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La entrañable amiga hipocondríaca

Lunes, 22 de abril de 2024 01:00

Por Siletreando

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Por Siletreando

Hace muy pocas semanas, descubrí algo inesperado de mi salud, nada grave, pero sí inesperado. Lo más asombroso para mí fue que, al atravesar por esta situación, pude valorar a mi “amiga hipocondríaca”, esa persona a quien también considero imprescindible en mi vida.

Es más, siento que todos deberíamos tener dentro de nuestro círculo más íntimo, una amiga hipocondríaca. A ella va dedicada la columna del día de hoy. Les cuento. El mes pasado estuvo mi suegra de visita en casa y, como sufre de presión alta, me compré un aparatito de esos que se ponen en el brazo y te lee automáticamente la presión en sangre. Pensé que era bueno tenerlo a mano, en caso de ser necesario (que Dios nos libre de que le pase algo a la suegra, estando de visita). Como desconocía su funcionamiento, apenas llegó ella, decidimos probarlo. La primera lectura dio como resultado 160/110. “Alta”, dijo mi suegra, tranquila. “Qué raro, yo me siento bien. Vamos a probarlo otra vez”. Entonces volvimos a ponerlo en su brazo, se acomodó en la silla, respiró hondo, no habló ni se movió y, otra vez, 160/110.

“No puede ser, debe andar mal” dije yo, y llamamos a la médica que vive en el edificio. A la media hora, la doctora Daniela le tomaba la presión con su otro aparato, el que tiene la bombita, el tradicional y... 160/110. “No lo puedo creer” dijo suegra, y enseguida se tomó la pastilla para la presión. Hasta ahí todo normal, el problema empezó cuando tuve la buenísima idea de probar yo, “a ver, che, ¿qué tal mi presión?” 150/110. “¿qué?, no puede ser” dije, ya empezando a enojarme con el aparatito que bastante caro me había costado. “Otra vez” me dijo la médica y... 140/110. “Bueno un poco bajó. Ahora te mido yo” dijo, y me midió con el de la bombita. 150/110. Resumiendo, de pura casualidad me enteré de que tengo presión alta. Y entonces, aquí viene la pregunta: ¿qué hace una cuando se entera de que tiene un tema de salud? No me había dado cuenta hasta aquel preciso momento.

¿Qué hago yo, cuando me duele algo? ¿Enseguida llamo a mi médico de cabecera? ¿Acaso consulto con el Señor Google? ¿Voy corriendo a la sala de primeros auxilios más cercana? ¿O llamo a mi única, querida e inigualable casi-médica-pero-ni-cerca amiga hipocondríaca? “Escuchame, Fulana, me dio altísima la presión, de la nada. ¿Cómo puede ser? ¿Ahora qué hago?”.

Es en ese momento que nuestra amiga generosa y académicamente nos empieza a informar de todo. Las razones, las causas hereditarias, las ambientales, las psicológicas, las escatológicas. Recorre de punta a punta todo el vademécum que, por supuesto, lo tiene aprendido de memoria, y te dice exactamente qué hacer, qué comprar, qué decir. “Toma nota” te dice, “mucha agua, toma mucha agua, acuéstate, deja ya el cigarrillo, ¡coño!” (porque mi amiga es española y así habla), “todos los días te tomas la presión, a la misma hora, tres tomas, tres veces por día, durante quince días, anotas todo. Después, con esos datos, te vas al cardiólogo y te va a hacer un electro, y tal cosa tal cosa tal cosa”. Es una genia, mi amiga hipocondríaca, ¡la cantidad de dinero que me hace ahorrar! Pero, ¿de dónde sale tanta sapiencia? Pues bien (leer en tono gallego, aunque ella es catalana, pero para nosotros es lo mismo), mi amiga sabe tanto porque ella ha tenido absolutamente todas las afecciones que se estudian en la Facultad de Medicina. ¡Todas!, que un ganglio, que pólipos, que infecciones, de ojo, de colon o de culo. Todas. Y si no ella, alguien muy cercano.

Entonces sabe de drogas, de tratamientos, de tiempos de curación y de recuperación. Yo he optado, directamente, por consultarle a ella (perdón doctores y amigos médicos) siempre que no haya riesgo de vida, claro está. Si la criatura vomita, “Fulana, ¿qué le doy?”, tal cosa tal cosa tal cosa. Y así. Ahora que lo pienso, debería comprarle un lindo regalo, grande, muy grande. Porque se lo merece. Además, porque la quiero mucho y, ¡qué haría yo sin mi querida, amorosa e incondicional, amiga hipocondríaca! ¿Ustedes también tienen la bendición de tener una?

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