¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

16 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

San Martín y su proyecto inconcluso de libertad en Sudamérica

Sabado, 24 de febrero de 2024 02:07

José Francisco de San Martín y Matorras nació en Yapeyú, un 25 de febrero de 1778, hijo de Juan de San Martín y de Gregoria Matorras. La familia permaneció poco tiempo en este lugar mudando el hogar a España donde el niño José Francisco cursó sus estudios y comenzó la primera etapa de su carrera militar. La eclosión de los gritos emancipadores en América y la influencia de las ideas en boga, lo trae de regreso al terruño para iniciar la segunda etapa en el Río de la Plata, territorio en el que desarrolló una notable obra cívica y militar.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

José Francisco de San Martín y Matorras nació en Yapeyú, un 25 de febrero de 1778, hijo de Juan de San Martín y de Gregoria Matorras. La familia permaneció poco tiempo en este lugar mudando el hogar a España donde el niño José Francisco cursó sus estudios y comenzó la primera etapa de su carrera militar. La eclosión de los gritos emancipadores en América y la influencia de las ideas en boga, lo trae de regreso al terruño para iniciar la segunda etapa en el Río de la Plata, territorio en el que desarrolló una notable obra cívica y militar.

Avizora que "la Patria no hará camino por el norte", y por ello pide ser designado en Cuyo, lugar en el que comienza a desarrollar la tercera etapa, la de su "Plan Sanmartiniano", que consistía en liberar a Chile y Perú, una hazaña que se inscribe en los anales de la historia militar mundial.

Una grieta profunda

El 17 de enero de 1817 se produjo el cruce de la cordillera de los Andes, dirigida a la consolidación de la independencia de las Américas. La batalla de Maipú, el 5 de abril de 1818 aseguró la liberación de Chile. Era de esperarse un rápido avance en la concreción del Plan. Pero las promesas de ayuda desde Buenos Aires para la campaña al Perú no llegaban. La renuncia de Pueyrredón, con el detonante de la guerra civil en nuestro país en 1819, colocó en el gobierno de la Nación a Rondeau, y el tratado de alianzas entre las Provincias Unidad y Chile para solventar la expedición conjunta al Perú perdió su efectividad. Más aún, San Martín rehusó intervenir en las luchas internas de su patria, pues su honor se hallaba en la causa en favor de la libertad de América; no tendría una patria sin ella y no estaba dispuesto a sacrificar esa causa.

La oscura situación política del país, el deterioro de su economía, la apertura de centros bélicos como consecuencia del enfrentamiento entre los caudillos, retardaban la efectivización de la etapa final del plan. Los pedidos de auxilio de San Martín en hombres, armas y medios a las Provincias Unidas fueron vanos y Chile tuvo que apoyar la causa en toda su extensión. Aún más, el retiro de las tropas al mando de Belgrano, para dedicarlas a la atención de la guerra civil, lo privó del apoyo planificado de la acción de este ejército destinado para fortalecer el del Perú, cuando él hubiera llegado a Lima, para atacar entre ambos a las fuerzas realistas, lo que "…ha desbaratado todos los planes que debían ejecutarse …", manifiesta la carta de San Martín a Artigas el 13 de marzo de 1819.

"El llamado es el decisivo de nuestra suerte: o triunfar o sucumbir. En ello no hay medio. Los recursos que agotan enteramente no admiten dilación …" expresa San Martín.

El bastión gaucho

Está claro que nuestro prócer gaucho era un importante baluarte en el plan que elaboró el Libertador. Sacando de la provincia recursos extremos, Güemes había preparado una expedición auxiliadora. Con esta acción pensaba ver cumplidos sus deseos, y la necesidad de que las provincias correspondieran con su apoyo efectivo. Comprendía que comenzaba una etapa del plan, se pasaba de la fase defensiva para desarrollar ampliamente la acción ofensiva cuando se dieran las condiciones, es decir, la concreción de la marcha de San Martín al Perú. Más, la bala artera, tronchó la joven vida del prócer gaucho, restando apoyo desde Salta al plan sanmartiniano.

Un pensamiento sólido

Consideraba que el fenómeno revolucionario era justo, pues derivaba de la opinión popular soberana. Expresaba son: "los sinceros deseos del gobierno de Chile y de las Provincias Unidas, que se oyese la exposición de sus quejas y derechos y se permitiese a los pueblos adoptar libremente la forma de gobierno que creyesen conveniente, cuya deliberación espontánea sería ley suprema de mis operaciones", manifiesta en una carta al virrey Joaquín de Pezuela.

El pueblo empezaba a conocer por los hechos el precio de la libertad política y, ante tal realidad, ¿qué podía desear sino ver a sus hijos eligiendo libremente su gobierno y apareciendo a la faz del globo entre el rango de las naciones? Esta idea se concreta claramente en el Perú cuya obra fue la de facilitar la aptitud para el ejercicio de la soberanía popular, pues de ella emanaba todo poder.

Dejará Chile y Perú en posesión de sus destinos; los pueblos de los nuevos Estados solo apetecen una constitución liberal y una libertad cierta.

Para el Libertador, América habría de procurar constituir un sistema civil. Pero los nuevos gobiernos que aspiraban a la unidad e independencia nacional debían ser incuestionablemente obedecidos, porque los pueblos lo habían jurado y por consiguiente surge de ello la observancia de derechos y deberes. Los integrantes de los gobiernos en los nuevos estados debían ser eficientes, capaces y honrados de verdadera virtud pública. Su más grande anhelo está condensado: contemplar gobiernos representativos, sin obstáculos para deliberar y cumplir sus votos.

Como le expresara a Simón Bolívar, "a ninguno compete prevenir por la fuerza la deliberación de los pueblos". Sólo así, estima, no triunfará el absolutismo, ni fracasará la revolución. San Martín captó como pocos la especial realidad americana, tan distinta a la europea donde había estudiado y forjado una importante carrera militar, de donde llegaban las teorías y sistemas que no siempre se correspondían con la realidad local. Es quien más allá de las pasiones puede elevarse sobre el ruido y la confusión reinante en un espacio geográfico en el que se reconfiguran las fuerzas de poder, y en el que se cimentan ideas divergentes. Por ello no será lugareño, pero tampoco unitario, ambas posturas son susceptibles de censura.

Percibe con preocupación la general falta de cultura política y práctica de gobierno en la población, tanto como la exacerbación de las rivalidades locales, los trastornos internos, la incomprensión general no sólo sobre lo teórico, sino sobre lo necesario y conveniente.

En su contenido doctrinal aspira a un "gobierno mejor para América". Empero, a la finalización de las guerras por la emancipación, el clima americano era poco propicio para una organización estable. Esto lo lleva a manifestar que: "dos son las bases sobre las cuales reposa la estabilidad de los gobiernos conocidos, a saber: la observancia de las leyes o en la fuerza armada; los representativos se apoyan en la primera, los absolutos en la segunda".

Del "gobierno mejor para América" no podían eliminarse los inconvenientes que hubieron de afrontar las nuevas repúblicas: crisis, urgencias de diversa índole, fisonomías locales particularistas, rivalidades personales entre adversarios, personajes diversos a quienes movían sentimientos egoístas, la lucha enconada de partidos, completaban el cuadro a enfrentar para los nuevos estados.

El pasaje de un centralismo monárquico al supremo particularismo republicano, sin un pasado de actividad política popular o un régimen de asambleas deliberativas no ofrecía seguridad para el buen desarrollo de los gobiernos.

Se pregunta el Libertador en 1816: "¿en el fermento horrendo de las pasiones existentes, choques de partidos indestructibles y mezquinas rivalidades no solamente provinciales, sino de pueblo a pueblo, podemos constituirnos en nación?".

A causa de esos desencuentros, la aspiración de una América libre y sólida, devino en la división de su espacio geográfico en diversas naciones en la periferia del mundo, lejos de los centros de decisiones en los que gravitaba la política universal. El sueño compartido con Simón Bolívar se desvaneció, y ambos Libertadores en distintos tiempos, hubieron de partir hacia el ostracismo.

Dos siglos de desencuentros

Este panorama sombrío que se empezó a entretejer en la segunda década del siglo XIX se prolongó. Las discordias y divisiones partidarias se vertebraron desde la política y se fueron agudizando en el tiempo.

En el presente siglo se profundiza la grieta, se opera un cambio cultural y se pergeña la idea que el Estado ha de ser el protagonista en la vida ciudadana.

En nuestros días, la terquedad en mantener el statu quo en ciertos sectores es recalcitrante. No se comprende que el tiempo transcurre y que no se puede habitar en el pasado y apegarse a usos feudales y obsoletos de una política perimida y que signó una enorme frustración para la ciudadanía.

La codicia anida en cierta dirigencia renuente a perder fueros y beneficios. Vientos huracanados se ciernen sobre todo propósito de transparentar el uso de los dineros públicos, de respetar el orden institucional y amenazan con derribar el orden democrático.

No se entiende que la construcción de la República es tarea de todos. Las transformaciones que experimenta el mundo tecnológico y científico deben estar presentes en la toma de decisiones y en las innovaciones que el país requiere para insertarse en un mundo en continua transformación.

A doscientos cuarenta y seis años del nacimiento del más grande de los argentinos y americanos, todavía planea sobre la Patria a la que entregó su pasión libertadora, la deuda bicentenaria de rescatar todo el bagaje doctrinario de quien dedicó su esfuerzo para forjar un destino de grandeza para toda América y para los habitantes de las Provincias Unidas.

 

PUBLICIDAD