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17 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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El sueño eterno de la unidad nacional

Sabado, 11 de noviembre de 2023 02:40

Tras las elecciones del 22 de octubre, el candidato oficialista, Sergio Massa, anunció en su discurso: "Voy a convocar a un gobierno de unidad nacional". Una aspiración loable, pero de difícil ejecución.

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Tras las elecciones del 22 de octubre, el candidato oficialista, Sergio Massa, anunció en su discurso: "Voy a convocar a un gobierno de unidad nacional". Una aspiración loable, pero de difícil ejecución.

Fueron numerosas las oportunidades a lo largo de la historia argentina en las que se expresó este anhelo.

La primera expresión de unidad se refleja en la circular del 27 de mayo de 1810, por la que la Junta Provisional Gubernativa a nombre del Señor Don Fernando VII, el primer ejecutivo colegiado de carácter pluripersonal, convoca a las provincias a enviar representantes para integrarse a ese primer organismo colegiado que aspiraba a representar a los pueblos del virreinato: "para que así se hagan de la confianza pública que conviene el mejor servicio", reza la antes citada Circular. El derrotero trazado desde aquel histórico día, confluye en la declaración de la Independencia, la que también conlleva la idea de unidad, pero con la salvedad que se lo hace para toda la América, manifestando un sentido americanista de la que estaba imbuido el proceso emancipador: "Nos los representantes de las Provincias Unidas de Sudamérica…"

Aquella primera experiencia, a pesar de las dificultades ante un contexto internacional adverso, en una economía de guerra, en la diversidad de posturas políticas, sin embargo, logró con mil dificultades alumbrar la Independencia. El objetivo central, fue cumplido y constituye la historia épica de los grandes hechos que se recordarán de manera prístina por los siglos de los siglos. Aquellos hombres forjaron el bronce.

Después de las guerras

Pasadas tres décadas de enfrentamientos entre unitarios y federales, en un mundo de antagonismos, se impone desde Entre Ríos la figura de Justo José de Urquiza, quien cerrara esa etapa, expresando su pensamiento y programa en el famoso Pronunciamiento. Así, desde 1852, Urquiza, el vencedor de Rosas en Caseros, inicia la política de acercamiento con los gobernadores de provincia y convoca al Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos, el instrumento legal que ordenaría la realización del Congreso Constituyente en Santa Fe. En base a la Constitución Argentina se organizó la república federal. Empero, a poco andar, esta construcción colapsa ante la escisión de Buenos Aires en setiembre de 1852, cuando en el seno de la Legislatura porteña se expresan los grupos antagónicos a Urquiza. La presidencia de Urquiza trabajó en la creación de mecanismos para definir e instrumentar la nueva soberanía estatal. La tarea no resultó fácil.

Buenos Aires se mantuvo separada del resto de la Confederación por diez años. A pesar de la ruptura, los gobiernos nacional y provincial no abandonaron las perspectivas de unificación. Los métodos para alcanzarla incluyeron desde negociaciones directas e indirectas hasta el enfrentamiento armado. La batalla de Pavón devino en la unificación definitiva de la República Argentina realizada bajo la hegemonía de Buenos Aires.

Este segundo momento histórico será jalonado con un proyecto liberal en continuo crecimiento y que proyectará a la Argentina para ubicarse a fines del siglo XIX y principios del XX, entre las naciones más ricas del planeta, con inclusión social, educativa y religiosa. Crecimiento económico sostenido, innovación tecnológica, cobertura de servicios educativos, el respeto a las instituciones, y luego la apertura al sufragio universal, son las bases de un país desarrollado que ponía honor y gloria al proceso iniciado en 1810.

Este éxito notable no se construyó solo con discursos, sino con claridad de ideas, de objetivos, con proyectos. Una sumatoria de hechos concretos, de claridad en las políticas, signó la presencia de la República Argentina en el contexto internacional desde un lugar de soberana dignidad.

Más allá de las palabras

La oratoria grandilocuente puede servir para el discurso de tono triunfalista en campaña. Las palabras, si no van acompañadas de hechos concretos, se vacían de contenido.

Nuestro país necesita hoy programas sólidos, reales, posibles, sustentables, algo que el candidato oficialista no ha evidenciado hasta la fecha. La unidad nacional hoy, no se sostiene solo con acuerdos políticos. Hechos, no palabras.

Quien se postula al máximo cargo ha tenido la oportunidad desde la cartera de Economía de poner fin al mayor problema como es la inflación. Sin embargo, la ciudadanía necesita desesperadamente los cambios que permitan revertir la multitud de problemas que se han enquistado y han sepultado a esta Nación, que ha olvidado el destino de grandeza que nos señalaran, con su ejemplo, los Padres de la Patria.

¿Cómo hablar de unidad nacional, cuando en muchas mesas los habitantes de la Patria carecen de pan? Es elevadísimo el índice de la pobreza y de niños que viven en la miseria. La inflación sigue su camino triunfal derrotando todas las esperanzas y sepultando a la ciudadanía a un estado de desesperación y frustración. Una sufrida población sufre el avasallamiento de una dirigencia indiferente ante la pobreza extrema.

¿Cómo se generará empleo? ¿Cómo reactivar el aparato productivo? ¿Cómo se pagará la infinita deuda externa?

¿Y el sector pasivo? Hay una importante cantidad de jubilados a quienes se les niega sistemáticamente la actualización de sus haberes, incumpliendo Anses con la ley jubilatoria. ¿Serán resarcidos y devueltos los dineros impagos con los intereses por mora en razón del extenso tiempo transcurrido? Cabe considerar que estos jubilados han hecho los aportes que marca la ley y han trabajado el tiempo que la misma ley establece. Han cumplido dignamente su trabajo. Les asiste el derecho a percibir un haber jubilatorio digno. ¿Con qué derecho se hace expolio de esos fondos? ¿Se pueden restañar las heridas cuando el Estado es un deudor pertinaz?

¿Y la educación de calidad? Las últimas décadas representan una profunda caída en los estándares que otrora nos colocara en primer lugar entre las naciones de Sudamérica. Lejos quedaron aquellos días de la educación pública como gran política de Estado, impulsada por Sarmiento y a la que Roca contribuyó mediante la promulgación de la ley N° 1420. La base de cualquier desarrollo se centra en la posibilidad de que la niñez y juventud accedan a los bienes de la cultura y se apropien de las herramientas necesarias para un mundo altamente tecnificado y digital. La educación, hoy, es solo un slogan de campaña. Finalizado el proceso electoral, este tema queda archivado en el palacio Pizzurno. Las corporaciones han cooptado los destinos de la política educativa. Un sindicalismo trasnochado contribuye poderosamente al freno de la educación.

Un narcotráfico enseñoreado en la sociedad, la política y la Justicia no contribuyen a la formación de la juventud en mérito, estudio y trabajo. Niveles de inseguridad superlativos, una puerta giratoria para reos contumaces, legislación zaffaroniana que revierte el orden lógico y racional de la convivencia social, es un estado que siembra miedo en una sociedad indefensa ante el crecimiento exponencial del delito.

Lentitud exasperante en Comodoro Py para resolver las grandes causas que preocupan a la ciudadanía y también las causas comunes que afectan a vastos sectores de la población. Simplemente parece haber justicia solo para el ladrón de gallinas.

Una errática política internacional, desaciertos, alineamientos inconvenientes y compromisos sólidos con dictaduras manifiestas que el orbe civilizado rechaza, es otra de las facetas que configura el bagaje de casi dos décadas de desgobierno.

Un acuerdo genuino

La unidad nacional no puede ser construida por simple acuerdo de algunos dirigentes que solo aspiran a llegar a ganar elecciones, pero sin la idea de un plan que debe proyectarse en el corto, mediano y largo plazo.

Es obvio que revertir el estado de derrumbe en que se encuentra la economía, la política, la justicia, la educación, la seguridad, la cultura, es utópico sin un formidable proyecto.

Una dirigencia que se improvisa, la ausencia de partidos políticos con visión de estadistas, la falta de patriotismo, la búsqueda de impunidad, instituciones que se transforman en simples escribanías, el avance de la inseguridad, un sindicalismo acomodaticio, irresponsabilidad sin fin y falta de gobernanza.

Pensar en términos de unidad nacional, requiere de políticas centradas en una intelectualidad como la de Manuel Belgrano, la visión de estadista austero de José de San Martín, la bravura y la hidalguía de Martín Güemes, sumado a una pléyade de patriotas y clérigos que alumbraron la primera etapa de la emancipación.

Pensar en unidad nacional, requiere volver la mirada sobre la generación que desde Urquiza organizaron la Nación y la llevaron a su máxima grandeza, proceso que confluye con Marcelo T. de Alvear. Empero, no se puede hablar de unidad nacional, cuando muchas veces, distintos dirigentes transitan por el basural de la política, ofendiendo con sus actos de corrupción a los contribuyentes.

No parece ser el actual el clima ideal para proponer la idea de unidad nacional cuando la razón de cada acción política es la de mantenerse en el poder aunque haya que rifar la Nación.

La unidad nacional requiere de hombres honestos, austeros, estadistas, visionarios. Patriotas que puedan propiciar los necesarios cambios y transformaciones que permitan revertir la crisis que nos hace escribir las páginas más lúgubres de la Historia Argentina.

 

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