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Martín Miguel Saravia es director de la escuela de Talamuyo

Nació con corazón de maestro y no abandonó nunca su sueño
Domingo, 22 de octubre de 2017 00:35

Martín Miguel Saravia es el maestro que dirige la escuelita del paraje Talamuyo, donde hay plurigrado y estudian juntos los chicos de distintas edades. En el monte, todos lo conocen como “Pichi”.

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Martín Miguel Saravia es el maestro que dirige la escuelita del paraje Talamuyo, donde hay plurigrado y estudian juntos los chicos de distintas edades. En el monte, todos lo conocen como “Pichi”.

Entre sus tareas también está la de enseñarles a los niños del jardín de infantes, como ocurre en muchas instituciones rurales de la provincia que no tienen un docente para cada etapa de la educación.

Armar su historia cronológica es difícil porque lleva las alforjas cargadas de relatos que va sacando sin ningún orden. Es hiperquinético, histriónico, verborrágico, dispuesto para las causas nobles y muy discutidor. Pasa del argumento crispado a la risa en un segundo y conserva la amistad como un culto.

Pichi Saravia nació en Talamuyo, que es un paraje recostado sobre la ruta provincial 29, que corre en paralelo a la ruta nacional 16, por la margen oeste del río Juramento y dentro del municipio de El Galpón.

El maestro tiene muchos recuerdos de su padre, Rodolfo Saravia. Para él, los valores que heredó en el campo son una prioridad y la palabra vale oro. Además, rescata el trabajo como una virtud.

Criado en la zona, tiene encima muchas tardes de cañas, ondas, aires comprimidos y travesuras.

El anhelo de enseñar

”Yo siempre pensé que me iba a quedar a trabajar en la zona, como maestro de la escuela de mi pueblo. Ese fue siempre mi sueño“, dijo sobre el deseo que ahora está cumpliendo.

El hombre estudió en el profesorado de Metán y se recibió de maestro muy joven. Sin embargo, no podía entrar en la escuela que quería. Se anotaba en la Junta Clasificadora y no lograba calificar.

Durante muchos años buscó otros trabajos. Fue vendedor de una empresa nacional de golosinas. “Antes me dieron un Plan Trabajar y me pusieron a hacer tareas para la Municipalidad de Metán. Hacía de todo, fueron tiempos de mucha inestabilidad”, recordó.

Un día, en Metán, se le ocurrió comprar vacas lecheras. “Yo pensaba que a la gente le gustaría comprar la leche recién salida de la vaca, como era antes. Entonces hice un diferencia y me compré unas vaquitas”, dijo riendo. 

“Las ordeñaba y salía en bicicleta a vender la leche a las casas del pueblo“, relató a las carcajadas. 

En esa época, tuvo dos hijos varones con una mujer que ahora ya no está con él. Fue por esos años que finalmente lo llamaron a cumplir una suplencia en la escuelita de sus pagos, en la “Francisco Nazario Catalán”, del paraje Talamuyo.

La maestra de la institución había quedado embarazada y le pidieron cubrirla porque llevaba muchos años solicitando ese puesto. Eso fue por el año 1998.

“No sabía qué hacer con mis vacas”, dijo. Tenía 7 animales que quedaron al cuidado de nadie sabe quién, cuando el partió a enseñar.

De pronto se vio al frente de 46 niños y se sintió feliz. Comenzaba a enderezar su destino como maestro rural. Lo que comenzó como una suplencia se convirtió después en su trabajo definitivo.

En 1999 Saravia era ya el maestro oficial de la escuelita de Talamuyo. Como el padre le había donado un terrenito casi al frente de la escuela, comenzó a construir su casa al modo oasis.

Allí conoció a Rosana, la mujer de la que se enamoró perdidamente. Juntos tuvieron a Fiorella, Alba y Victoria, que son tres hermosas nenas que juegan por jardines llenos de rosas de todos los colores, plantaciones de llantén, apios y perejiles. 

Tienen una pileta natural de una acequia que disfrutan hasta entrada la noche porque, en esa zona, el calor aprieta y mucho.

Corazón de tiza

En la escuelita de Talamuyo, Pichi hace de todo. Es administrativo, maestro, sirve la comida, limpia, barre, es árbitro, huertero, enfermero y hasta trata de hacer la función de psicólogo algunas veces. Es la multifuncionalidad de los maestros de campo. 

Uno de los roles que más atención le demanda es el de maestro jardinero. “Yo le imploraba a la ministra (Analía Berruezo) por capacitaciones para el nivel inicial. Ahora finalmente tenemos una que nos sirve. No cualquiera puede ser jardinerito, pero de lo que sí estoy seguro es de que los hombres tranquilamente podemos tener a los más chiquititos a nuestro cargo“, dijo.

Cuentan los vecinos memoriosos que, hasta 2011, toda la zona de la ruta 29 no tenía luz. Vivían en pleno siglo XXI sin energía eléctrica. Fue el maestro quien organizó una movida para que finalmente les instalaran el tendido de la luz en febrero de 2012.
“Todas las viejas de la ruta 29 tienen una fotito mía en la mesita de luz alumbrada con una velita que dice San Pichicito”, dijo a las carcajadas.

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