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“Trabajo de lunes a lunes porque el artesano come todos los días”

Marcelo Palópoli, artesano de hierro y madera
Sabado, 26 de mayo de 2018 23:31

En un viejo y reciclado garage de la calle Catamarca al 800 funciona un mundo mágico en donde la fusión de la madera y el metal convocan a una alegría para la vista. 

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En un viejo y reciclado garage de la calle Catamarca al 800 funciona un mundo mágico en donde la fusión de la madera y el metal convocan a una alegría para la vista. 

Casi siempre está Víctor Juan Palópoli sentado en el umbral de ese garage. Un hombre grande, anciano, con toda la nostalgia de los años en su mirada y con una sonrisa gigante. Hay que preguntar por Marcelo, su hijo, que es el artesano, el alquimista del hierro fundido y del algarrobo desde hace más de 15 años.

A la madera la trata como a su vida, le sigue la veta natural y por la estría caprichosa del árbol va trabajando sus productos. Entonces ellos son únicos, llevan la huella dactilar de cada ejemplar. “Yo utilizo madera muerta. Me voy hasta Resistencia en mi viejo Ford Falcon y la traigo por lo que cada viaje es una aventura”, dijo Marcelo con sus ojos rojos de la soldadura y el delantal dispuesto con restos de esquirla, viruta, aserrín y una vida vivida con historias que se cuentan en los fogones. El hombre tiene 55 años y se puede decir que es un renunciador serial. El último trabajo que encontró y devolvió fue en la Municipalidad de Salta. “Ya no podía seguir ahí. Yo sé que nadie renuncia con 55 años de edad a un trabajo en blanco, pero me quitaba el tiempo para trabajar con mis cosas. Además, el sueldo era muy bajo, yo fui a pedir un aumento y me dijeron que no. Entonces renuncié y ahora me dedico a tiempo completo a mis creaciones”, narró y largó una carcajada.

Hay parrillas, chulengos, pinches, discos de arados para cocinar y todo lo que se puede imaginar a cualquiera que se digne calificarse como parrillero. 

Asombra pues tiene cosas que son únicas que se le ocurrieron y se puso a jugar y salieron bien. Como es el caso de un fierro que sirve exclusivamente para dar vuelta el asado en la parrilla con un solo movimiento de muñeca o una parrilla para la cancana, con altura regulable y muy original. Son sólo algunas de las cosas que descubrió el equipo periodístico de El Tribuno con dilatada experiencia parrillera. “Yo tengo de todo para el quincho, para la parrilla. Mis clientes son cocineros, chefs, dueños de hoteles y restaurantes. Además acá viene gente que busca un regalo especial. Todos tenemos aquel amigo que tiene de todo y que no sabemos qué le vamos a regalar. Entonces esa gente viene acá y seguro que encuentra algo”, dijo muy seguro.

Para las copas, para los cuchillos, parrillas tipo maletín, son todos argumentos buenos para pasar a visitarlo. La charla siempre es buena.

“Yo me crié en Colonia Santa Rosa. Hacía trabajo de campo. Araba, sembraba y cosechaba. Ahí aprendí a cocinar como se hace en el campo y eso de alguna manera hace que yo haga cosas útiles para el que le gusta”, dijo Marcelo. 

Una bisagra en su vida hizo que este personaje se venga a Salta y comience a rebuscársela como sea. Un día extremo se vio vendiendo ropa usada en el parque San Martín. Un inspector de la Municipalidad lo vio y le recomendó que se dedique a las artesanías. Le comunicaba, de alguna manera, el futuro imposible de su continuidad para la venta de ropa en el parque. Comenzó con la alpaca, un hilo que se convirtió en un aro de mujer, luego se hizo anillo, bombilla, hebilla, caja de té. Luego la materia prima se hizo costosa y pasó al hierro fundido, al rollo de algarrobo, a la marca de su nombre con forma de señalada de vaca que cada producto lleva. Tiene una vida fascinante y dos hijas. “Fabiana y Merlina son mi hijas. Cuando vienen a visitarme jugamos en el taller. Ninguna de las dos sigue mi camino, pero les encanta lo que hago”, dijo iluminado.

El taller está detrás, donde ese garage se abre a la luz natural del día, en donde una parra se levanta desnuda a la intemperie. Una puerta de una vieja sala se apoya en un mesón alto cargado de herramientas, máquinas eléctricas, planchas de carbón, herraduras, planchuelas de hierro y frascos de vidrio con tuercas, clavos y tornillos suspendidos en el aire sujetados por sus tapas a una estantería artesanal. 

“Yo trabajo de lunes a lunes, porque el artesano come todos los días”, dice. 

No trabaja por pedidos. Hay que ir a visitarlo y ver qué tiene. Hace las cosas según cómo se levante, cómo está el día y el grado de inspiración que le va brotando como las frases que va tirando.

A cualquier hora cualquiera se puede pasar. Si tiene suerte verá cómo trabaja, charlará sobre sus proyectos o le podrá preguntar por su novia que vive en Panamá. Se trata de una historia de amor que comenzó hace 30 años. Ella era su novia de la adolescencia y una vez, por alguna razón inoportuna, se tuvieron que separar. Hace poco se volvieron a encontrar y ahora Marcelo no hace tabla, hierro o brasero sin pensar en ella, o al menos pensar en juntar saldos que aporten a los altos costos de los pasajes aéreos.

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