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Laberintos humanos. El duende

Lunes, 02 de octubre de 2017 20:27

Uno de esos duendes, ante nuestros ojossorprendidos, se escabulló debajo del banco de la plaza en el que estábamos sentados y comenzó a jalarme el pantalón pidiéndome que lo salve del olvido. No le tenga compasión, me aconsejó don Braulio, que de eso se alimentan.

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Uno de esos duendes, ante nuestros ojossorprendidos, se escabulló debajo del banco de la plaza en el que estábamos sentados y comenzó a jalarme el pantalón pidiéndome que lo salve del olvido. No le tenga compasión, me aconsejó don Braulio, que de eso se alimentan.

Píselo como si fuera una rata, me dijo pero ya el duende me miraba con ojos tan lastimeros que me era imposible hacerlo. Mis compadres me alertaban pero no había caso, lo había alzado y estaba parando un remis para llevarlo lejos, pero ni bien dimos la curva del cementerio, el taxista me miró por el retrovisor.

Yo los llevo a donde mande, me dijo el chofer, pero le aseguro que más que un viaje, su compañía requiere un exorcismo. Le conté lo que me había dicho don Braulio: los duendes son recuerdos que no tienen la suficiente fuerza como para ser personas. Usted, yo, todas las personas, somos memorias encarnadas, pero los duendes son apenas la sombra de pasados pueriles.

Como un beso en carnaval, le di el ejemplo que nos había dado don Braulio en la plaza, y el remisero me aseguró que por eso mismo tienen el derecho al olvido, dijo pero el duende, aferrándome al brazo, me pidió que lo salvara. Como todos, me dijo el remisero, tienen miedo de no ser, pero ellos mismos saben que es lo mejor que puede sucederles.

¿Usted cree?, le pregunté sintiendo el temblor del duende a mi lado, y el taxista me respondió que de nada sirve aferrarse a recuerdos vanos. Pero usted es quien paga por el viaje, se resignó acelerando hacia el barrio San Francisco.