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La salteña Florencia Sadir tiene un brillante 2023 becada para las residencias FAARA

Desde noviembre del año pasado y hasta el 6 de marzo expone "Ofrenda al sol", en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
Lunes, 20 de febrero de 2023 11:16

Florencia Sadir nació en Cafayate en 1991 y actualmente vive y trabaja en San Carlos. Se formó en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán y desde entonces su obra captó la atención de prestigiosas personalidades e instituciones vinculadas con el arte y la cultura. Realizó el Programa de Artistas 2020-21 en la Universidad Torcuato Di Tella (Buenos Aires) y en 2019 entró al programa de estudios en la Escuela Flora Ars + Natura (Bogotá, Colombia). En julio de 2022 participó en la Trienal de Aichi (Tokoname, Japón), titulada "Still Alive" y dirigida por Mami Kataoka. En 2021 realizó la exposición individual "Todavía las cosas hacían sombra" en el Museo de Arte Contemporáneo de Salta y en 2018 "Un lugar sin nombre" en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires. Fue finalista del Premio Azcuy (2020). Recibió la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes (2019). Participó de la residencia URRA Tigre (2017, Buenos Aires) y de Curadora Residencia (Santa Fe, 2016). En noviembre de 2022 fue seleccionada por un jurado internacional para las residencias FAARA, de la Fundación Ama Amoedo, en Maldonado (Uruguay). Desde noviembre del año pasado y hasta el 6 de marzo expone "Ofrenda al sol", en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.

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Florencia Sadir nació en Cafayate en 1991 y actualmente vive y trabaja en San Carlos. Se formó en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán y desde entonces su obra captó la atención de prestigiosas personalidades e instituciones vinculadas con el arte y la cultura. Realizó el Programa de Artistas 2020-21 en la Universidad Torcuato Di Tella (Buenos Aires) y en 2019 entró al programa de estudios en la Escuela Flora Ars + Natura (Bogotá, Colombia). En julio de 2022 participó en la Trienal de Aichi (Tokoname, Japón), titulada "Still Alive" y dirigida por Mami Kataoka. En 2021 realizó la exposición individual "Todavía las cosas hacían sombra" en el Museo de Arte Contemporáneo de Salta y en 2018 "Un lugar sin nombre" en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires. Fue finalista del Premio Azcuy (2020). Recibió la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes (2019). Participó de la residencia URRA Tigre (2017, Buenos Aires) y de Curadora Residencia (Santa Fe, 2016). En noviembre de 2022 fue seleccionada por un jurado internacional para las residencias FAARA, de la Fundación Ama Amoedo, en Maldonado (Uruguay). Desde noviembre del año pasado y hasta el 6 de marzo expone "Ofrenda al sol", en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.

¿Cómo definiste tu vocación por el arte?

Desde muy pequeña me encantaban las artes y tuve el apoyo de mi madre y de mi abuela para desarrollar esa carrera. Mientras cursaba el bachillerato iba al taller de arte de Josefina Carón, una artista cafayateña, a la que tuve la suerte de conocer de adolescente y tener en ella a una referente. Luego fui a estudiar la Licenciatura en Artes en Tucumán. Tuve la formación en el Taller C, dependiente de la universidad, con docentes que son artistas y eso fue una marca en mis estudios, desde los ejercicios hasta la formación. Allí más que como licenciado te formás como artista, pensando en cómo desarrollar obras en el contexto de lo que está pasando hoy o de tus intereses personales. También en el Taller C se puede ir postulando a convocatorias, armado de proyectos y recibir asesoría.

Se destaca en tu obra que hay un interés por trabajar con elementos caducos más que con elementos perennes. ¿A qué crees que se debe y continúa esto siendo un vaso comunicante entre aquella joven que ingresó a la facultad y la artista de hoy?

Aunque mediaron más de diez años, sí tiene que ver lo que hago hoy con lo que pasó en la facultad y lo que pasó en mi vida personal, como el contexto donde crecí y las personas con las que crecí y estudié. Más allá de lo que hacía en ese momento, siempre trabajé en relación con elementos que ahora aparecen más contundentes, los elementos naturales.

Me acuerdo de que tenía muchos problemas con lo perecedero en el arte, porque siempre que te presentás a una convocatoria quieren que la obra perdure y los materiales con los que yo trabajaba eran vivos o de corta vida, estaban en constante transformación, cosas orgánicas. Ahora aparecen en mi producción, porque hay un interés en las cosas que están vivas, en los materiales y las prácticas que vienen de otro lugar, no de las artes precisamente, o que son menospreciadas como lo que llaman desde Occidente artesanía. En mi obra llevo la cerámica, el arte precolombino, los dibujos en pimentón, las baldosas de San Carlos, materiales que son de otro contexto, al arte para ponerlos en valor y legitimarlos.

Justamente la raíz de "Lluvia de barro". ¿Cómo es llevar el "territorio" local a lugares tan distantes como Japón?

La primera vez que se mostró esa obra fue en una exposición individual en el Museo de Arte Contemporáneo, que la curó Andrea Fernández. Son 18 mil cuentas de barro que hacen un retrato de la lluvia suspendida. Las cuentas son de cerámica negra, horneadas sin oxígeno como se lo hacía de manera ancestral con humo. Están teñidas con humo en un espacio cerrado, en un horno bajo tierra. Todo ese proceso que me lleva hacer la obra y las personas con las que comparto también el hacer creo que la hacen importante a la obra, más allá de dónde está puesta.

Cuando surgió en 2021 la recomendación de Victoria Noorthoon para participar de la Aichi Triennale 2022, dirigida por Mami Kataoka, el pueblo donde iba era una ciudad ceramista tal como lo es San Carlos y tenía algunas fábricas que ya no estaban en uso, aunque se hacían algunos tubos para el paso del agua de cerámica. Así como en San Carlos están los hornos para las baldosas, allí estaban estas piezas que no eran ni arte ni artesanía, sino productos para la construcción. Entonces me interesaba mucho hacer una obra que se hiciera de la misma manera en que se había hecho la de acá, pero con otros ceramistas, en ese gesto de repetir, repetir y repetir las pelotitas, pero con la arcilla del lugar, entendiendo que esa obra se llama lluvia de barro, porque se dice que una tormenta de barro puede llevar tierra a millones de kilómetros, a otro territorio. Si en ese lugar llueve, llueve barro. Allá donde vivo hay mucho viento Zonda y son esos factores climáticos -o cuestiones que pasan en la cotidianeidad del pueblo con las personas- los que me rodean y con los que imagino, de estas cosas me agarro para decir otras. Sí hablaba de ese lugar, de ese territorio, y desde un lugar más poético me interesaba que dos territorios diferentes pudieran pensar en ese polvo que puede viajar en dos obras "Lluvia de barro". Una en Tokoname y otra aquí.

¿Y cuáles fueron las diferencias entre un proceso y otro?

Compartir procesos de producción con otros artesanos es bueno. Así como acá horneábamos junto a mi maestra de cerámica Mabel López -que para mí es una referente como artesana y coplera sancarleña y me enseñó todo lo que sé sobre la cerámica- también con el maestro Mizukami allá fue aprender cómo se puede hornear con paja y cáscaras de arroz esas piezas. De esa misma manera horneamos acá en San Carlos, pero con guano de vaca. Allá y acá horneamos con horno a leña, pero allá era todo tan preciso que me preguntaron si quería que obtuviéramos otras tonalidades con la temperatura y el oxígeno que le entraba, porque la arcilla era roja como la de acá.

Florencia busca en sus registros fotográficos y vuelve a esa experiencia en la fábrica Oki, un edificio de madera con paredes de adobe dotado de un horno grande, donde expuso "Lluvia de barro". Detalla que con la ceniza de diversos colores que restó de las horneadas allá hizo un dibujo abstracto emulando las líneas territoriales que puede percibir el pasajero desde la ventanilla de un avión, retazos de territorio, públicos y privados, una acción que se repite en su muestra actual del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Se la ve en esas imágenes atravesada por el proceso para la "Lluvia de barro" primigenia, horneando las cuentas en un horno a flor de tierra con el guano alrededor. Colgándolas de hilo de chaguar confeccionado por artesanas de la comunidad wichi.

"Yo vengo de estudiar arte y esto es todo un aprendizaje para mí. Hace varios años que experimento con el barro, el carbón, los pimientos, materiales que vienen de la tierra", dice y muestra una instalación hecha con una media sombra con algarrobas arriba, un movimiento de ella para llevar esa acción cotidiana del pueblo que habita ante el espectador de una sala de museo. Otra en clave de arte rupestre, ollas de cerámica que no contienen porque son bidimensionales y que quienes las ven podrían reponerles un entorno de caverna. "El dibujo aparece mucho en mi obra, pero de esta manera. En la cortada de Cecilio Reyes, Los Cocoritos, en San Carlos, voy a trabajar y a estar, a charlar y a observar", señala.

Esa cotidianidad viaja con la obra de Florencia en tejuelas o baldosas de la cortada, intervenidas con sus dibujos de carbonilla, pero también con algún número de teléfono impreso por alguna mano apurada…

¿Cómo reciben la mirada curiosa, pero también las manos que se involucran en el trabajo diario de esta artista que lleva por el mundo una pizca de lo que ellos hacen?

Tengo la suerte de trabajar con Mabel López hace dos años y de que a ella le guste trabajar en mis ocurrencias y conmigo. Es un trabajo bien pago, gracias al arte que tiene otro circuito económico, dependiendo de dónde, pero en este caso, como el del Museo de Arte Moderno, llevamos a cabo un proceso de varios pasos y bien remunerado. La confección de las esferas las realicé con Mabel, junto a su familia Walter Aguirre y Eliana Aguirre, en la horneada se sumó el artesano René Condorí de Cafayate, que con su gran conocimiento del fuego pudimos lograr piezas fuertes, en la parte de herrería Martín Cardozo, gran herrero cafayateño, y en el diseño de las esculturas y la instalación Ignacio Carón, arquitecto que me acompaña en la realización de mis proyectos.

Pero volviendo a Mabel tenemos ya una relación de amistad, si hacemos una quema compartimos el horno para llenarlo, o si da sus talleres llamo a mis amigos para que asistan, nos une el compartir diario.

Florencia desgrana anécdotas y se le dibuja una sonrisa permanente al recordar cada asombro propio de su inquietud artística capaz de dotar a algo de un carácter o apariencia que no le es propio o que lo altera, ese sentido singular de rebajar o realzar un color entre varios otros. "Hice dibujos de pimienta en una finca de San Carlos, donde tuve que pedir permiso para entrar y me hice amiga del chico que sembraba y luego los extendía y él me enseñó a caminar. entre ellos. Tienen una técnica de patearlos para darlos vuelta que forma parte del proceso. Y eso me parece importante en la producción de la obra: no ir a meterme para interrumpir el proceso, sino como algo orgánico que se da. En ese arrastre de los pies se van dando vuelta los pimientos, esto no puede hacerse al principio porque están muy blandos y se les pega la tierra, ni al final porque están crocantes y se parten. Por eso las líneas en mi obra son dobles. Igual que mis baldosas, van horneadas con otras miles de baldosas. Así como sale un ladrillo para construcción sale otro para mi obra", refiere.

Desde principios de abril y hasta mediados de mayo Sadir profundizará sus prácticas creativas en un ambiente natural pensado para brindarle concentración y apoyo: Fundación Ama Amoedo Residencia Artística, en Uruguay. Fue seleccionada junto con Seba Calfuqueo, chilena; Rita Ponce de León, peruana; Marilyn Boror Bor, guatemalteca; Paola Monzillo, uruguaya y Lizania Cruz, de dominicana. Acerca de en qué investigación, producción o desarrollo se embarcará, dijo: "Me gustaría experimentar algunas maneras de obtener aromas y perfumes de las plantas, incorporarlos en mi obra, más allá de que estén los materiales en sí, que también haya un ambiente que te lleve por el sentido del olfato. Entonces me gustaría ver si puedo encontrar a una persona que se dedique a ese tipo de trabajo de perfumería o de extracción de esencias". Agregó que le habían ofrecido ir a visitar a ceramistas del lugar, y que aunque no lo descarta tiene en mente este desafío. "Lo que más me interesa en mis obras no es que el espectador las vea como a una pintura, sino que esté en un espacio donde el piso tenga su color. Por eso en esta muestra del Museo Moderno aparece el carbón en el suelo, o la cortina que podías recorrer o las algarrobas que pendían de la media sombra y te sentías contenido debajo de eso. Me parece que con el olfato uno también puede transportarse, porque está muy relacionado con la memoria". La cronista de El Tribuno menciona que sí ha visto una obra, "Días de viento", de Carlos Hugo Aparicio, que tiende un puente con la memoria olfativa de un modo tan arrebatador que podía rememorarlo como si tuviera el libro en frente de ella. El tomo artesanal confeccionado a mano por el Molino Hilo de Agua -con tierra natal de La Quiaca, Yavi y Villazón, locaciones donde el autor de "Trenes del sur" transcurrió su infancia- interesa a Florencia, que anota que es de Ediciones del agua sin desanimarse ante la exigua tirada de ejemplares (300). "La memoria olfativa puede llevarnos a diversos ligares sin haber estado nunca antes ahí", sentencia Florencia, convencida intervenir con su arte en la facultad psíquica que retiene y recuerda el pasado.

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