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18 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Manuel Belgrano, un humanista sin fisuras

Domingo, 21 de junio de 2020 00:00

Hace 250 años, el 3 de junio de 1770, nacía en Buenos Aires Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, hijo del inmigrante genovés Domingo Belgrano y Peri (que se transformó en Pérez al naturalizarse súbdito del Reino de España) y la señorita argentina María Josefa González Casero.

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Hace 250 años, el 3 de junio de 1770, nacía en Buenos Aires Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, hijo del inmigrante genovés Domingo Belgrano y Peri (que se transformó en Pérez al naturalizarse súbdito del Reino de España) y la señorita argentina María Josefa González Casero.

Cincuenta años después, también en junio (de Juno, la diosa del hogar, esposa de Zeus), el día 20, Manuel moriría en la misma casa donde había nacido, en Belgrano al 400, imponente residencia que fue demolida en 1909. Ese 20 de junio de 1820, marca el clímax de las graves rencillas entre los caudillos de las provincias y la ciudad portuaria que desembocaría en las sangrientas guerras civiles y se lo recuerda como "el día de los tres gobernadores".

Desilusionado, enfermo, incomprendido, perseguido por el gobierno de turno, había llegado desde Tucumán en grave estado de salud, pues padecía de hidropesía, causada por un problema cardíaco provocado por un corazón excesivamente grande (tan grande como era su alma de intelectual iluminista, abnegado hasta el heroísmo, preclaro y justo).

El joven universitario

El matrimonio Belgrano Peri - González Casero tuvo 16 hijos que se criaron en esa Buenos Aires colonial con su Real Colegio de San Carlos (luego Colegio Nacional), sus recovas y las torres de las iglesias.

El inmigrante italiano don Domingo Belgrano construyó una importante posición social y económica sobre la base de la inteligencia y el tesón. Su fortuna llegó a ser una de las más importantes en la ciudad del Río de la Plata (Por Ley 24561 del año 1995, se estableció como día del Inmigrante Italiano el 3 de junio, natalicio de Manuel Belgrano, hijo de genovés). Manuel junto a uno de sus hermanos, luego de egresar del Real Colegio de San Carlos, partió a proseguir estudios en Europa.

Eran los años de la Revolución Francesa y todo el ámbito intelectual estaba conmovido por la irrupción del iluminismo y las nuevas ideas políticas. Estudió en las Universidades de Salamanca y Valladolid y se graduó como Bachiller en Derecho con medalla de oro. Erudito y formando en las humanidades, había frecuentado a los enciclopedistas, ya que por su destacada actuación en Salamanca en el ámbito de la economía política y la práctica forense, el papa Pío VI le permitió la lectura de todo tipo de libros, aun los considerados heréticos. América se presentaba como la tierra propicia para una revolución emancipadora que adhiriera a las nuevas ideas. Desde el norte al sur del continente, los movimientos libertadores indicaban el camino. Manuel Belgrano escuchó esas demandas, escuchó el llamado a la acción de los pueblos hasta entonces bajo el dominio español.

El intelectual

De regreso de Europa, en plena juventud, Manuel Belgrano tuvo destacada actuación en el periodismo.

Apoyó desde su cargo de Secretario del Consulado la creación del periódico Telégrafo Mercantil por Francisco Cabello y Mesa y la del Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, creado por Hipólito Vieytes.

En esos medios Belgrano escribió valiosos artículos sobre economía, historia y educación. Creó la Academia de Geometría y Dibujo y la Escuela de Náutica porque consideraba imprescindible el desarrollo de la educación y la formación específica en los ámbitos de la producción. Son célebres sus escritos y traducciones. Fue el gran defensor de la educación pública pues pensaba que ésta era la piedra fundamental del edificio de un estado organizado.

Dotado del don de la palabra y la mesura, la elegancia y la distinción, no pasaba inadvertido en los círculos sociales e intelectuales. Irradiaba luz. Cuentan las abuelas de las abuelas que lo vieron en Salta luego de la batalla que era un ser luminoso.

El militar

No era, como afirmaron algunos historiadores, el "general improvisado" que comandó los ejércitos libertadores de las campañas del Paraguay y del Alto Perú. Belgrano tenía experiencia en las armas y, cerebral como era, había estudiado táctica militar cuando debió formar parte de las milicias urbanas del Virrey y fue sargento mayor en el Regimiento de Patricios. Tomó parte en la defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas.

Confesó que lo militar no era su fuerte, pero que si debía asumirlo lo haría con convicción.

Su comportamiento en las invasiones inglesas fue heroico. Se adivinaba en su accionar ya al militar destacado, al estoico general del Alto Perú, al generoso vencedor de Tucumán y Salta que ordena una tumba para vencedores y vencidos, al abnegado organizador de un ejército pobre y diezmado en Campo Santo, donde sentó su cuartel para dirigir las operaciones contra el ejército realista, mientras educaba y concientizaba contra la discriminación y la injusticia social, al grande e inspirado hacedor de nuestra Bandera nacional, al preocupado general por crear escuelas y formar maestros.

Hombre equilibrado y lúcido, formado en las nuevas ideas, Manuel Belgrano vio algo complejo y difícil de resolver en la forma de ser de los pueblos americanos, como lo advirtieron también San Martín y el mismo Bolívar.

En algún momento apoyó la instauración de una monarquía constitucional encabezada por la emperatriz Carlota Joaquina de Borbón, hermana de Fernando VII y esposa de Juan VI de Portugal, a la sazón emperador del Brasil. 
Esta propuesta no dejaba de representar una alternativa estratégica pero conllevaba el peligro de que la ambiciosa emperatriz anexara el territorio argentino al Brasil. 
Otra propuesta fue la de una monarquía constitucional incaica. Esta segunda idea habría asegurado la adhesión y el apoyo de casi todos los pueblos latinoamericanos a la revolución, en un movimiento unificador que por cierto era el que sustentaban San Martín y Bolívar. 

Días de tristeza

Lo que vendría después del encuentro de Guayaquil entre San Martín y Bolívar, en 1822, se avizoraba ya en 1820, año de la muerte de Belgrano: la dispersión, la fragmentación, la persecución y el enfrentamiento entre hermanos, las cruentas guerras civiles que sacudieron a toda la América emancipada de España, desde el norte al sur, desde el este al oeste. 
En 1820, Belgrano vio el rostro de la disolución, algo que tornaba el esfuerzo prácticamente vano. Y, sobre todo, tuvo la certeza de la ingratitud. Enfermo y pobre, buscó cobijo en la casa donde había nacido y, sin dinero porque el gobierno no le pagaba sus sueldos y todo lo había ofrendado a la causa de la libertad, ofreció a su médico como retribución el reloj de oro que le había obsequiado el rey Jorge III de Inglaterra. 
Partió del mundo cuando tenía 50 años, apenas cumplidos unos días antes, se despidió en el silencio de sus desvelos, de las órdenes en los campos de batalla, de sus soldados a quienes amaba como a hijos, de sus camaradas en la lucha, de la hija y el hijo a los que dejaba, de los instantes de gloria como cuando izó por primera vez la bandera nacional, los sueños y los deseos más secretos, los que pueblan el corazón de todos los seres humanos, eso que es intransferible y que nos torna a todos hermanos: el instante de la muerte.
Como en el periplo del héroe que señala Joseph Campbell, retornó a la casa paterna para emprender otro viaje; pero lejos del mito, porque era historia, pura y revolucionaria historia, dejó grabada su existencia en todo lo que hizo, en los triunfos y derrotas, en sus acciones, escritos y palabras.
Buenos Aires en pugna con las provincias por el poder en la joven nación, miraba ya hacia Europa, dando para siempre la espalda a América. San Martín pudo realizar en gran medida el cruce de los Andes hacia Chile gracias a la lucha heroica del norte con las milicias gauchas de Martín Miguel de Güemes, ya que el gobierno de Buenos Aires le había negado apoyo. 
En junio de 1820, cuando murió Belgrano, el Libertador armaba la flota patriótica para dirigirse al Perú, titánica empresa en la que la rica burguesía porteña y su gobierno centralista muy poco contribuyeron. Belgrano partió en el momento exacto en que una desproporcionada y absurda posición comenzaba a separar a Buenos Aires de América Latina. 
Él, el humanista, el patriota, no lo comprendía y fue una de las víctimas de la división y la pugna entre facciones irreconciliables que hizo peligrar la independencia y la libertad. Belgrano era porteño, sí, pero consciente de que Sudamérica era una sola, como la soñaran San Martín y Bolívar.
 

 

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