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Sabado, 29 de octubre de 2022 02:06

Perón y la Economía. Cuando Perón y sus camaradas militares del GOU (Grupo de Oficiales Unidos) dieron el golpe de Estado de 1943, existía un fuerte resentimiento en contra de la economía de mercado, la cual se consideraba que podía y debía ser reemplazada por el experimento soviético de economía centralizada sin mercado, o por una versión no tan extrema llevada a la práctica por la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler por esos tiempos.

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Perón y la Economía. Cuando Perón y sus camaradas militares del GOU (Grupo de Oficiales Unidos) dieron el golpe de Estado de 1943, existía un fuerte resentimiento en contra de la economía de mercado, la cual se consideraba que podía y debía ser reemplazada por el experimento soviético de economía centralizada sin mercado, o por una versión no tan extrema llevada a la práctica por la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler por esos tiempos.

Perón se inclinaba por el fascismo, tal cual el mismo lo declaraba, e intentó aplicar sus características de organización a la Argentina. El problema era que, por una parte, el "corsé" que le imponía la Constitución no le daba mucho margen para introducir cambios (restricción que en parte se resolvió con la nueva Constitución de 1949, luego abolida) y, por otra parte, en tanto la organización económica de los países fascistas se basaba en la ocupación territorial para abastecerse de materias primas y emplear la mano de obra en condiciones de esclavitud o similares, en la Argentina esa instancia no era factible y habría que preguntarse si habría sido, además, necesaria.

En su lugar Perón razonó que, siendo, como él creía, el comercio exterior el causante de las crisis severas de las economías, el problema entonces se resolvía suprimiendo el comercio exterior, en un razonamiento que tal vez habría sido: "¿Para qué tomar un veneno que después requiere aplicar un antídoto?; mejor abstenerse de tomar el veneno". O sea, si el "veneno" son las importaciones que consumen escasas o nulas divisas, al suprimirlas ya no se necesitaría el "antídoto", que serían las exportaciones con las que pagar esas importaciones. "Adicionalmente, si dejamos de exportar, queda más producción para el consumo interno", anticipando el "teorema" de un peronista de años posteriores y secretario de Comercio, que no quería que se exportase porque "tengo que dar de comer a tres millones de peronistas"…

Para materializar este proyecto Perón "inventó" la industria "nacional", que se radicó en Buenos Aires y Rosario de Santa Fe, principalmente, industria que debía reemplazar las importaciones, permitiendo dejar de depender de las exportaciones, para así, supuestamente, incrementar el consumo interno.

Lamentablemente, las cosas no sucedieron como Perón las imaginaba, porque, por una parte, la industria, creada al amparo de generosas prohibiciones a la importación y elevados aranceles, se abastecía de maquinaria importada, la que en general estaba dimensionada para mercados más grandes, obligando a producir a precios más elevados que los internacionales, y si bien esto no era óbice para las empresas al disponer de mercados cautivos, en cambio les impedía exportar, a la vez que la dieta que supuestamente debía mejorar por la pretendida suba del consumo al exportarse menos se empobrecía al tener que pagarse más por los otrora productos importados, y por añadidura enfrentarse a productos, muchos de ellos, de peor calidad.

Peor aún, la buscada merma de importaciones nunca fue tal, porque si bien ahora no se compraban afuera planchas o heladeras, en cambio debían importarse los insumos y equipamiento para producirlos, con lo que por ese lado no se generaba ninguna ventaja. Por otra parte, y del lado de las exportaciones, si bien efectivamente se habían desalentado, especialmente las ventas de productos cárneos, justamente este desaliento generaba menos divisas que igualmente se necesitaban, a la vez que al uniformarse los precios en el caso de la carne vacuna esto produjo una caída en el stock ganadero, que fue por otra parte crónica, perdiendo hasta la fecha la Argentina el liderazgo en ventas al exterior. Sin embargo, había más, ya que el empobrecimiento de la oferta de ganado, inexorablemente elevó los precios, con lo que era ahora más caro "alimentar a tres millones de peronistas".

¿Y ahora, qué hacemos?

Perón despreciaba la economía de mercado y particularmente a Estados Unidos. Sin embargo, era también un pragmático, y al advertir que su "modelo" no resolvía nada, y por añadidura había generado un descomunal desorden monetario, fiscal y alta inflación, volvió sobre sus pasos y se abrió al capital extranjero para cerrar el desequilibro externo, que era uno de los principales problemas de la economía.

El golpe de Estado de 1955 no tenía, en lo económico, un diagnóstico diferente del que, tardía y crudamente había experimentado Perón, y los gobiernos sucesivos, especialmente el de Frondizi y el posterior de Illia, encontraron soluciones acertadas para el problema externo. En el primer caso logrando el autoabastecimiento de petróleo, cuya importación consumía muchas divisas, y el segundo ampliando la oferta exportable a productos de origen industrial, además de los tradicionales agropecuarios, con el resultado de un extenso período de crecimiento del PBI y mejora en los indicadores económicos y sociales que se extendió, desde aproximadamente 1963 hasta 1973.

En 1973, luego de un fugaz gobierno peronista protagonizado por Héctor Cámpora que el propio Perón desestimó, este último se hizo cargo de la presidencia con un programa de gobierno similar al de sus primeros años en la década de los cuarenta.

El programa, basado en un acuerdo voluntario de precios y otras medidas, explotó en un violento "ajuste" que potenció la inflación a niveles desconocidos de tres dígitos anuales, aunque luego superada en 1989 y 1990.

Desde entonces y hasta la actualidad la Argentina ha intentado numerosos planes para abatir la inflación y corregir sus desequilibrios estructurales sin éxito, no obstante haber logrado una década de estabilidad de precios en los noventa, aunque la inflación se impuso nuevamente.

"El que no conoce su historia está condenado a repetirla"

La frase pertenece a un filósofo norteamericano, George Santayana, y se aplica a la Argentina. Los argentinos repasamos una y otra vez las hazañas de nuestros próceres de la Independencia y reivindicamos sin descanso el patriótico y profesional desempeño de nuestros militares en Malvinas, mezclando lamentablemente en la misma "bolsa" ese meritorio desempeño con la criminal decisión de los jefes militares de enviar a jovencitos bisoños a una muerte segura ante una potencia vencedora de dos guerras mundiales. Sin embargo, una lección ostensible y recurrente, que alcanza nuestros días contemporáneos, la inflación, no la tomamos en cuenta, y así repetimos una y otra vez, cual Sísifo, la conducta que nos perpetúa en esa inflación, el estancamiento, el desempleo y la pobreza creciente.

Debería ser claro que el punto nodal de nuestros problemas es la inflación, la cual se alimenta, como se viene diciendo desde estas líneas, de un descomunal déficit fiscal, pero también de una economía herméticamente cerrada que privilegia una "industria infante", que protege a un "bebé" de 80 años que no puede obrar por sí mismo, justamente por manejarse con una "bicicleta con rueditas". Es por lo tanto imperativo comenzar a desarticular el esquema de economía fascista que creara Perón, con industrias protegidas y en contra de un sector dinámico, el campo, acosado permanentemente, al igual que se requiere eliminar otras distorsiones igualmente ineficaces y perjudiciales. Sin reducir el déficit, suprimiendo gastos innecesarios e impúdicos, y sin abrir y oxigenar una industria en muchos casos obsoleta y concentrada, la inflación no cederá y la Argentina seguirá recorriendo su largo camino de decadencia y frustración.

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