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Con la educación pública, no

Domingo, 28 de abril de 2024 02:10

Este es un gobierno con una enorme capacidad para construir relatos. Cuanto más impenetrables o místicos, mejor: "Día glorioso para el principio de revelación"; posteó el presidente al día siguiente de la movilización estudiantil. ¿Por qué aceptamos este nivel de misticismo medieval? Javier Milei fue elegido para ejercer el cargo de presidente de la Nación; no de Sacerdote Supremo de las Fuerzas del Cielo; Embajador de la Luz; ni de Conjurador de las Fuerzas Místicas contra el Mal.

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Este es un gobierno con una enorme capacidad para construir relatos. Cuanto más impenetrables o místicos, mejor: "Día glorioso para el principio de revelación"; posteó el presidente al día siguiente de la movilización estudiantil. ¿Por qué aceptamos este nivel de misticismo medieval? Javier Milei fue elegido para ejercer el cargo de presidente de la Nación; no de Sacerdote Supremo de las Fuerzas del Cielo; Embajador de la Luz; ni de Conjurador de las Fuerzas Místicas contra el Mal.

También hay que reconocerle la capacidad que tiene para manejar la agenda, mediatizando frases a diario. Poco importan la veracidad o el apego a la lógica de las consignas. Nada importa; sólo la entronización de una nueva hegemonía. Así, un día denomina "héroes" a delincuentes que fugaron capitales "porque lograron escapar de las pérfidas garras del Estado"; otro día minimiza el tembladeral que provocó la marcha estudiantil y, al día siguiente, da por cerrado el tema colocándose en el rol de un comediante chabacano y sin gracia que se burla, frente a un auditorio internacional, de aquellos economistas que lo critican por la sostenibilidad del ajuste fiscal; el atraso del tipo de cambio; o por la falta de un plan económico de estabilización, atracción de inversiones y de crecimiento industrial y comercial. La sobrerreacción es proporcional a la razonabilidad de las críticas. Tan acostumbrado está este gobierno a ocupar el centro de la escena y a construir relato, que no vio venir algo que se articuló en sus narices usando sus propias herramientas.

El gobierno no había hablado de "cierre de universidades" pero el discurso de Milei en la inauguración del ciclo lectivo del colegio Cardenal Copello donde denostó -en los peores términos- la educación pública; su idea de implementar vouchers estudiantiles; la discusión sobre transferencias de fondos exiguos y menguantes; y la amenaza de arancelamiento que pende sobre el sistema universitario público; configuraron "relatos plausibles" y establecieron la chispa necesaria para que el estudiantado se movilizara en la forma en la que lo hizo. Irónico, el gobierno "no la vio". Más irónico; sigue "sin verla". Desde el Mayo Francés de 1968, pasando por la Masacre en la Plaza de Tiananmén, hasta las revueltas estudiantiles más cercanas en tiempo y en espacio, en Chile; los gobiernos deberían saber que las revueltas estudiantiles siempre son algo para temer.

Decapitados por elección

La cantidad de errores no forzados cometidos por inexperiencia, cerrazón ideológica y, sobre todo, por torpeza emocional, política e intelectual, se seguirán sumando sin cesar. Lo dice él mismo: "si no, no sería yo". Pero, como dijo Carlos Rodríguez en una demoledora entrevista reciente publicada por "La Nación", es probable que "Milei se vaya a convertir en uno de los personajes más odiados del país; todavía la gente no entiende lo que pasa".

Es cierto que Milei tuvo la capacidad para leer la desazón social, la percepción de falta de futuro y el hartazgo hacia una política, políticos y un sistema político agotado y en crisis. En ese contexto, la sociedad eligió dar un salto al vacío con pocas probabilidades de éxito versus la alternativa de dispararse un certero tiro en la sien. Pero seguimos sin apreciar el peligro que significa seguir eligiendo - por medios democráticos - personas que exhiben, con desparpajo, graves y profundas conductas antidemocráticas.

Así, confiando en la fortaleza del relato, la poco racional popularidad de la que aun goza y el manejo de la agenda, se embarcó en otra de sus "estruendosas cruzadas libertarias", metiéndose de lleno con la única institución que goza de verdadero prestigio en el país: la universidad pública.

Una encuesta de Poliarquía muestra que las "Universidades Públicas" cuentan con un 72% de imagen positiva versus el 42% que exhiben las Fuerzas Armadas; el 23% de la Iglesia Católica; el 20% de los medios de comunicación; el 11% de la Corte Suprema de Justicia; el 7% de los Sindicatos o el paupérrimo 6% que ostentan los partidos políticos. Hasta algo tan rudo, tosco y vulgar como el sindicalismo argentino cuenta con mejor imagen -marginal- que los partidos políticos. Así, ningún político, ningún sindicalista, ninguna agrupación de esas que pertenecen al eterno tren fantasma argentino; le hicieron un favor a la movilización estudiantil que sacudió al somnoliento y aletargado país el pasado martes 23 de abril. Movilización masiva, franca, estruendosa y por completo transversal a todas las clases sociales, franjas etarias y a todo el arco político. Y que se repitió con igual frescura y naturalidad en todo el país.

Los estudiantes lograron movilizar -de manera espontánea- una cantidad de gente que ningún partido político logra movilizar hace añares; ni aún con micros, vino ni choripán gratis. También lograron algo que no logró ninguna movilización sindical bajo este gobierno: copó la calle; obligando al gobierno a guardar el protocolo en el bolsillo, por suerte, y con buen tino por parte de la ministro Bullrich.

Exiguo favor le hizo Massa a la movilización al pretender resucitar de entre los muertos políticos, menos aun diciendo: "por suerte, yo estudié en la universidad privada". Flaco favor le hizo Axel Kiciloff al querer subirse al palco desde el cual saludó a la tribuna antes de ser obligado a bajar. Flaco favor hicieron la CGT y Pablo Moyano; la señora Taty Almeyda; Cristina Elisabet Fernández de Kirchner; el ingrávido de Rodríguez Larreta; los inadjetivables Lousteau y Yacobitti; Grabois; D´Elía; Moreno y todo el desfile de personajes siniestros que sólo son un patético recordatorio -y un refuerzo- de por qué ganó Milei.

Personajes que no se hacen cargo de que ellos fueron los primeros en desfinanciar las universidades; que militaron el cierre de colegios un año entero; que lograron que uno de cada dos chicos de tercer grado no entienda lo que lee. Gente que no se hace cargo de haber sido parte de un estrafalario y patético tren fantasma que nos condujo hasta acá, y que ahora se rasgan las vestiduras por el desfinanciamiento de una educación que ellos mismos destruyeron antes. Tren fantasma que le permitió al gobierno intentar hablar de la politización de la movilización. Pero no nos confundamos. Hubo personas espantosas que pretendieron hacer un uso mezquino de una marcha genuina. Ni siquiera todos ellos juntos le restan legitimidad a la movilización. Tampoco le quitan su característica más potente; la espontaneidad y su absoluta trasversalidad. Hubo gente que votó a Milei que marchó a decir: "Con la educación pública, no".

Por supuesto que hay cosas que arreglar. Desfalcos por castigar; irregularidades por corregir; nombramientos amañados por eliminar; agrupaciones políticas que hacen imposible dar clases como debe ser; adoctrinamiento; condiciones edilicias insoportables; sueldos docentes de terror; contenidos por adaptar -nuestra educación fue diseñada para un siglo que se acabó y que no tiene nada que ver con el siglo que debemos enfrentar-. Todos sabemos que la universidad pública en particular -y la educación pública en general-, adolecen de muchas enfermedades crónicas nunca tratadas. Sabemos que es un problema estructural. Otro más. Pero nada de esto justifica el fundamentalismo libertario que vuelve a cometer el mismo error de siempre: cuando le duele la cabeza, en lugar de tomar una aspirina, se quiere decapitar.

"Lágrimas de zurdo"

No soy "zurdo". No derramo "lágrimas de zurdo". Sólo creo que tenemos la obligación de defender a la educación pública. Siempre. Es mejor tener una educación pública universal, laica y gratuita -perfectible-, a no tener ninguna.

Mitre, en 1860, inauguró escuelas secundarias en varias provincias argentinas. Sarmiento abrió escuelas primarias a lo largo y ancho del país triplicando la cantidad de chicos que asistían al colegio. Roca hizo que la educación fuera gratuita, laica y obligatoria para todos los niños de entre 6 y 14 años, incluso enfrentándose al poder de la iglesia católica colonial. Qué contradictorio que esos padres fundadores -que Milei menciona una y otra vez-, hayan hecho todo lo contrario a lo que busca hacer el supuesto Restaurador del Orden Liberal.

Quizás el mejor argumento a favor de la marcha sea el que recogió un canal de televisión. Ante la pregunta a un muchacho sobre por qué había concurrido a la movilización, dijo: "Mi papá es empleado de la construcción y está sin trabajo. Mi mamá es empleada doméstica y no gana nada. Yo tengo dieciocho años y no consigo trabajo. Estudiar es lo único que me va a dar una vida mejor".

El muchacho - hablando desde el borde del sistema-, se conmovió. Yo también. No encontré mejor síntesis que explicara tanta transversalidad. Tanta convicción. Tanta incondicionalidad.

La educación pública se ancla y se arraiga en la aspiración argentina de la movilidad social ascendente; hoy perdida. La educación pública es el único igualador; el integrador de todas las clases sociales. La educación pública universal, laica y gratuita es uno de los pocos motivos de orgullo que nos queda a los argentinos. Es nuestra obligación defenderla y luchar por mejorarla. Siempre. Con pasión. Con incondicionalidad.

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