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Mutaciones sin respuestas en el Gimnasia y Tiro de Rueda

Jueves, 09 de abril de 2015 00:00
Desde que llegó a Gimnasia y Tiro, en octubre del año pasado, tras la partida de Salvador Ragusa y una fuerte convulsión interna y externa en el contexto de una de las peores campañas en la historia del albo, Luis Rueda atravesó un sinfín de mutaciones y volcó en el equipo sus incertidumbres, inseguridades y el escaso peso de su convicción, a la que contribuyeron equipos que nunca lo ayudaron a sacar a flote al millonario.
Tres empates y cuatro derrotas fueron los magros resultados del Cóndor en su primera etapa en la Vicente López, en la que nunca pudo encontrar el equipo y el funcionamiento deseado tras varias combinaciones, variantes tácticas e incesante desfile de nombres entre los circunstanciales once iniciales. La excusa era válida para el caso: Rueda agarró una complicada braza caliente para descomprimir una crisis profunda, con jugadores que él no pidió y un equipo que no armó.
En la presente temporada era sabido que la exigencia iba a ser diferente y los márgenes para Rueda iban a reducirse, con un plantel conformado por su propia mano. La dirigencia, que apostó firmemente a él para el 2015, le cumplió todos sus deseos, trajo los refuerzos que él quiso y una "yapa" extra.
Sin embargo, el actual entrenador millonario, hoy cuestionado y en la cuerda floja, aún no encontró la fórmula para pulir y explotar al máximo sus diamantes en bruto, ni mucho menos encontrar el equipo acorde al paladar del hincha en un plantel largo, exquisito, rico en nombres y con más variantes que el año pasado, pero carente de identidad y de estilo. Tres fechas parecen poco tiempo para cuestionar a un entrenador, pero no así en un ambiente y en un fútbol caníbal, depredador, plagado de urgencias cortoplacistas y en el que el mero resultado parece definirnos y determinarnos más que cualquier ideal o macrovisión.
En tres fechas, el ídolo de Gimnasia, por su glorioso paso como jugador por el club en los 90, experimentó sin resultados y mantuvo su tendencia de constantes cambios en un equipo que nunca sale de memoria. Cambió siempre de esquema y de nombres sin ratificarle la confianza a un mismo equipo, en una metodología que desnudó su poca convicción y su falta de respuestas, más allá de los conocidos atenuantes de lesiones, suspensiones o habilitaciones que no arribaron a tiempo.
Pasando en limpio, el Gimnasia de Rueda, sumando los partidos de 2014, conoció la victoria solo una vez en diez partidos y fue ante el equipo más débil de la zona, el modesto Andino, al que le ganó pidiendo la hora. Aquella vez el Cóndor recurrió al tridente de ataque que no le imprimió la agresividad esperada, al mismo que acudió, sin fortuna ni peso ofensivo, en la derrota con San Martín. Ante Concepción tampoco funcionó la apuesta con cuatro defensores y se respetó en demasía a un equipo que ganó sobre la hora, trayendo un déjà-vú de viejos fracasos.
Contra Zapla, mañana, en lo que podría ser el último partido de Rueda en Gimnasia, el DT tiene en mente patear el tablero y sorprender con ocho cambios, un manotazo que puede hacerlo reflotar o terminar de hundirlo.

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Desde que llegó a Gimnasia y Tiro, en octubre del año pasado, tras la partida de Salvador Ragusa y una fuerte convulsión interna y externa en el contexto de una de las peores campañas en la historia del albo, Luis Rueda atravesó un sinfín de mutaciones y volcó en el equipo sus incertidumbres, inseguridades y el escaso peso de su convicción, a la que contribuyeron equipos que nunca lo ayudaron a sacar a flote al millonario.
Tres empates y cuatro derrotas fueron los magros resultados del Cóndor en su primera etapa en la Vicente López, en la que nunca pudo encontrar el equipo y el funcionamiento deseado tras varias combinaciones, variantes tácticas e incesante desfile de nombres entre los circunstanciales once iniciales. La excusa era válida para el caso: Rueda agarró una complicada braza caliente para descomprimir una crisis profunda, con jugadores que él no pidió y un equipo que no armó.
En la presente temporada era sabido que la exigencia iba a ser diferente y los márgenes para Rueda iban a reducirse, con un plantel conformado por su propia mano. La dirigencia, que apostó firmemente a él para el 2015, le cumplió todos sus deseos, trajo los refuerzos que él quiso y una "yapa" extra.
Sin embargo, el actual entrenador millonario, hoy cuestionado y en la cuerda floja, aún no encontró la fórmula para pulir y explotar al máximo sus diamantes en bruto, ni mucho menos encontrar el equipo acorde al paladar del hincha en un plantel largo, exquisito, rico en nombres y con más variantes que el año pasado, pero carente de identidad y de estilo. Tres fechas parecen poco tiempo para cuestionar a un entrenador, pero no así en un ambiente y en un fútbol caníbal, depredador, plagado de urgencias cortoplacistas y en el que el mero resultado parece definirnos y determinarnos más que cualquier ideal o macrovisión.
En tres fechas, el ídolo de Gimnasia, por su glorioso paso como jugador por el club en los 90, experimentó sin resultados y mantuvo su tendencia de constantes cambios en un equipo que nunca sale de memoria. Cambió siempre de esquema y de nombres sin ratificarle la confianza a un mismo equipo, en una metodología que desnudó su poca convicción y su falta de respuestas, más allá de los conocidos atenuantes de lesiones, suspensiones o habilitaciones que no arribaron a tiempo.
Pasando en limpio, el Gimnasia de Rueda, sumando los partidos de 2014, conoció la victoria solo una vez en diez partidos y fue ante el equipo más débil de la zona, el modesto Andino, al que le ganó pidiendo la hora. Aquella vez el Cóndor recurrió al tridente de ataque que no le imprimió la agresividad esperada, al mismo que acudió, sin fortuna ni peso ofensivo, en la derrota con San Martín. Ante Concepción tampoco funcionó la apuesta con cuatro defensores y se respetó en demasía a un equipo que ganó sobre la hora, trayendo un déjà-vú de viejos fracasos.
Contra Zapla, mañana, en lo que podría ser el último partido de Rueda en Gimnasia, el DT tiene en mente patear el tablero y sorprender con ocho cambios, un manotazo que puede hacerlo reflotar o terminar de hundirlo.

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