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Laberintos humanos. Pesares de la vida

Lunes, 18 de septiembre de 2017 12:38

Y mire que recordarla tras tantos años, le aseguró Amadeo Don a don Braulio, quien asintió con la cabeza varias veces sin inmutar al silencio. Yo creo que se le había atorado una lágrima en la garganta al pobre, porque tosió varias veces y, al fin, nos dijo que nadie nos prepara para los pesares de la vida, menos que menos los padres.

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Y mire que recordarla tras tantos años, le aseguró Amadeo Don a don Braulio, quien asintió con la cabeza varias veces sin inmutar al silencio. Yo creo que se le había atorado una lágrima en la garganta al pobre, porque tosió varias veces y, al fin, nos dijo que nadie nos prepara para los pesares de la vida, menos que menos los padres.

Como para ayudarlo, Armando aseguró que la vida es impiadosa. Esa es una buena definición, dijo don Braulio, y no porque la vida sea mala, sino porque carece por completo de piedad. Pero no tenemos otra chance que vivirla, dijo con cara de resignación y quién sabe si también con alegría. Los años nos van volviendo sabios, dijo.

No a todos, dijo Armando, pero no voy a dar nombres ni aunque me lo pregunten. Es cierto, dijo don Braulio, pero conforme crecemos…, decía cuando se interrumpió. ¿Qué lleva a un hombre a enamorarse de una mujer?, nos preguntó intempestivamente. El sexo, dijo Amadeo Don casi preguntando y Armando lo retrucó diciendo que ni siquiera eso era cierto.

Tal cual, dijo don Braulio. En mis años mozos, nos dijo pero volvió a detenerse. Vean, dijo, yo más bien creo que es cosa del amante. Esperen que trate de explicarme, dijo: hay un momento en el que estamos abiertos al otro, en ese momento uno puede cruzarse con personas muy distintas, pero lo que importa es que uno está abierto y entonces se enamora.

Conocer a una persona es suficiente para enamorarse, y uno no conoce a todos los que conoce, nos dijo y todos asentimos porque sabíamos de lo que hablaba.