enlodan en la ciénaga del vasallaje de los poderosos para ocultarlos en la guarida de la impunidad, adopten al menos un único y último rasgo de honradez, que los redima de su traición a la más sagrada función de un ciudadano, presentando su renuncia indeclinable, antes que en esas calles estalle la impaciencia.

Señores jueces, no hay Nación que pueda sobrevivir sin la Justicia.

La Nación Argentina debe volver a gozarla en plenitud.

PUBLICIDAD