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Réquiem de Mozart: un mensaje claro y contundente

La Orquesta Sinfónica de Salta, dirigida por Gonzalo Hidalgo, y el Estudio Coral de Salta, dirigido por Luciano Garay, interpretaron esta obra clásica el jueves en el Teatro Provincial. 
Sabado, 22 de julio de 2023 18:29

por Flavio Gerez

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por Flavio Gerez

Dr. en Física y músico

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El "Réquiem en re menor K.626" de Wolfgang Amadeus Mozart se yergue como una de las epifanías más enigmáticas y transgresoras en la vasta producción del genio de Salzburgo. Su intrincada gestación, imbuida de elementos propios de la ficción literaria, añade un aura de misterio que ha engendrado una proliferación de investigaciones y especulaciones por parte de eruditos y musicólogos a lo largo de los siglos.

La narrativa comienza como si fuera extraída de una novela gótica: un enigmático mensajero acude al umbral de Mozart para encomendarle la composición de un réquiem. Consecuente con su maestría, Mozart acepta la tarea, sellando un acuerdo económico, pero bajo el velo sombrío de no indagar acerca de la identidad de quien encarga la obra.

A partir de ese punto, un sutil vórtice de fatalismo y oscuridad parece abrazar la mente del compositor, hasta el punto de que arriba a sospechar que un lento veneno le está consumiendo. En sus propias palabras, declara: "Estoy escribiendo mi propia música fúnebre. No debo dejarla sin terminar".

Si bien su ímpetu creador lo condujo a iniciar el ambicioso encargo, la treta inexorable del destino, en una síntesis de adversidades personales y compromisos anteriores ("Clemenza di Tito" y "Flauta Mágica") le impidió concluirlo. A su deceso, solo los dos primeros movimientos, el Introitus y el Kyrie, lograron completarse, mientras que las secciones subsiguientes, desde el DiesIrae hasta el Hostias, quedaron apenas esbozadas.

En una época en dónde no existían los registros de audio ni todos los recursos técnicos que hoy día disponemos para poder al menos inferir con cierta precisión el deseo y la visión estética global de un compositor ya fallecido, la compleja colaboración que desencadenó la culminación del Réquiem nos revela aún más la magnificencia, exquisitez y dificultad técnica de esta obra no sólo desde el punto de vista estrictamente compositivo sino también estilístico. Recordemos que el último Mozart estaba produciendo música impensada unos pocos años antes. La viuda del compositor, afanada por asegurar la retribución del encargo, confió la labor de finalizar el Réquiem a Franz Xaver Süssmayr, quien, junto con otros dos discípulos de Mozart, Joseph Eybler y Franz Freystadtler, asumió la responsabilidad de reconstruir los fragmentos y plasmar las intenciones verbales del difunto maestro.

Si bien el debate en torno a la atribución de ciertas secciones perdura, no puede obviarse el papel comprometido de estos músicos en la preservación y complementación de una obra que ha asumido un lugar prominente, quizás el más prominente en el repertorio clásico de liturgia cristiana de toda la música clásica. Ninguna otra obra litúrgica se ha interpretado y grabado tanto como el Réquiem. La paleta sonora utilizada por Mozart en esta obra se caracteriza por una oscuridad tonal, favorecida por una orquestación simple en la cual flautas y oboes se suprimen para ceder protagonismo a las cuerdas, especialmente en sus registros más graves. Este recurso estético le confiere una solemnidad y una majestuosidad que trascienden el mero concepto de belleza, sumergiendo al oyente en un abismo emocional y espiritual que no tiene paralelos.

Este concepto y esta idea musical, en mi opinión, fueron los que transmitió la batuta del maestro Gonzalo Hidalgo frente a la Orquesta Sinfónica de Salta, junto a cuatro solistas y el coro del Estudio Coral de Salta que, para alegría y emoción de muchos de los que allí estábamos, volvió a cantar en el Teatro Provincial de Salta. Mi más cálida enhorabuena a la Secretaría de Cultura que ha apostado porque la Provincia de Salta nuevamente tenga un coro, de excepcional categoría, según lo que he podido escuchar la noche del jueves 20 de julio pasado. 

Mozart, y en particular este Mozart, es un compositor que engaña tanto a músicos como a aficionados. Tras una fachada de angélica sencillez en las líneas melódicas se esconde un temible demonio que va poniendo sucesivas zancadillas a los músicos, quienes deben observar una pulcritud extrema en los tempi, los matices, las articulaciones y especialmente la afinación. No obstante, el fin de toda expresión artística, es dar un mensaje, y el jueves pasado, la orquesta con un sonido cada vez más personal que comprendió perfectamente que esto no era una ópera sino una misa de difuntos, un coro vibrante y dramáticamente intenso, unos solistas con voces tímbricamente muy hermosas y un maestro Hidalgo que huyó concienzudamente de la extravagancia en la que muchos directores caen, consiguieron darnos un discurso claro y contundente de profunda calma, serena reflexión y contemplativo dolor tal y como se espera de esta maravillosa partitura.   

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