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18 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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La independencia y el fin de las dinastías

Viernes, 09 de julio de 2021 02:21

Entre 1770 y 1850 las sociedades asisten a una nueva forma de organizarse hasta esos tiempos desconocidas. En América y en una gran parte Europa Occidental implosiona, después de milenios, el principio dinástico de convivencia. Emerge, no sin dificultades y de modo acelerado, el Estado-

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Entre 1770 y 1850 las sociedades asisten a una nueva forma de organizarse hasta esos tiempos desconocidas. En América y en una gran parte Europa Occidental implosiona, después de milenios, el principio dinástico de convivencia. Emerge, no sin dificultades y de modo acelerado, el Estado-

Nación. Sociedades de otras partes del planeta también se organizaron como Estados: Japón después de 1868, China luego de 1911, Rusia tras los hechos de 1917, Turquía después de 1923 e India una vez declarada su independen cia en 1947.

Todavía hoy, una gran parte del planeta mantiene dinastías de reyes y emperadores, algunos conservan la capacidad de generar obediencia, otros en cambio mantienen su lugar sólo porque son parte de asegurar el éxito de la nueva forma de organiza ción política.

El principio dinástico aún rige en algunos gobiernos del globo, tal como el Sultanato de Brunéi, las monarquías de Arabia Saudita, Mónaco y Jordania. Incluso Gran Bretaña conserva la cámara de los Lores integrada por 100 representantes que heredan tal condición.

 

El 9 de julio de 1816 fue una fecha clave para la historia monárquica de los pueblos del Virreinato del Río de la Plata. Después de trescientos años, los veintinueve diputados del Congreso de las Provincias Unidas en Sudamérica, reunidos en la ciudad de Tucumán, rompieron por primera vez y definitivamente con el principio dinástico que organizó el ejercicio del poder y la convivencia política en estas latitudes. En el Acta de la Independencia se expresó que "es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos que fueron despojados e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli y toda otra dominación extranjera".

La historiografía discutió profusamente este acto de recuperación de derechos. Hasta la década de 1950 hubo un convencimiento de que los congresales de 1816 adhirieron a las ideas de contrato social propias de los revolucionarios franceses de fines del siglo XVIII. Durante la segunda mitad del siglo XX, comenzó a tomar influencia la tesis del estadounidense Robert Palmer. Se empezó a compartir la convicción de que las independencias hispanoamericanas tuvieron su origen en las ideas ilustradas, liberales y democráticas promovidas desde los Estados Unidos. Por ende, el republicanismo y el constitucionalismo norteamericano fueron entendidos como las causas de los procesos emancipadores.

En la primera década del siglo XXI, el historiador británico Christopher Bayly propuso una nueva lectura. Entendió que entre 1780 y 1820 se asistió a una crisis global, un cambio de época que se caracterizó por la difusión del "reclamo" político y por la construcción amplia de un pensamiento y lenguaje concomitante. Gary Nash advirtió que se debe ser cauteloso al exagerar las réplicas de la Revolución Americana. Reconoció un clima de reclamo de época propenso a disolver las ataduras tradicionales entre hombres y entre los hombres y sus monar cas.

A diferencia de la historiografía anterior, la balanza se inclinó por los sucesos que acaecieron en la metrópoli, más que por aquellos que se desplegaron en suelo americano.

El historiador mexicano Roberto Breña ubicó la matriz explicativa en lo que denomina el primer liberalismo español y el momento gaditano. En una línea diferente, Fran‡ois Guerra y Tulio Halperín Donghi centraron el protagonismo en las elites americanas que, ante la acefalía de la monarquía, se dispusieron a su reemplazo. En consonancia con las contribuciones globales citadas, Gabriel di Meglio enfatizó en la crisis global que atravesaba el imperio. El debate todavía continúa. Sin duda, romper los vínculos con la dinastía de los Borbones implicó también el cuestionamiento al extendido convencimiento de la elevación de una persona sobre otras. Este fue un hecho trascendente que tenía como sustrato el impulso igualitario de ciudadanía promovido por la Asamblea del año XIII. La figura de la reverencia de la rodilla hincada en el suelo es la imagen más clara de la naturalización de la desigualdad extrema entre el monarca y sus súbditos. Todavía hoy existen monarquías que exigen una genuflexión ante el rey o la reina. En 1786, José II había abolido esta reverencia en la corte austríaca arguyendo que es un hecho innecesario entre humanos y que debía ser reservado solamente a Dios.

El rechazo al principio dinástico y con él a la Monarquía supuso también que se impusiera la creencia que Dios podía aceptar y bendecir otra forma de organización política. Así, en el Acta de Independencia los congresales invocan al Eterno que preside el universo y protestan al Cielo en nombre y por la autoridad de los pueblos que representan. Hasta hoy muchos pueblos aceptan que el gobierno dinástico como una forma de poder deseable y dada por Dios.

La independencia supuso romper con la supremacía de la familia y el linaje de los Borbones. Los diputados expresaron en el Acta que era su voluntad unánime recuperar los derechos de los que habían sido despojados. Agregaron que, quedan en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia.

Por ende, esta declaración objeta el poder de los vínculos de la familia gobernante sobre los súbditos rioplatenses y rechaza la trama relaciones de patronazgo y clientelismo tejidas de uno al otro lado del Atlántico.

El fracasado texto constitucional de 1826 resumió con claridad esta postura. En los dos primeros artículos se estableció que la Nación Argentina era para siempre libre e independiente de toda dominación extranjera, y que no sería jamás el patrimonio de una persona o de una familia.

Hoy, la ciudadanía de Salta se enfrenta al desafío de reformar parcialmente el texto constitucional provin cial.

La fecha del 9 de julio debería incitarnos a pensar en cómo elaborar los marcos de convivencia para que ningún poder del Estado provincial quede atrapado en dinastías familiares de poder. La igualdad y la ausencia de privilegios tendría que ser el norte a seguir para continuar asegurando los ideales de aquella Declaración de la Independencia del 9 de julio de 1816.

 

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