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Árboles, testigos mudos, protagonistas anónimos

Por María Irene Romero - Instituto de Investigaciones Históricas, Ucasal.
Martes, 29 de agosto de 2023 08:07

Es un hecho indubitable que el protagonista de la historia es el hombre, pero este habita en un medio geográfico que condiciona su accionar. En esa vasta naturaleza sobresalen los árboles, testigos mudos, en oportunidades protagonistas de las acciones de los hombres a los que cobijan, alimentan, ofrendan la madera para la construcción de sus viviendas y prodigan el combustible para la cocción de la comida y cálido abrigo.

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Es un hecho indubitable que el protagonista de la historia es el hombre, pero este habita en un medio geográfico que condiciona su accionar. En esa vasta naturaleza sobresalen los árboles, testigos mudos, en oportunidades protagonistas de las acciones de los hombres a los que cobijan, alimentan, ofrendan la madera para la construcción de sus viviendas y prodigan el combustible para la cocción de la comida y cálido abrigo.

Los Santos Evangelios nos aproximan a los árboles que fueron testigos mudos en las jornadas que preludian la pasión del Señor. La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén es narrada por el apóstol Juan: "Al día siguiente la gran multitud que había venido para la fiesta, se enteró que Jesús se dirigía a Jerusalén. Y tomando hojas de palmera, salieron a su encuentro" (12- 12,13). Así también, otro evangelista nos aproxima a la oración de Jesús en el monte de los Olivos: "En seguida Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos. Cuando llegaron, les dijo: Oren, para no caer en la tentación. Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba" Lucas, 22- 39, 41. Es bajo esta fronda que se produjo el arresto de Jesús.

Las palmeras serán fuente de inspiración para la construcción de los capiteles de las columnas en los templos y palacios egipcios. Estas a su vez inspiran el capitel jónico en las construcciones griegas.

El bosque medieval

En el mundo medieval, la vida urbana se retrajo en beneficio de la vida rural. En este escenario, los recursos que brindaba el bosque complementaban en una proporción en absoluto despreciable la baja producción agraria. Hubo árboles muy valorados como el castaño, protegido desde la época romana. Su madera es repelente de parásitos y roedores, lo que la convertía en un material excelente para la fabricación de muebles, y se obtenía harina de castañas. Hayas y robles también estaban protegidos por la legislación, y su tala estaba controlada. Sus bellotas eran la base alimenticia de los cerdos, que no estaban estabulados.

La encina era apreciada por su madera para la construcción y por las bellotas. Abedules y olmos tienen una madera blanda que no servía para la construcción, aunque de sus ramas se obtenía mimbre para fabricar gran variedad de objetos. Las coníferas proporcionaban una madera fácil de trabajar y además tienen un crecimiento muy rápido.

El uso del bosque fue restringido por las leyes de los carolingios (Capitulare de villis, 800) con objeto de proteger sus recursos naturales, especialmente para limitar los derechos sobre la caza. La complementariedad que se estableció entre los productos provenientes de la agricultura, la ganadería y de la explotación del bosque respondió a una síntesis entre el modelo germánico, más acostumbrado al bosque, y el romano eminentemente agrícola. Dicha síntesis, perfeccionada a lo largo de toda la Edad Media, fue posiblemente una de sus mejores conquistas para el progreso económico europeo.

El bosque fue el factor predominante en el paisaje del Occidente medieval, las comunidades humanas eran islas entre un mar de bosques, incluso en la zona más romanizada, donde el bosque estaba más domesticado. El bosque espeso y sin explotar era también frontera natural e incluso militar, como lo fueron los bosques de la zona del Mosa, entra Francia y Alemania. El bosque fue también un lugar de refugio, aislamiento o actividad para grupos muy específicos: practicantes de cultos paganos, ermitaños, monjes, marginados sociales: incluyendo exiliados, pobres, bandidos y criminales, leñadores, carboneros y pastores, oficios despreciados muchas veces por su relación con un bosque al se que identificaba con lo salvaje, lo que no era civilizado.

En la tierra nueva

La llegada de los castellanos a América supuso la incorporación de un vasto territorio para la corona de Castilla, pero también el descubrimiento de nuevas especies vegetales y animales. De la densa forestación fue singularmente apetecido por los hispanos el teobroma cacao, nombre científico del cacaotero, o árbol de cacao, fruta con la que se produce el chocolate.

Los olmecas fueron los primeros que domesticaron y utilizaron el cacao, aproximadamente entre los años 1500 A.C. – 400 A.C., pero fueron los mayas quienes comenzaron a darle valor. Cabe mencionar que los toltecas eran conocedores de los astros, lo que les permitió medir el tiempo y crear un calendario que les ayudara a identificar el cambio de estaciones para aprovechar las lluvias y levantar las cosechas.

Los mayas crearon un brebaje amargo el chocolha hecho de semillas de cacao que consumían exclusivamente los reyes y los nobles y también usado para dar solemnidad a determinados rituales sagrados. El chocolate se usaba con fines terapéuticos. Los médicos mayas prescribían el consumo de cacao tanto como estimulante como por sus efectos calmantes. Los guerreros lo consumían como bebida reconstituyente, y la manteca de cacao era usada como ungüento para curar heridas. Era también usado como moneda.

Un mito azteca dice que fue Quetzalcóatl quien trajo consigo las semillas de cacao, las regaló al pueblo para que disfrutaran del manjar que los mismos hijos del sol apreciaban. Los granos de cacao fueron exportados por primera vez a Europa por Hernán Cortez en 1528, aunque el primer cargamento comercial de cacao llegó a España en 1585. Este producto del árbol de cacao fue rápidamente adoptado en Europa, entre las muchas producciones agrarias que ofrendó la tierra americana.

En el transcurso de la conquista y ocupación española en las nuevas tierras se fue reconociendo la interesante vegetación y los posibles usos comestibles o medicinales de las especies arbóreas que ofrecían las mal denominadas Indias.

En poco tiempo fueron erigiéndose ciudades y se trajo especies propias del Viejo Continente. De tal suerte, los patios de las viviendas se poblaron con naranjos, granados, higueras que a la par de la necesaria sombra para los días del estío, también proporcionaban a sus moradores rica fruta.

Enrique Udaondo, historiador argentino que tuvo una prolongada actividad como museísta y dirigió durante muchos años el Museo Histórico de Luján, y cuya producción fue importante y variada, escribió entre otras obras "Árboles Históricos de la República Argentina". En él contó con la colaboración del Dr. Darío Arias, respetable y distinguido hombre público salteño. Aunque no era historiador, por sus lazos familiares, por su cultura y sensibilidad se sintió ligado al pasado y lo veneró con devoción sincera hasta el instante de su muerte. El Dr. Arias era un gran conocedor del terruño, de allí la solicitud de colaboración solicitada por Udaondo.

Existía la creencia que Manuel Belgrano el 13 de febrero de 1813 hizo jurar obediencia a la Soberana Asamblea bajo un árbol a orillas del río Pasaje, luego denominado Juramento. Esta referencia es recogida por Udaondo en la obra antes citada. Pertenecía esta idea al acervo común del pueblo y tradición arraigada en la tradición local.

Podríamos asegurar que diferentes árboles dieron cobijo a los hombres que integraron las tropas de ambos ejércitos, tanto el patriótica como el realista, proporcionando sombra, leña y frutos. Fueron los amables acompañantes ocasionales transitorios de hombres que necesitaban de verde y frondoso amparo, testigos de victorias y derrotas.

Un hombre que contribuyó poderosamente a forjar nuestra independencia y político revolucionario que fue San Martín, revela su gran capacidad constructiva en la Intendencia de Cuyo. Además de la formación de la Expedición Libertadora de los Andes para libertar a Chile y Perú, el Padre de la Patria realizó una enjundiosa labor civil.

Una de las preocupaciones del General San Martín en Mendoza como Gobernador Intendente fue el embellecimiento de la ciudad. Para ello ordenó la prolongación en cinco cuadras de la ya existente Alameda, convirtiéndola así en un paseo público con doble hilera de álamos, un rosedal y asientos a cada lado; por su centro corría el canal Tajamar. Allí se daban cita damas y caballeros de la alta sociedad mendocina vistiendo sus atuendos más lujosos y paseaban por la "Alameda". El español Juan Francisco Cobo que se radicó en Mendoza en 1808 fue quien trajo las estacas de árboles conocidos como álamos de Italia, que en Mendoza eran desconocidos. Rápidamente la producción fue en aumento y San Martín fue quien solicitó a Cobo la plantación de estos ejemplares en doble hilera en el espléndido paseo público.

Hay otro ejemplar que es particularmente sensible para los habitantes de Salta, y es el cebil colorado (Anadenanthera colubrina) declarado Árbol Histórico de la Provincia de Salta, por haber cobijado en sus últimas horas de vida al Héroe Nacional General Martín Miguel de Güemes. La Ley N° 8.284 promueve la siembra de este ejemplar en viveros municipales e impulsa el arbolado en veredas de edificios públicos, escuelas, plazas, plazoletas y espacios institucionales.

Entre otros árboles históricos se destacan el Pino de San Lorenzo, el Algarrobo de Pueyrredón, el Sarandí de Belgrano, la Higuera de Sarmiento, la Magnolia de Avellaneda, el Ombú de Perdriel, el Ciprés de Perito Moreno en Bariloche, el Sauce Llorón de San Martín y O¨Higgins en El Plumerillo y el Naranjo de San Francisco Solanos en La Rioja.

El 29 de agosto de 1900 el Consejo Nacional de Educación instituyó esta fecha para celebrar el Día del Árbol, impulsada por el Dr. Estanislao Zeballos, y anteriormente por el principal promotor de la actividad forestal, Domingo Faustino Sarmiento. Recién desde 1901, cada 29 de agosto, se celebra el Día Nacional del Árbol.

La instauración del Día Mundial del Árbol surgió como iniciativa en el Congreso Forestal Mundial celebrado en Roma en el año 1969. La Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) aceptó dicha iniciativa en el año 1971.

Estas conmemoraciones nos interpelan a repensar las políticas productivas, evitando la tala indiscriminada y en la valoración que, en tanto excelente recurso económico, el árbol debe ser no sólo un recurso económico más, sino un protagonista esencial en la protección del medio ambiente y testigo mudo de las acciones de generaciones de otrora y nuestro actual refugio que presencia nuestro cansado transitar en las jornadas de estío. Cabe la revalorización de estos ejemplares plantándolos en nuestras urbes y su preservación en áreas rurales, evitando su destrucción indiscriminada.
 

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